'TOP GUN MAVERICK' Y LA TRISTEZA EN LA POLÍTICA
JUAN CARLOS MONEDERO
Una "fonda" en Chile es un terreno al que se le pone un techo con palos y ramas para convocar la fiesta. Allí se baila y se sirven comidas y bebidas en celebración de las fiestas patrias. Hemos visto esta semana bailando en la fonda del Parque O’Higgings, en Santiago, a Giorgio Jackson, Ministro del Gobierno de Gabriel Boric, y a la Portavoz Camila Vallejo. Él con su traje azul desgarbado y el pañuelo al aire bordeando los picos de la cordillera; ella con su vestido de flores remangado por encima de la rodilla, la sonrisa en la cara y el requiebro en el cuerpo. Celebrando la vida. Transmiten alegría.
Y la alegría ¿cuándo nos la robaron en la política? Es verdad que la pandemia ha sido un golpe terrible del que son más las cosas que ignoramos que las que sabemos. Meses encerrados, la guadaña amenazando cada día, dos años todos bajo sospecha, un mañana con demasiadas incertidumbres, la economía detenida, el futuro clausurado, los ancianos muertos en soledad en el peor escenario posible... Es curioso que casi siempre, cuando decimos "hace dos años que no nos vemos" o "la última vez que vine fue hace cuatro años" siempre hay que sumarle dos más de la pandemia que están como escondidos en los pliegues de la desmemoria.
La crisis de 2009, la pandemia y ahora la guerra son un sumidero de alegría. Han traído el desconcierto de la gente decente y el auge y envalentonamiento de la extrema derecha, jaleados por unos medios de comunicación que se han perdido todo el respeto a sí mismos. En la tristeza y el miedo solo cabe el autoritarismo. No hay izquierda o progresismo, no hay política para las mayorías y para los de abajo si no recuperamos el optimismo. Un optimismo trágico, pero optimista. O un pesimismo lúcido ante todos los desper
fectos, pero esperanzado.
Es indudable que
los norteamericanos saben captar como nadie en el cine la magia de la comunión
colectiva. El mito de los Estados Unidos como un pueblo bajo una misma bandera
es un invento de Hollywood. Lo han hecho en la política –basta el ejemplo de El
ala oeste de la Casa Blanca, de Aaron Sorkin-, en el periodismo - The Newsroom,
también de Sorkin – y, por supuesto, en la guerra -Senderos de gloria de
Kubrick, Black Hawk Derribado de Riddley Scott o todo el cine del oeste de John
Ford-. Esa comunión colectiva del pueblo norteamericano tiene que ser la
comunión de la humanidad, como cuando en Independence Day, después de tumbar a
los marcianos, un cowboy pone el pie encima de los restos del platillo volante
y dice: a partir de ahora, el 4 de julio será el día de la humanidad. Y tan
oreado.
Top Gun Maverick es
una revisión de todo el cine de camaradería bélica de Washington y tiene todos
los ingredientes para que el mundo comulgue con esos pilotos que van a salvar a
la humanidad en una misión suicida por pura generosidad y compromiso.
Como en las
películas norteamericanas al uso, el gobierno y los altos mandos militares son
unos burócratas que no hacen otra cosa que joderle la vida a los buenos
ciudadanos que solo quieren hacer lo correcto. Tom Cruisse, como Maverik, es un
simple capitán. Tras treinta años de servicio debiera ser, le recuerda un
superior, al menos Almirante o Senador o Presidente de los Estados Unidos. Pero
Maverick piensa: no es posible en ese ejército de mandos cobardes, pusilánimes,
rehenes de códigos anquilosados y manuales oxidados.
Si en Skyfal, James
Bond regresaba a las viejas maneras, un cuchillo, el Austin y una vieja radio,
para intentar recuperar la gloria de los servicios secretos británicos en
tiempos de revolución informática, el mítico Top Gun regresa a los F-14 de los
tiempos de felicidad, cuando se estaba ganando la guerra fría y no había
enemigo complicado.
El honor de Maverik
choca contra la "ciénaga", esa cuerda de funcionarios cobardes de
Washington, bestia negra de Donald Trump y que terminó siendo asaltada cuando
los seguidores del Presidente del pelo naranja, armados y ataviados con cabezas
de bisonte asaltaron el capitolio produciendo la muerte de cinco personas en su
intento de parar el nombramiento de Biden. La nostalgia tiene esas cosas.
En el camino, Top
Gun Maverick se deja unos cuantos lugares comunes propios de Hollywood y de la
sociedad gringa (o viceversa): la camarera redimida por el militar (Oficial y
caballero), la felicidad en el verano y la High School, cuando éramos jóvenes y
desentendidos (Grease), el maestro que siempre tiene que saber más que los
alumnos que se quieren pasar de listos (hasta en El indomable Will Hunting de
Gus Van Sant), los malvados enemigos sin rostro que quieren matar a los buenos
-a los que sí vemos la cara, por supuesto- (Star Wars o cualquier película de
guerra norteamericana). Y, como decíamos, la camaradería, mucha camaradería,
propia de tiempos de guerra, de lucha, de conflicto (Evasión o victoria, de
Houston o todo el cine bélico).
Al final, no te
queda otra que esperar que los buenos ganen y los malos pierdan, que los héroes
se rediman, que las cuitas del pasado se superen, que el amor venza a cualquier
dificultad y que los Estados Unidos regresen a su gloria. Todo muy sencillo y,
seguramente, necesario después de la pandemia. Sobre todo para los que no
deseen hacer ni una sola pregunta. ¿Quién no quiere ser feliz?
Esta semana hemos
sabido a través de correos desclasificados de Hillary Clinton que asesinaron a
Muammar Al Gaddafi, el Presidente libio, para evitar que consolidara una unión
panafricana que prescindiera del uso del dólar al promover una moneda común
africana. Allá donde han llegado los aviones norteamericanos no han llevado
precisamente la felicidad. Sino todo lo contrario.
La felicidad
política no se importa. Hay que mirar adentro para encontrarla. La construyen
los pueblos, sobre todo cuando hablan consigo mismos y dialogan con los demás
pueblos desde quienes son. Sin interferencias. Y para eso, hay que estrecharle
el espacio político a los organizadores de la tristeza. El Presidente de México, López Obrador, el
día del Grito de Independencia, día nacional de su país, le ha dicho a Estados
Unidos y a Rusia, es decir, a los intereses de la industria bélica, que menos
Top Gun y más diplomacia. Menos aviones supersónicos y más lapiceros.
Necesitamos una película donde la épica no tenga que ver con bombas, sino con
detenerlas. Donde el héroe sea no quien dispara misiles sino quien abre
conciencias. Completen ustedes el guión de esa película. Hay spoiler: va a
costar esfuerzo, pero al final vale la pena. Porque la política podrá volver a
ser un lugar de la alegría.
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