SÉ DE UN LUGAR
MAITÉ CAMPILLO
Ahora mismo le puedes decir basta al miedo que heredaste, porque la vida es aquí y ahora mismo. Un día me animé y cuando ya había pasado le dije, casi cobardemente: TE AMO; ella se detuvo, se dio la vuelta y me dijo: YO TAMBIÉN. Entonces, se me escaparon de las manos los globos que vendía en la plaza y el cielo del sábado, se llenó de colores (Poeta cantautor argentino Facundo Cabral asesinado el 9 de julio de 2011 en Guatemala. Frases y palabras que lo dicen todo, chorro de luz, manantial en combate de primaveras)
Sé
de un lugar para ti
Un lugar donde a
la mascada no le falte
alimento ni lucha por ello aunque engrillen mi libertad.
Sé de un lugar, un lugar para ti, donde las fuentes de manantial sacian la sed de los caminantes
y los bancos nunca faltan
en los parques, donde cobijar no el dinero, sino el descanso.
Ese lugar existió, no es una invención,
la mentira no tuvo espacio
y la verdad, se valoró, tanto como la vida. Un lugar donde el
viejo Iván Borovika a sus 92
años, seguía integrado, sentado
en un banco de la plaza donde respiraba el olor de las flores y expandía con total lucidez su
memoria; aún se atrevía
a dar paseos por las alamedas, que rodeaban el
municipio donde
vivía, en una
pequeña casa con su
huerto y sus flores con sus frutas y
verduras. No es un cuento así nomás por contar, es un lugar donde lo que debía importar,
importaba tanto como
toda
su gente. Un lugar donde el viejo Iván fue
considerado como el abuelo de
todos, el que más años tenía, un lugar para ti por su
cultura y su sonrisa
eterna, respetada, escuchada
y querida. Hacia él llegó Tatiana,
andaba recopilando historias y aunque muy joven, soñaba con
ser escritora, quería ver y conocer al abuelo de la
aldea de cuando resistieron
la brutal ofensiva; hasta allí llegó para convivir, como una más, acompañando sus días y noches en plática diaria y un poco
de café, que le ofrecía
gustoso el viejo Iván. Así es que empezó a narrar su
historia a Tatiana,
que tan bien describiera,
el célebre Gorki, en su libro
La
Madre:
<<Cada
mañana, entre el humo y
el olor a aceite del barrio obrero,
la sirena de la fábrica
mugía y temblaba. Y de las casuchas
grises salían
apresuradamente,
como cucarachas asustadas, gentes hoscas, con el cansancio todavía en
los
músculos. En
el aire frío
del amanecer, iban
por las callejuelas sin pavimentar hacia la alta jaula de piedra que, serena e
indiferente, los esperaba
con sus innumerables ojos,
cuadrados y viscosos.
Se oía el chapoteo de los pasos en el fango.
Las exclamaciones roncas de
las voces dormidas se
encontraban unas con otras, injurias soeces
desgarraban el aire. Había
también otros sonidos, el ruido
sordo
de las máquinas, el silbido del vapor. Sombrías y adustas,
las altas chimeneas negras
se perfilaban, dominando el barrio como gruesas columnas. Por la tarde, cuando el sol
se ponía y sus rayos rojos
brillaban en los cristales de las casas, la fábrica
vomitaba de sus entrañas
de piedra la escoria humana,
y los obreros,
los rostros negros de humo, brillantes sus dientes
de hambrientos, se esparcían
nuevamente por las calles, dejando
en el aire exhalaciones húmedas de la grasa de las máquinas. Ahora, las
voces eran animadas e incluso
alegres, su trabajo de forzados había concluido por aquel día, la
cena y el reposo los esperaban
en casa. La fábrica había devorado su
jornada, las máquinas habían succionado
en los músculos toda la fuerza que necesitaban. El día había pasado sin dejar huella, cada explotado había dado un paso más hacia su tumba, pero la dulzura del reposo se
aproximaba, con el placer de la taberna llena de humo. Los días de
fiesta se dormía
hasta las diez. Por la tarde, paseaban perezosamente
por las calles, los que tenían
botas de goma, se las ponían aunque no lloviera, y los que poseían un
paraguas, lo sacaban aunque hiciera sol. Al encontrarse,
se hablaba de la fábrica,
de las máquinas, o se deshacían en invectivas contra los capataces. Apenas si
alguna idea, pobre y mal expresada,
arrojaba
una solitaria chispa
en la monotonía gris de los días. Los jóvenes permanecían
en el café u organizaban pequeñas
reuniones en casa de alguno,
tocaban el acordeón, cantaban canciones innobles, bailaban, contaban obscenidades
y bebían. Extenuados por el trabajo,
se embriagaban fácilmente, la bebida provocaba
una irritación sin
fundamento, mórbida, que
buscaba una salida. Entonces,
para liberarse, bajo un pretexto fútil, se
lanzaban uno contra otro
con furor bestial. Se producían riñas sangrientas, de las que algunos salían heridos; algunas veces había muertos>>.
El viejo Iván Borovika,
había sido uno de esos tantos jóvenes que
tuvo la gran suerte de conocer un
día en la fábrica, unos muchachos que le hablaron de una
sociedad
distinta; empezó junto a ellos a organizarse, reunirse, repartir
pasquines, tomar conciencia, ayudar a que
otros la tomasen y ver la
vida de otra manera. Borovika
había empezado a sentirse así mismo
con una seguridad que desconocía,
a
profundizar
y dar sentido a las cosas sumando
sentimientos, que le transmitían
fuerza,
firmeza interna y valor aún en medio del silbido
de las balas
y conocer camaradas como Katia, a la que unió amor, ideal
y causa por la que merecía la pena luchar. Compartieron momentos difíciles, convulsos de agitación contra el imperio zarista y patronos explotadores esclavistas; tiempos de impotencia, humillación y mucha represión.
Conoció la cárcel,
la tortura,
la persecución, el destierro y la dureza de una clandestinidad,
a la que había que ceñirse
férreo, además del alejamiento de Katia, hasta la llegada de la Revolución. Se reencontraron,
y ahí en la sociedad por la que ambos pelearon por la que habían soportado
todo tipo de represalias,
el joven Iván, promete no
separase de ella jamás y compartir
juntos esa recta final
que ya había empezado a desvanecerse ante sus ojos bañados
por el triunfo. Con la garantía soñada de que el pasado,
ese feudalismo
cruel ya no se repetiría
jamás, y que el futuro
era el presente que estaban
vivenciando, el despertar del mañana mismo, el mágico
amanecer luminoso en medio de un cielo despejado hasta gritar
de emoción: LO HEMOS
LOGRADO!
En la sonrisa de ambos brotó el color del
ánimo fresco de reivindicaciones sobre los perfiles
definitivos de la victoria. Iván cumplió su
promesa de seguir soñando
juntos y despiertos porque no solo
es justo sino necesario,
compartir, crear y seguir, siendo
pueblo un lugar donde vivir y amar como una más,
al
sur de Ucrania, donde vivía toda su familia campesina y
allí juntos trabajar la
tierra, ese pedazo de tierra
que le prometió al lado de sus abuelos; un lugar donde brotan las flores, donde los ríos emanan
su propia danza y los montes
esperan sus pasos;
un lugar donde la nieve amansa las fieras
donde sentir la hierba la lluvia y el sol;
un lugar donde las hojas de
los árboles abunden en
la
acaricia y refresquen las uvas no de ira sino
de besos junto al trigo y los girasoles mecidos por
el viento y el run-run de las abejas produciendo,
junto a los hijos del sol
y las altivas amapolas rojas
de la Revolución revoloteando
al son de los almendros del viejo
árbol.
Pero un día llegaron los nazis con 134 divisiones con máxima capacidad de lucha y
73
divisiones más para el despliegue detrás del
frente
invadiendo la tierra soñada
un
22
de junio de 1941. Tres grupos del ejército que contaban con más de tres
millones de soldados alemanes apoyados
por 650 mil soldados de los aliados de Alemania (Finlandia y
Rumanía) a los que se
sumaron unidades, de Italia, Croacia, Eslovaquia
y
Hungría. Atacaron a lo largo de un amplio frente que iba desde el Mar Báltico,
en el norte, hasta
el Mar Negro en el sur;
ahí se encontraban Iván
y Katia, que pudieron
huir e incorporarse
a la resistencia a seguir
luchando con la rabia de ver su tierra
invadida. Había llegado la bestia que no cejaba de asesinar a cuanto
civil se encontraba en su avance.
Iván se destacó en su
grupo desde la retaguardia
asentando
duros golpes y bajas a
las tropas nazis. Fueron
cercados por
un destacamento nazi; Iván logra escapar, pero la mayoría de sus camaradas
fueron
asesinados y Katia en
la huida cayó herida, fue hecha prisionera, violada, torturada e interrogada se
negó a decir donde se escondían
los guerrilleros. Ultrajada y herida la llevaron a su pueblo
donde
fue paseada desnuda y rapada, finalmente ahorcada. Iván sufrió
por Katia, siguió luchando con la misma rabia
de todo un pueblo contra el mayor ejército de asesinos del mundo. Vencido el ejército nazi con la entrada en Berlín del Ejército
Rojo; Iván, que era uno de ellos,
volvió a su casa y a su huerto,
a su
pueblo al sur de Ucrania. Había dejado atrás lo que más quería, su
camarada de lucha, su compañera de vida, lo que más quería.
El sevillano
Jesús de la
Rosa
Luque, cantó a la vida con una voz tan
propia, fresca
y penetrante que merece un espacio
en esta nota, donde los sencillos que construyen y comparten tienen cabida por su entrega
en momentos duros teniendo en cuenta que para crear,
y poder expresarse como
una quisiera, no es fácil su época,
era de
represión y censura donde poder mostrar
sueños gigantes sentimientos más profundos y palpables. De la Rosa fue
fundador de Triana, banda de rock andaluz, músico y
líder indiscutible
en el que destacó como teclista, cantante y compositor,
desaparecido
tras un accidente mortal de carretera (Sevilla,
5 de marzo de
1948- Burgos,
14 de octubre de 1983): ''Abre
tu corazón que hoy vengo a buscarte,
sé de un lugar, sé de un lugar para ti, donde pronto amanece, donde brotan
las flores,
donde el río y el monte se aman,
donde el niño que nace es feliz''. Sé de un lugar... un lugar donde juntarse
y compartir, donde amar y jugar en
libertad ajustando sentimientos y palabras de ensoñación para reír y también llorar.
Sentir y vivir en eco de tu voz los almendros floreciendo
cual
mariposas sus pétalos
en danza; abunden
los humedales naturales las
marismas repletas de vida y no el asfalto
de la muerte del musgo y las aves luchando entre
plantas y mil flores
al aleteo del trino de los pájaros
y
los ríos vuelvan al cauce
las aguas; un lugar donde
ni los sueños ni la libertad son
palabra hueca ni ácida ni áspera
ni mentira ni trampa. Sé de un lugar... un lugar donde
crecer y desarrollar la
palabra avivando la esperanza
contra la ciudad de la trampa; donde no se atreva aplastar la sombra del monstruo de la tortura
la vida de los seres humanos; donde su futuro esté
sellado contra el olvido y
explotación; un lugar de palabra, no de palabras precipitando la agonía, un lugar para ti incorporando
la luz a las huellas de
los desaparecidos,
como un memorial de agravios comunes que conviene saber el qué defender y a quién amar como
dijera Roque Dalton en su
Tercer poema
de amor:
A quienes te digan que nuestro amor es extraordinario
porque ha nacido de circunstancias extraordinarias diles que precisamente luchamos
para que un amor como el nuestro
(amor entre
compañeros de combate) llegue a ser en
El Salvador
el amor más común y corriente casi el único.
Maité Campillo (actriz y
directora d` Teatro Indoamericano Hatuey) La Haine
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