lunes, 10 de noviembre de 2014

Eros y Tánatos, Frida Kahlo

Eros y Tánatos, Frida Kahlo

ROSARIO VALCARCEL

Todos los seres humanos y especialmente los artistas somos actores de un sinnúmero de historias: reales o ficticias, tiernas e inocentes, desesperantes o terroríficas. Todos estamos sometidos a nuestros estados de ánimo o vivencias.
En el caso de Magdalena Carmen Frida Kahlo y Calderón, 1907-1954, fue su proceso personal, su vida, su fantasía revolucionaria de “transformar al mundo” y su especial capacidad de amar locamente lo que determinó su imaginación artística y le dio una connotación feminista y provocadora.
Y hoy coincidiendo con el 75 aniversario de la creación de “Las Dos Fridas” y el 60 aniversario de su fallecimiento, Diego Casimiro, curador de esta exposición, ha querido hacer un homenaje a la obra de esta artista, junto con 42 pintores plásticos que con un lenguaje propio han conseguido introducirnos en el testimonio de Frida Kahlo.
En su historia azarosa, en los desnudos casi literarios,
dedicados a Frida como el de Clodobaldo González que igual que en un escenario teatral juega con el ilusionismo y permite que se nos presente natural y desinhibida. O sensual con el cabello suelto como es la escena de Lilian Campo un desnudo de mujer que se retoca el cabello envuelta en una sensación de intimidad. Y hablando de cabellos, René García Ramón nos muestra una Frida muy fashion, con la melena cortada, símbolo de los votos de su segundo matrimonio con Rivera.
El significado del cabello como medio expresivo del dolor del alma.
Y la fortaleza en la obra de Hosnova. Una imagen atormentada que huye de la autocompasión. Una Frida con corsé de acero y yeso que simboliza su columna vertebral herida. Y herida brutalmente con unas tijeras nos la exhibe Ángel del Barrio simbolizando el flujo del dolor. Heridas y más heridas esta vez emocionales nos presenta Zoraida Rodríguez en una Frida dividida, una coqueta y apasionada, otra atormentada, cuarteada por el desamor de su marido.
Un dolor que solo se puede aliviar con los sueños:
A los que nos transporta Arima García en “El nacimiento de Venus” un óleo de una Frida sensual que evoca la escultura de Boticelli. En ambas obras la Venus oculta sus senos y la zona genital con sus brazos. Ilustra el misterio del origen del mundo, de Maya Tonogami, representado por el globo terrestre que pare Frida acompañada por la propia autora que le da fuerza. Fantasean con un universo mejor, con un hueco para los sueños como el de Jesús Ojeda, un paisaje de pinceladas oscuras pero brillantes con predominio de rojos. Poder y vitalidad del mar, del Cosmos, realizada con óleo y mortero de arena conglomerado sobre soporte de lienzo. Y otro sueño:
Volar. ¿Pie para que los quiero si tengo alas para volar?
Es la muestra de Juana Teresa Rodríguez en su Frida vuela libre, con un enjambre de mariposas, culto en muchas culturas. Encarnan la posibilidad de moverse a su antojo, la salud. El gozo de vivir, lo manifiesta Juan Hernández, con una gran Frida convertida en una mariposa que quiere salir del cuadro. Con ese deseo irrealizable de elevarse representado también por una expresiva mariposa de Elena Robaina junto al simbolismo del reloj como paso del tiempo, a la cercanía de la muerte que siempre nos espera.
Y el color de la vida,
en el verde luminoso y encendido que nos presenta Luis Diego Blanchard, una Frida esplendida con un colibrí vivo, símbolo de la buena suerte. Y hablando de colores Patricia Sullivan nos regala una dama de amarillo y rojo. Una fusión de colores en los que experimenta con el misterio de la vida, la energía. Con el sufrimiento de dos corazones al descubierto, palpitantes, enviado por Leo Lobos. Dos corazones unidos por vasos sanguíneos en forma de enredadera, inmersos en una paleta de amor color cobalto. Y más dolor y soledad en la Frida de Eva Lilith quien nos afirma que la Kahlo le trae recuerdos de ella misma, instantes de fuerza y de desarraigo que la llegan hacer masculina…   
Y al delirio onírico,
nos transporta Dunia Sánchez Padrón, en la silueta una mujer de la que brota un pelícano y en cuya cabeza está el corazón y a sus pies el simbolismo vegetal, las raíces de lágrimas.  Nos transporta al surrealismo como las manchas, que viven en la obra de Carmina Hernández, que reflejan la tormenta y la tristeza, el sosiego y la paz. O las nubes de Victoria Sánchez, disueltas en manchas tenebrosas, en manchas que representan a una Frida con un abanico abierto unido con hilo de sangre a un sombrero azul,  Diego Rivera y su caos interno su caos interno. Y el llanto azul de Ester Barber que cae sobre un fondo rojo de sufrimiento y se desploma sobre una gran D mayúscula. 

Javier Rodríguez López nos muestra un recuerdo prenatal que realiza con tela, cristal, metal, un hueso, símbolo de la parte que no muere, y la vida en las dos Fridas que se columpian en lo alto contemplando el panorama. Los recuerdos y las vivencias. O la sensación de monumentalidad y sosiego, dos conceptos en la pintura de Isabel Echevarría El encuentro entre el arte de Frida y una anciana con una niña, tal vez ella misma. El ayer y el hoy en una escena callejera. Y con trazos sueltos y de vivos colores, aborda Juan Cabrera una Frida muy personal, con un mensaje provocador y directo de fuertes pinceladas verdes de esperanza en su rostro.
O Serena a pesar de los amores robados, de los repudios… como la Frida que nos envía Beatriz Hidalgo que titula Dos Diegos… una pasión. Una trasposición de imagen a nuestro Diego Casimiro. Una influencia, un bello poema en su arte. Y con ojos grandes, grandes y unas cejas muy oscuras como signo de revelación y africanidad nos la ofrece Nadia Monteiro en su collage colorista. Y otro representante de Africa, Abdoulaye nos traslada a la abstracción con rasgos picassiano llena de colores fuertes. Muy expresivos.   
Para Baudelaire el ser humano está inmerso en el misterio que envuelve a la vida y al universo. Y ese misterio es el que nos acerca Manuel Romero con una Frida envejecida que, sujeta un pincel en la mano y, se representa asimismo junto a su marido, evocando su amor incondicional. Pero cuando afloraba su desesperación, surgía su espíritu libre, buscaba la satisfacción de su cuerpo en otra mujer como nos la representa Irma Ariola con su A tres y Janet Leal con sus Dos mujeres, el tono lésbico de figuras femeninas ligadas a la anatomía humana. La sensualidad compartida de Frida.
O la expresión del arte y del amor libre,
fuera de cadenas como la obra de Pilar Arranz. Cadenas por las que se sentía apresada por Diego, por el hierro que la atravesó y la marcó toda su vida. Envuelta en una gran mancha azul de agua como signo de la fugacidad es la obra de Rolfes K. donde una bailarina danza en el mar, en un remolino de emociones apasionadas de las que no puede escapar.
Y dejándose llevar por la alegría de vivir, pinta Emilio Almoguera una alegoría de felicidad, una Frida-Geissa joven, natural, bella, segura de sí misma, engalanada con estrelicias, típicas también de la flora canaria. La acompaña su loro y su mono Caimito, símbolo de júbilo y lujuria que lo festeja Arsenio Morales con una composición sobre la evocación y la memoria. Las Dos Fridas acompañadas de amigos, escritores, pintores y su propio marido que la convirtieron en el objeto del deseo.
Y aborda el tema de la maternidad Lesli Zapata y nos envía un gran medallón donde habita una Frida que amamanta un bebé, mientras vigila a otro niño que está a su lado. Una alusión simbólica a la maternidad dos veces perdida. Y la fauna y la flora en el acrílico de Paz Barreiro un mosaico repleto de emociones, el día y la noche, el sol y la luna, la diosa de la tierra Cihuacoatl. Y la figura mitológica con forma de perro Xólotl, el guardián del mundo de los muertos. Y la serpiente emplumada y la calavera, signo de la muerte que nos sonríe, representada en una acuarela sobre papel de Carmen Cruz. Y más acuarelas: La de Ángel Cabrera, titulada Desiderium Affectu representa la añoranza, el dolor de un amor pasado, el recuerdo enrejado en pimientos colores malvas.
El mundo interiorizado.
En la obra titulada Sombra de Frida como en la de Free-da Paco Navarro y Diego Umerez, exhiben la alusión sexual de ella, la mirada masculina que vive en el cuerpo femenino. O el susurro de la verdad interior que exhibe José Sosa Serván en la Casa Azul, un lugar en el que los celos, las pasiones, el arte y la muerte adquieren un aspecto cotidiano al que Bulhosa Jorge le añade los objetos de Frida Kahlo con verdes y azules que simbolizan la distancia de Diego, el dolor como en la obra de Victor José Guindo Singh y Manuel Lantigua con una técnica de Collage más Pintura: Vida y pasión, muerte y reencarnación de Frida. La inmortalidad.
Un homenaje a esas Dos Fridas que alude a la diversidad étnica de sus orígenes mediterráneo e indígena. A Frida Kahlo, a su amor por Diego Rivera, otro grande de la pintura, al arte, a la vida. Un homenaje a una mujer adelantada a su tiempo y a su género. Un mito, un símbolo de la trasgresión. Un homenaje a su imagen: tocados florales, melena, cejas, bigote, sensualidad femenina, y masculina, la flora y la fauna mexicana, el folclor, la libertad, a sus obsesivos autorretratos. A su pensamiento mágico. Todo eso que nuestros 42 pintores han sabido reflejar en sus óleos, acuarelas, collages. Un homenaje a una pintura llena de  simbología y emociones que podemos comprender, una búsqueda del sentido del existir.
Una exposición que permite múltiples lecturas y que ha sido posible gracias al Área Cultural Diego Casimiro AC/DC, a los pintores que han participado, así como a Enmarcaciones Vidal y al Centro Comercial El Muelle.
Que nos han aproximado a la esencia de un ser humano llamada Frida Kahlo, una pintora del amor y la muerte.
Blog-rosariovalcarcel.blogspot.com


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