Por Damián H. Estévez
El autor que presentamos cuenta en uno de sus poemas que un
día su nieta le pidió que la llevara al parque de los remos peligrosos.
Parafraseando, los aquí presentes tenemos la suerte de que alguien –o algo– nos
haya traído al parque de los versos peligrosos, porque este magnífico jardín en
que nos encontramos es hoy el parque de la poesía, de la novela, de la
literatura. Y éstas siempre son peligrosas, en muchas de las acepciones de esta
palabra: comprometidas, arriesgadas, azarosas, atrevidas, turbulentas,
inestables… Como resultan, en concreto, las palabras escritas de Aquiles Javier
García.
Una manera de conocer a las personas es conocer sus obras. En
la palabra “obras” se incluyen las literarias. A Aquiles García Brito yo no lo
conocía antes que a sus poemas, a diferencia de la prologuista de su libro,
Rosario Valcárcel, quien afirma que conocer a los amigos a través de sus obras
es un lujo. A mí me parece que lo contrario también es un lujo: hacernos una
idea de cómo es una persona a través de lo que escribe, especialmente cuando lo
que escribe nos resulta atractivo. La invitación que me han hecho a leer sus
poemas para esta presentación, pues, me ha supuesto una manera de conocer antes
de que nos presentaran a este hombre que está a mi lado.
Para poner un poco de orden en lo que yo he captado de Aquiles
García Brito a través de los poemas, me he permitido una clasificación (soy
profesor de Literatura, y es conocido nuestro gusto por la clasificación), para
exponerlo ante ustedes. Esta clasificación obedece al criterio del tono que
emplea en los poemas, más que de su contenido, porque encuentro en el conjunto
una amplia variedad de ellos, que nos revelan cómo es la persona. Los poemas
que incluyo en cada apartado de esta tipología se encuentran esparcidos a lo
largo del poemario. No hay en este una división hecha por el autor. Eso me satisfizo,
de entrada, porque se va de un tono a otro, y se regresa, y se profundiza o
aligera, y nunca es previsible.
El autor se muestra
irónico muy pocas veces, apenas nada; Aquiles García me parece una persona
reflexiva y serena, no proclive a la amargura y la burla que encierra la
ironía. Sólo un poema se escribe con ironía, y es un poema que narra –y es éste
también el único poema narrativo– una “fiesta de poetas”, una reunión de poetas,
prosistas, intelectuales, personas cultas, que, aunque el autor sitúa en el
lejano y exótico Tombuctú, bien podría tener lugar aquí mismo, donde nos encontramos.
La fiesta pronto se convierte en un guirigay de despropósitos y acaba con el
desierto avanzando sobre la universidad de barro de la fabulosa ciudad de León
El Africano. Aquiles García, casi al final del poema, ironiza sobre quienes
desprestigian el Arte a base de echar a pelear cada uno de los subgéneros.
Tampoco se comporta el autor de un modo festivo o despreocupado.
Sólo el poema Un día en la playa es
colorista, juguetón con las palabras, abundante en adjetivos y sinestesias, en ruidosos olores, en sensualidades y
fantasías, que convierte la vida en la
orilla, un puerto/de algarabía aventurera/hacia fuera y hacia adentro. Situado
a mitad del poemario, este poema supone un respiro de la gravedad de los
pensamientos y la profundidad de las reflexiones de los versos anteriores y también
nos concede un respiro para poder adentrarnos en los últimos, que retomarán el
tono serio y circunspecto.
Hasta aquí hemos abordado al autor por lo que no abunda en su
obra, y a continuación expondremos lo que sí es frecuente: ambas cosas hablan
de cómo somos las personas.
Sin duda, este poeta cree en el poder de la poesía. Por eso
aparece en algunos poemas un tono exhortativo; el poeta, la persona que es
Aquiles García, demuestra tener carácter para inspirar al lector para que sea,
a su vez, mejor persona. Le incita, en el poema que comienza Sí, quémala, a rebelarse contra los
muros y los axiomas y las teorías: empuña
la furia como el arma/que en la voraz revuelta,/efectuará un disparo
apasionado/ de rebelión. O, en el titulado Las horas del amor, lo alienta a no limitar la dedicación al amor,
a contar su tiempo: No hagas las cuentas
de avaros ridículos./Las horas del amor/son inconmensurables y contadas,/como
las épocas del mar, sin tiempo.
En bastantes poemas, el poeta adquiere el tono de la confidencia.
El lector se vuelve, ahora, el amigo que escucha las tribulaciones, los temores
de quien habla a través de los versos; y esta confidencia siempre es lúcida,
carente de autocomplacencia, tanto si el tema es la asunción de la necesidad de
contemplar sin nostalgia la infancia para renacer en la madurez, a lo que
obligan los versos del primer poema, Phoenix
Canariensis, como si el tema de la confidencia es la verificación de la soledad
del morir después de arrullarse en las vanidades de la vida: Y ahora,/postrado en el lecho de Nada,/atado
de manos y pies/por miserables cuerdas,/reposando sobre mí/el peso de La Loza.
El poeta busca, en gran parte de sus poemas, el diálogo con
el otro, precisa del intercambio de palabras con quien sabe que lo entenderá, y
a quien sabe que él entiende. El otro es, generalmente, la amada, quien o bien se
revela con su sonrisa, según los versos Aunque
tú me lo niegues,/lo reveló tu sonrisa; /imperceptible tras/tu disimulo, o
bien reclama su lugar entre la obra creativa del poeta en el magnífico soneto
que termina con los versos Quiero creer
que son tus recovecos/los que me hacen olvidar otros barcos, o también avisa
de que no se debe olvidar el paso del tiempo, de la conveniencia de no perderlo,
en el breve poema que dice así: El
reloj/se me olvida con frecuencia,/ pero tú/en un gesto de amor me lo
recuerdas:/El tiempo,/se te va el tiempo. Pero el otro puede ser también la
amiga que comparte bagatelas, ocios de fin de semana al tiempo que se rememoran
héroes y utopías de juventud, pasiones primeras… y cuya compañía consigue que
todo ello aún siga vigente: Esto nos
autoriza/a descubrirnos decidiendo juntos/ qué revoluciones pendientes/podemos
asumir/cualquier fin de semana.
Pero donde el autor se manifiesta más constante y sobrio es
en el ámbito de la reflexión. Medita sobre el paso del tiempo y el
descubrimiento de que hay un instante/en
que el espejo/nos devuelve la propia imagen rancia; o busca las causas del
agotamiento en que nos sumimos en nuestro mundo actual, que no son otras que la
tendencia a no hacer caso a lo que realmente debería importarnos; u ofrenda a
la madre que se distancia en su cama
de moribunda el recuerdo de su primera mirada, el recuerdo del alimento
primero, en un poema con final quevediano, quizá los únicos versos donde asoma
un poco de amargura: Mis doloridos
rezos/nunca llenarán la tumba que soy; o en el presentimiento de que un día
que amanece no nos será favorable; o indaga, en el último poema, que da título
al libro, sobre la desorientación de las personas en nuestros días, en nuestras
ciudades.
En otro orden de cosas, es obvio que no sólo aquello de lo
que habla una persona nos muestra cómo es, sino que también es significativo el
modo en que lo hace. En la forma de la poesía de Aquiles García quiero destacar
dos aspectos, porque refrendan lo que he manifestado hasta aquí acerca de su
personalidad literaria:
El autor casi nunca desvela directamente las cosas a las que
se refiere; prefiere rodearlas, describirlas, las propone siempre como un misterio
y propone que seamos los lectores quienes apuntemos el nombre que las define.
Se acentúa así la necesidad de diálogo del poeta de la que he hablado hace
poco. Por ejemplo, en el poema Postal en
baja resolución, quien –o qué–se desnuda, quien se incendia, quien
fantasea… ¿se refiere al amor de una mujer, a la lectura, a la escritura?
Ninguna posibilidad es excluyente, antes bien, cada una enriquece a la otra. Otro
ejemplo: en el poema que comienza No, no
está echada, ¿de quién –o de qué– son las manos que señalan en el mapa el
lugar en donde se encuentra nuestro destino? Cada lector debe poner aquí quién
es para él el dueño de esas manos, tanto como cuál es su propio destino. Y
otro, el más enigmático: ¿cuál es la referencia de los pronombres en quémala, rómpelo, ondeála, arrásalo? Una
sucesión de acciones conducentes a la rebelión, como ya señalamos, pero, quién
–o qué– debe ser el objeto de nuestra rabia: cada uno sabe lo suyo.
En segundo lugar, impregna todos los versos una libertad sintáctica
sin prejuicios normativos que, si bien
al principio de la lectura parece entorpecerla, enseguida nos atrapa y nos
conduce a sus dominios y crea sus propias reglas; es una estrategia más de este
poeta para exigir que nos involucremos en la lectura, que no pasemos
superficialmente la mirada por esta voz suya tan profunda.
Así es la persona que acabo de conocer con motivo de esta
presentación, o al menos la persona literaria que se deja conocer a través de
sus poemas. Invito a todos ustedes a leerlos y forjarse su propio conocimiento.
Muchas gracias.
Damián H. Estévez
Guamasa, La Laguna, a 26 de mayo de 2011
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