ITALIA, CAPITAL SANTIAGO
Ante
la perspectiva de una victoria de los hijos del fascismo en el país
transalpino, no cabe quitarle hierro a sus consecuencias porque los nuevos
fachas sean, como Vox, atlantistas y neoliberales
PABLO IGLESIAS
Giorgia Meloni en un acto
organizado por Fratelli d' Italia
en la Piazza del Duomo (Milán, Italia).
Hay una lección política que el siglo XX repitió en varias ocasiones: al fascismo le abrió las puertas de par en par la derecha liberal sobre la base de dos principios, el comunismo sería peor y el fascismo “no iba a ser para tanto”. Temo que ese mismo “no va a ser para tanto” aparece ya en algunos análisis sobre Italia.
Hoy el comunismo no representa una amenaza para nadie ni en Italia ni en ninguna parte. No hay ya criadas que se sonrían oliendo el pánico de sus señores temerosos por sus gaznates mientras escuchan cada vez más cerca los cañones de la revolución. Todo lo más, hay algunos gobiernos progresistas en América Latina y algunos partidos de izquierdas diseminados por el mundo, en un contexto geopolítico donde los intereses de empresas multinacionales y Estados han dejado escaso espacio a la ideología y devoran el planeta. Sin embargo, la retórica anticomunista goza de una salud envidiable, y con ella los nuevos fascismos se van normalizando, medios mediante, en todas partes.
Hoy, 19 de
septiembre, desde las páginas de La Vanguardia, Enric Juliana analizaba con su
lucidez habitual un escenario político italiano en el que Meloni, la heredera
directa del fascismo italiano (se afilió con 16 años, nada menos que en el
partido de Giorgio Almirante, y desde entonces fue ascendiendo en la estructura
del posfascismo de MSI y Alianza Nacional) podría encabezar un gobierno de
coalición entre dos fuerzas de ultraderecha y el partido de Berlusconi.
El análisis de
Juliana presenta a Meloni como una admiradora de Almirante, de Fini y de Trump
que, sin embargo, no es imbécil (como quizá lo habría sido Salvini) y que no va
a cuestionar ni a la OTAN ni las recetas económicas de Draghi, al que presenta
como posible tutor del nuevo gobierno facha. Meloni no sería tan peligrosa
porque acepta la OTAN y flirtea con Draghi. El problema es que un gobierno no
es menos facha por cerrar filas con la OTAN o con el neoliberalismo tecnocrático
europeo. Y esto es también una lección histórica del siglo XX.
Permítanme
hablarles un poco de historia. En los meses previos al golpe de Estado contra
Allende, algunos de los principales dirigentes de la Democracia Cristiana
chilena viajaron a Italia a encuentros organizados por la Democracia Cristiana
italiana. Allí les contaron a sus camaradas italianos que su partido defendía
el diálogo con el gobierno de la Unidad Popular, que estaban comprometidos con
la democracia, que estaban contra el capitalismo e incluso que estaban a favor
de una suerte de socialismo “comunitario”… Pero les deslizaron que quizá el
golpe de Estado, en cuya preparación ya participaban, no iba a ser para tanto,
y además podría facilitar que les devolvieran el poder. Poco después, los
diputados democristianos chilenos votaron junto a la derecha en la Cámara de
diputados el infame documento que dio cobertura política al golpe de Pinochet.
Al fin y al cabo, el golpe “no iba a ser para tanto”, la derecha chilena no era
tan fascista como parecía y la tradición constitucional del ejército chileno
estaba fuera de toda duda. El “no va a ser para tanto” operó una vez más.
Tras el golpe de
Chile, las torturas, los millares de asesinatos y una prolongada dictadura que
constitucionalizó el neoliberalismo, cayeron para siempre sobre las conciencias
de los democristianos chilenos. Pero ya se sabe que no hay pecado que una
confesión secreta no pueda absolver.
La memoria
histórica es uno de los materiales más valiosos para hacer política, y hoy,
ante la perspectiva de una victoria de los hijos del fascismo en Italia, no
cabe quitarle hierro a sus consecuencias porque los nuevos fachas sean, como
Vox, atlantistas y neoliberales. Y lo mismo cabría decirle a la progresía
mediática que se empeña en blanquear y presentar como respetable a un Feijóo al
que la historia reserva el mismo rol de conserje del fascismo que tantos
moderados y democristianos ejercieron en el pasado. Decir esto no supone
legitimar los discursos electorales de un centro-izquierda italiano que vuelve
a entonar el clásico “que viene el lobo” y que apela hipócritamente al voto
útil sino, simplemente, recordar algunas lecciones de la historia del siglo XX
que la izquierda no debería olvidar.
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