Por Jose
Maria Lizundia
La dimensión semiológica del G 21 oscurece el contenido subyacido, que son
los autores y sus obras. El significante ha barrido casi la cadena del
significado de la obra desglosada de sus autores; incluso podría
decirse que se ha emancipado de ella.
En este sentido, G 21 es una propuesta netamente posmoderna en cuanto
prevalencia de la exégesis y la comunicación sobre la realidad
literaria que la sustenta, mientras que esa realidad –la obra
de los autores- parece fervorosamente moderna, en el sentido liminar o
primigenio. De cuando la modernidad, histórica aún, no adivinaba sus
límites temporales.
G 21, “G” de generación, pero también de géneros literarios
Hay algunos motivos que se emplean regularmente para la
ponderación del G 21, y uno es que en él confluyen distintos géneros literarios
como síntoma éste, según se apunta, de plenitud en la homologación con la
actualidad literaria en el mundo. Cosa que parece poco atinado
decir.
En estas u otras obras adscritas a géneros, hay propuestos otros
argumentos. Los marcos que acogen los géneros se
caracterizan por tener acuñado su propio canon, con cálculos, pesos y medidas
conforme a una neta tecnología artesanal. Podríamos decir incluso, que la
maniera gremial estuviera legislada. Se habla así de obras que serían
perfectas o imperfectas – irreprochabilidad o no en las medidas, como en
cualquier manierismo que se precie- o de que tendrían el ritmo
exigido y exacto para no poder dejar de leerse y que, en
definitiva, dadas sus medidas, libres de ganga, cumplirían fielmente con
ese canon gremial.
Esta posición ponderadora supone un hachazo a la verdad y función
esencial de la literatura vinculada a la alta cultura universal.
Un ejemplo. Seguramente las páginas más inolvidables que leímos
en nuestra juventud fueran las que generosa y prolijamente (Proust,
Thomas Mann) –ajenas a todos los cánones de medida- nos
conducían, a través de páginas muy holgadas, a lo inextricable de la
experiencia humana, ofreciéndonos ángulos que hasta entonces ni
siquiera vislumbrábamos. O que de hacerlo, no podíamos compartir por ser
tan íntima e intransferible su experiencia. ¿Cuánto de aquello sólo fue
posible por las páginas “sobrantes”, que el paradigma artesanal
rechaza?
Hay una cosa que ni se percibe ni es valorada: las medidas no garantizan,
ni mucho menos, las emociones (y la belleza formal) inmanente al hecho
artístico. Si la medida es sólo asunto matemático y gremial, no hay obra.
Ha de haber bastante más. Las grandes obras con “medida” no lo son por la
medida, sino por el “algo más” que acompaña a la medida. Sobre lo que no
es fácil ilustrar.
La apertura de la literatura mundial
La literatura mundial, cuando la globalización ha afectado por entero
a la edición y la lectura, sigue trepando por los estantes de las
librerías como aromática madreselva que todo lo llena. Tenemos la nueva
literatura mundial tamizada por verdaderos controles de calidad. Hay una nueva
literatura incardinada de manera absoluta en la época y en su denso
espíritu, envolvente, desabrido, desestructurado y
radicalmente abierto, pero que nos brinda una honda familiaridad con el
mundo que nos ha tocado vivir. El Zeitgeist nunca ha declinado su
deber de ser testigo epocal (una época tiene una Cultura) sin
dejar de imponer su dominio. Desligado de los melosos panales de géneros.
Ese gran espejo ampliado de la literatura vigente a escala mundial,
es capaz de refractar como si fuera un espejo cubista, los ángulos
más esquinados de la experiencia de la vida, o el conocimiento de mundos
desatendidos o de sensibilidades antes confusas o lejanas. Constituye un nuevo
prisma para miradas poliédricas y transversales que ignoran los nichos y
las cuencas de la literatura de géneros. Lo que puede demostrarse en
cualquier librería. La experiencia se ha fragmentado, pero los
horizontes, multiplicados, se cruzan; el tiempo puede no ser lineal pero
sí obsesivo; la ficción coloniza al propio autor y a su propia vida; los
modelos saltan por los aires porque la expresión ya no puede ser la
misma, –ni la sensibilidad posee los mismos estímulos-; la fabulación se
apropia de mayores competencias; los géneros se fusionan e igualan; el
mestizaje arrasa; la literatura pasa a ser asunto de nómadas y merodeadores:
aventureros, autores audiovisuales, publicistas, plásticos que transitan
con sus técnicas a la narración literaria. Aparecen miradas
literarias radicalmente distintas. Algo en lo que hay
acuerdo entre premios Nobel como Coetzee, Herta Müller
o Elfriede Jellinek, quienes nos advierten de que la literatura
está en manos de escritores obsesivos y enfermizos, aferrados a su
lateralidad. Ellos incomodan, deprimen, conturban, abruman, inquieren…
De la literatura en estos tiempos, incluso aquí en Canarias aún se
pueden esperar sorpresas y algún latigazo. JRamallo cumple en principio
con este requisito y lo da. José Rivero Vivas lo ha venido cumpliendo desde que
su excepcional talento se puso en marcha, la literatura de mayor singularidad,
altura y exquisita nobleza formal.
El repliegue local a los géneros
En los géneros no parece que existan brumas, discontinuidades,
incertidumbres, estrategias cínicas, autocompasión, nomadismo literal o
figurado, mundos descentrados, viejos jóvenes, profesores cancerosos y
cascarrabias, salidas por los extremos y rupturas…hasta donde yo sé –no
soy lector de géneros- apenas existen o son irrelevantes . La
subjetividad desenfrenada e inquisitiva es sustituida por esmerados
encuadres en los entrelineados de planillas y plantillas; y otras
estrategias de funcionalidad que, ni siquiera disimulados, son
precisamente los valores más elogiados de esa literatura de géneros.
La hiperdulía a la sistemática, a categorías, baremos,
planes de ruta y precisas clasificaciones que en el acto de hacerlas ya están
diciéndolo todo sobre la obra, una vez inspeccionadas medidas,
pesos y acabado según los manuales de los talleres artesanales, es una realidad
notoria al que no es ajeno el expediente del G 21.
Aunque la hiperdulía crítica y sistemática que representa el G
21 con su apriorismo y golpe de efecto, no es subsumible bajo el
prisma de la nueva crítica americana, si es deudor de ella en lo que concierne
al valor de la sistematización crítica que sobrevuela al mismo fundamento
que lo permite. La literatura entonces no es más que su hermenéutica
y así el G 21 (el gran operativo del Editor eficaz) se viste posmoderno
(aunque sólo sea por fuera).
Cuestión de género
Hay una genealogía de pensamiento que arranca, impregnada de
Heidegger, con los estructuralistas y finaliza en los posmodernos. Éstos
son buena parte de los responsables: Lacan, Kristeva, Barthes, Derrida,
Foucault, Lyotard, Braudillard… Se trata de franceses básicamente, que
desembarcan en los departamentos de letras de las universidades
norteamericanas. Para empezar, han relegado la filosofía a
narrativa. Además promueven el eclipse de la razón y la idea de verdad
universal, dogmas sagrados de la Ilustración.
Los departamentos de literatura de las universidades
norteamericanas abatieron el tótem patriarcal (machista, colonial, blanco
y heterosexual) y de paso aquel famoso logo-fono-centrismo
derridiano. La hermenéutica y pautas críticas se compartimentaron en
torno a las nuevas fuentes de legitimación. En consecuencia, la
literatura pasó a ser de “mujeres”, “colonizados”, “gays”, “minoría
étnicas”... bajo la carpa de mayor jerga (jeroglífica) crítica nunca antes conocida
La verdad desparramada se hizo ubicua, multicultural y relativista, es decir,
posmoderna.
Contra este estado de cosas se han levantado prácticamente en armas
Harold Blom, Tzvetan Todorov, Muñoz Molina y otros.
Pero una cosa es el estudio y la preminencia otorgada a la crítica
literaria y otra el sesgo de la literatura actual, que hemos tratado de
reflejar más arriba, y que fluye al calor de la vida que en
lo sustancial no se deja compartimentar.
Curiosamente el G 21 ha recibido una imputación reiterada: la falta de
acogida del género. Ni una sola mujer. A fin de cuentas, otra cuestión
candente de la formalización de la posmodernidad. Era lo lógico.
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