jueves, 6 de noviembre de 2014

DEMOCRACIA E IGUALDAD NO SON LO MISMO

DEMOCRACIA E IGUALDAD NO SON LO MISMO

EDUARDO SANGUINETTI, FILOSOFO Y POETA

La relación entre consenso/disidencia es inseparable en una sociedad que gestiona la resolución de los conflictos en términos de mayoría, de políticas públicas y centralizadas, de códigos legales unívocos o de legalidades no dichas ni escritas, pero no obstante obligatorias y dependientes de la “ontología de lo mismo”: este es el estado natural y continuo que como paisaje recibimos los habitantes de Argentina y Uruguay, enfrentados a un flujo irreversible de acontecimientos que no pueden ocultar su extremo rigor.


Tanto más peligrosos cuanto menos se discuten, identificados en nuevas fórmulas en que anacronismo y homogeneidad se manifiestan cual clero secular en la permanente campaña de consenso a presión en el desdibujado acontecer político de Argentina y Uruguay.

Democracia e igualdad no son lo mismo, sino que incluso resultan términos antinómicos: si la política presupone condiciones de igualdad, es preciso entenderla como una fuerza cultural de la época: una compulsión a la identidad homogénea.

Pero a través de los procedimientos por los cuales se expresa la mayoría en nuestras sociedades y a través de este discurso apologético de la igualdad, las mayorías terminan suprimiendo la opinión y el accionar de las minorías y por otra parte, en una sociedad centralizada son pocos los sujetos que se ocupan de gobernar, pues los otros están abocados a la campaña política permanente, absorbidos en sí mismos y sus narcisos, no participando de la vida publica.

Y ¿cuál es la paradoja? Aquella que deviene de afirmar a la vez que el hecho de que la mayoría pueda hacer lo que quiera es el único principio factible de poder legítimo, con la venia del régimen o del gobierno de turno, deviene en una injusticia de enormes dimensiones en antípodas al orden natural, la constitución, la legislación vigente y, sobre todo y ante todo, en disonancia con la declaración de los derechos humanos, tan mencionados en este tiempo.

Ahora bien, en una sociedad de iguales ¿a quién puede apelar una persona o grupo que es discriminado? Aunque no se trata técnicamente de la “excomunión” de los mismos, como germen de diferencia, sino porque el efecto de la mayoría no reside solamente en señalar al diferente o disidente sino también en seducir su voluntad a través de la presión del sentir de la mayoría. La consecuencia es el abandono de la opinión, el exilio, el ostracismo y, en el peor de los casos, la violencia puesta en acto hacia quien resiste a la opinión de la historia oficial.

No me estoy refiriendo a los peligros del Estado totalitario (ese cuco que suelen usar los liberales o los intelectuales postmarxistas que se avivaron luego del archipiélago Gulag) sino a la amenaza de los consensos y de una cultura igualitaria. Si el deseo de libertad depende del amor al riesgo de vivir con la verdad, es necesario aceptar que la soledad es una sanción socio-polí­tica posible hoy en Argentina y Uruguay, deviniendo el temor al “síndrome del paria” socializa gregariamente: el miedo no es tonto, a pesar de los ismos de la diferencia y la discriminación puesta en acto; cada uno puede producir un delicado mapa de ruta y descubrir su receta de supervivencia en este estado de cosas donde el demonismo como metáfora de la realidad colapsa todas las representaciones

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