miércoles, 11 de abril de 2012

La cultura de la desolación, por Eduardo Sanguinetti


La cultura de la desolación
EDUARDO SANGUINETTI, Filósofo

Estamos ante una historia que nació en el desparpajo, en la arena sinuosa donde tenía lugar el interrogante de si los amerindios eran o no hombres. A partir de allí cobra sentido la necesidad epistemológica y hermenéutica de definir y establecer una nueva lectura, estamos ante una realidad compleja, y dentro de registros y códigos de saberes que fueron dejados de lado. La historia es algo más que la interpretación occidental que declara la unicidad del conocimiento humano.
La historia nace como homosemantema, el mestizaje define los vértices de la cultura nacional. La antropología declina la antigua aspiración cientista con que el discurso europeo pretendía definir lo diferente. América es una cultura de la desolación, de lo precario que se perpetúa y hago mención puntualmente en la relación político cultural que divide y desorienta a nuestros pueblos (hartos) a través de la especulación y la perversión del simulacro de enfrentamientos estériles y simulados.¿Qué enigma existe detrás de estos espectáculos? Manifiesto esto con contundencia pues hace a nuestra existencia personal y cultural, la actitud de los poderes que toman pautas y acciones propias de monarcas de reinos inexistentes.
América nace parda, mestiza, capaz de conformarse a sí misma, pero también presenta la furia de una cultura y de un racismo que tratará de desdibujarla, de desaparecerla de la faz de la tierra. Las luchas no serían sólo en lo militar, sino en lo ideológico. Las nociones de tiempo, de espacio, de dioses, de adoración se hicieron diferentes. El paradigma de la cultura ha obviado que la historia de estos pueblos ha sido sufragada en base a esclavitud, a tráfico de indígenas. El interés era sólo clasificar, hacer accesible la cultura extraña, no había historia sino la que el colonizador señalara como cierta, y en ese espacio anhelante de América se iba a imponer el olvido. Se olvidó la tolerancia, la diferencia, el diálogo entre iguales. América no fue otra cosa desde sus orígenes sino violencia, dilación, desesperanza. La riqueza cultural se defenestró por varias vías, una la del saber universitario presentido y seducido cada vez más por Occidente, y por otro lado la conducta del dominado, inconforme con sus haberes, por eso desde ese punto de nostalgias se le impondrá lo foráneo.
América subyuga, castra, envilece y cierne lo más preciado de que es propietaria, su cultura. Desde el presupuesto teórico de tierra arrasada irá quedando lo no reconocido. La civilidad se impone -desde adentro- en un esfuerzo de dominar mediante la cultura nuestra naturaleza; seguíamos trabajando con un discurso que nos segregaba desde lo más recóndito de nuestras entrañas. La muerte, el asalto, el exterminio sistemático dieron al traste con las poblaciones indígenas. Desde allí el perdón se ha vuelto casi una sustancia imposible, el suelo se tiñó de sangre, de alaridos, sólo el retruécano de oraciones mal hechas podrían olvidar la desolación, la orfandad y la muerte que circundaron a América.
Nosotros somos frutos del olvido y de la desolación, acá se barbarizaron las lenguas aborígenes, se erradicaron del habla y de las neuronas los códigos de lo africano. Se había escrito un largo epitafio. Desde Tierra de Fuego hasta Alaska al colonizador sólo parecía interesarle la tierra mas no los hombres, por eso el crimen no habría de alarmar, la violación pasó por ser un acto cotidiano. La historia es el altar de las cosas que parecen imposibles, desde allí que se unificaría el discurso, uno solo habría de ser, el esfuerzo por retener lo propio pasó a ser confundido con barbarie, con primitivismo, con inexistencia; la soledad no llenó las heridas, habríamos de dormir sobre el dolor de la expulsión de lo propio y la apropiación de lo ajeno. Somos una mala copia de una sustancia platónica, sin esqueleto, invertebrada que había dejado el escándalo para sufragarse en las lágrimas de siempre.
La cultura fue convertida en un saco de gatos, en un almácigo de espectáculos sin coherencia y en el olvido más pertinaz, el país no ha sido capaz de crear una industria cultural de lo diferente, de desarrollar ese aullido de lobo y creaciones bisoñas que nacen en los barrios, en los pueblos: ese espacio se le ha cedido a la televisión comercial, cuya labor nefasta ha sido crear veinticuatro millones de alienados, de masticadores de chiclets, de salvajes opiniátricos que no tienen comprensión de que el bienestar de lo público es el suyo.
La carne del joven lleva allí consigo el epitafio de la ramplonería que le instalaron en su epidermis las maquinitas de tatuar. Las referencias son la industria de la chatarra, no las grandes obras de lo internacional, hoy se baila como Shakira moviendo unas caderas proporcionadas al bostezo de los bisturís, traseros confeccionados dentro del malabarismo de la pornografía, pero más allá de esa panoplia, de esos resabios manidos porque no son sensualidad por lo mal presentados, por lo intrascendente del producto, subsiste un alma de lo exótico, de lo incandescente, de lo bien proporcionado, de la sensualidad y del placer a lo que no se le ha concedido el peso suficiente. Allí está el erotismo del teatro popular, de la literatura tanto de la popular como de la formal, convocando excelentes jornadas al gusto exquisito, diferentes por supuesto a esa televisión de alcantarilla que son los medios audiovisuales que confunden libertad de expresión con bodrios, con mal gusto, con falta de sensibilidad, y con amarillismo.
Los periodistas han perdido la sindéresis, han olvidado los criterios de objetividad, siempre están en afán propagandístico ofreciendo información sin confirmar, cargada, convocante a la desobediencia y a la sangre. No escapan estos personajes a la ópera bufa al confundir la conciencia colectiva, al declararse en guerra contra una democracia que ellos mismos pregonan, pero que a diferencia de la suya no se ciñe a sus principios.
Ese cuadro crea en la opinión pública el malestar, el miedo, el desaliento, la depresión, y un discurso más cerca de la banalidad de un “talk show” que de la coherencia que da el conocimiento que –no olvidemos– deviene en responsabilidad. 


1 comentario:

  1. FORMIDABLE FRESCO DE AMÉRICA HISPANA.
    EL ENFRENTAMIENTO PARA QUE TODO SIGA IGUAL.
    EXCELENTE SANGUINETTI!

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