EL INFIERNO EN LA TIERRA
ALICIA ALONSO MERINO
Cuando Dante describió el infierno en la Divina Comedia, lo hacía refiriéndose a imágenes como ríos de sangre hirviente, desierto ardiente de arena con lluvia de llamas, donde “los pecadores” eran inmersos en excrementos humanos, mordidos por serpientes, golpeados contra las paredes y el suelo y quemados con fuego, entre otras lindezas. Jamás el florentino llegaría a imaginar que, 700 años después, su elucubración tendría una concreción terrenal real: los campos de detención para migrantes en Libia.
Libia es uno de los
países donde Europa ha externalizado sus fronteras y que recibe miles de
personas cuyo único “pecado” ha sido migrar huyendo de sus países por las
causas más diversas: persecuciones, empobrecimiento, desastres
medioambientales… Muchas de estas causas producidas por un capitalismo
colonialista y depredador que hace invivible la vida en sus países de origen.
Por lo que estas personas se ven forzadas a escapar de sus hogares ubicados en
Sudán, Eritrea, Somalia, Etiopía, Egipto o Bangladesh.
Quienes logran
superar la travesía por el desierto, después de sufrir las más inconcebibles
vejaciones y formas de esclavitud, se encontrarán, en el peor de los casos, con
la probabilidad de ser encerradas en campos de exterminio y concentración,
eufemísticamente llamados centros de detención.
El Departamento de
Lucha contra la Migración Irregular (DCIM) dependiente del Ministerio del
Interior en Libia es el órgano encargado de las gestión de estos lugares. Allí,
de forma arbitraria se encierra a personas migrantes y refugiadas que ha
intentado cruzar el Mediterráneo y han sido interceptadas y desembarcadas a la
fuerza, por los llamados guardacostas líbicos, financiados por la Unión Europea
e Italia. Pero también existen decenas de lugares no oficiales de cautiverio,
repartidos por todo el país, gestionadas por las milicias armadas y que cuentan
con el beneplácito de las autoridades líbicas.
Los informes de
Amnistía Internacional y de la Misión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU
(el último de marzo del 2022), sobre la situación que se malvive en estos
campos de concentración son espeluznantes. Existe una discordancia de datos
entre el número de personas que el gobierno líbico declara desembarcar y el
número de personas a las que encierra en los centros “legales”, que nos hablan
de miles de personas desaparecidas de las que no se sabe su paradero. Por otro
lado, los testimonios que recogen los informes hablan de condiciones de
detención inhumanas: hacinamiento, falta de agua, escasez de comida, plagas de
insectos, prohibición de acceso a los baños o privación de tratamientos médicos
esenciales.
También se
encuentran testimonios que hablan de extorsión a las familias de las personas
arbitrariamente detenidas para que paguen un rescate, trabajos forzados,
coacciones sexuales a cambio de alimentos o la libertad, desnudos durante
largos períodos de tiempo, registros corporales invasivos, violencia sexual
durante los interrogatorios, aplicación de electricidad en los genitales,
violaciones, palizas, golpes, asesinatos y desapariciones.
Las mujeres están
retenidas en estos campos de exterminio sin guardias femeninas, lo que propicia
el riesgo de abuso y explotación sexual. A menudo son desnudadas y sometidas a
cacheos llevados a cabo u observados por hombres. Una abrumadora mayoría de las
mujeres y las chicas adolescentes manifestaron haber sido violadas en grupo por
traficantes.
Todos estos
horrores cometidos contra seres humanos en búsqueda de un futuro mejor, son violaciones
del derecho internacional de los derechos humanos y del derecho internacional
humanitario. Además constituyen crímenes contra la humanidad, ya que se trata
de un ataque generalizado y sistemático, dirigido contra población civil en
razón de ser extranjera.
Los perpetradores
directos de estos crímenes no solo no han rendido cuentas sino que han sido
recompensados por los sucesivos gobiernos líbicos. La UE que respalda, fomenta
y financia esta necropolítica, también es colaboradora de estas aterradoras
violaciones. Para que nuestro silencio nos sea cómplice, rompamos el mismo y
acabemos de una vez por todas con este infierno en la tierra. Pidamos el cierre
de los campos de exterminio para migrantes, exijamos el fin de la financiación
europea al gobierno líbico, reclamemos el término de los acuerdos Libia-Italia
y reparemos el expolio realizado durante siglos como potencias colonizadoras
mediante una acogida digna y plena de derechos a todas las personas que han
sido víctimas de tales atrocidades.
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