SÁHARA, ¿POR QUÉ?
EMILIO MENÉNDEZ
El PSOE está vendiendo la piel del oso antes de
cazarlo
En noviembre de 1976 acompañé a Felipe González, entonces secretario general del PSOE, a un acto en los territorios saharauis liberados. Liberados es prácticamente una entelequia porque los saharauis controlaban —y controlan— solo una pequeña parte. Tras volar a Tinduf viajamos a una asimismo pequeña localidad desértica para expresar nuestro rechazo al Acuerdo Tripartito de Madrid por el que (mientras Franco agonizaba) el Gobierno entregaba el Sáhara a Marruecos y Mauritania. Y para manifestar nuestra solidaridad con los refugiados, huidos de su tierra, anexionada por un autócrata expansionista. En un mitin en esa aldea, el 14 de noviembre, Felipe González recordó a los numerosos asistentes que en esos momentos se cumplía exactamente un año de la firma de un “acuerdo de triste memoria por el cual tres Estados se arrogaron el derecho de disponer del pueblo saharaui y de repartirse su territorio y sus riquezas nacionales.”
Fuimos porque
estábamos convencidos de que la gran mayoría de la opinión pública española no
había aceptado la agresión de una potencia expansionista. Fuimos porque
considerábamos nulo de pleno derecho el Acuerdo Tripartito. Porque estábamos
escandalizados y muertos de vergüenza ajena como españoles porque en su día el
Gobierno español había defendido consistente y firmemente en Naciones Unidas y
en el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) que ni Marruecos ni
Mauritania, a quienes ahora se entregaba el territorio, poseía ningún
título jurídico sobre el mismo. Precisamente el TIJ, en su opinión consultiva
de 16-10-1975, resolvió que “ni los actos internos ni los internacionales en
que se basa Marruecos indican la existencia o el reconocimiento internacional
de vínculos jurídicos de soberanía territorial entre el Sáhara Occidental y el
Estado marroquí (…) no muestran que Marruecos ejerciera ninguna actividad
estatal efectiva y exclusiva en el Sáhara Occidental. No obstante, proporcionan
indicaciones de que, en el período pertinente, existían vínculos jurídicos de
lealtad entre el Sultán y algunos, pero solo algunos, de los pueblos nómadas
del territorio…”
En
definitiva, el Tribunal Internacional de Justicia manifestó que la resolución
1514 (XV), de 14-12-1960, de la Asamblea General onusiana sobre la concesión de
la independencia a los países y pueblos coloniales era vigente y que la
descolonización debía hacerse vía referéndum: “Nada se opone a la aplicación
del principio de libre determinación, mediante la expresión libre y auténtica
de la voluntad de las poblaciones del territorio.” Añadamos un aspecto
grotesco: Franco había afirmado contundentemente en 1973 que “el
pueblo saharaui es el único dueño de su destino. El Estado defenderá la
libertad y la voluntad de libre decisión de los habitantes del territorio.”
La violación
de la legalidad internacional se inicia ya en el primer artículo del Acuerdo
Tripartito: “España ratifica su resolución —reiteradamente manifestada ante la
ONU— de descolonizar el territorio del Sáhara Occidental.” Sin embargo, no
procedió a realizar el referéndum estipulado por el TIJ. Alude solo a una
“consulta con la Yemaa”, la asamblea de notables saharauis… Por su parte, la
Asamblea General de la ONU (resolución 3458B, de 10-12-1975) exigió a los tres
firmantes del Acuerdo que cumplan con el referéndum. De modo que en 1975, como
potencia administradora, España tenía solo dos opciones para cancelar su
responsabilidad respecto al Sáhara: descolonizar, lo que en virtud de la
legalidad internacional únicamente podía hacerse vía referéndum, o no
descolonizar, transfiriendo la administración del territorio. Pero la Carta de
Naciones Unidas (artículo 77.1.c) estipula que esa transferencia debe ser hecha
al Consejo de Administración Fiduciaria onusiano, no a Estado alguno, por lo
tanto no a Marruecos y a Mauritania.
El pacto
Al parecer,
el Gobierno de España ha decidido reconocer la “autonomía” del Sáhara en el
seno de Marruecos (y por ende, la soberanía de éste sobre aquél) a cambio
de garantías por parte marroquí en la gestión de los flujos migratorios y el
respeto a la integridad de Ceuta y Melilla. El ministro de Asuntos Exteriores,
José Manuel Albares, ha manifestado su satisfacción por ello porque beneficia
los intereses de los españoles. Cabe preguntar si una decisión “incómoda” por
parte argelina en el suministro de gas a España, y vía España, a Europa,
beneficiaría los intereses de los españoles y europeos. Preguntado el ministro
sobre la oposición de Unidas Podemos a este acuerdo, Albares respondió que se
trataba de un “matiz”, que en todo Gobierno de coalición existen discrepancias.
No calificaría yo de matiz, sino de sustancia, el pacto suscrito.
El antiguo
presidente José Luis Rodríguez Zapatero ha manifestado que “debemos
felicitarnos porque hemos recuperado algo tan importante para España como una
relación de confianza con Marruecos”. Está vendiendo la piel del oso antes de
cazarlo.
En el
supuesto de que dicha “solución” al conflicto llegara a concretarse en el
futuro, la abdicación por parte del gobierno de España de sus obligaciones con
el Derecho internacional, las resoluciones de Naciones Unidas y la Carta de la
organización y su renuncia a los valores y principios éticos que ello supone,
únicamente podría, tal vez, comenzar a merecer la pena el día en que
Marruecos se transformara en una democracia.
Hay quien
justifica este dislate en nombre de la realpolitik (según la Real Academia, la
política basada en criterios pragmáticos, al margen de ideologías. Yo prefiero
la definición del concepto «principio», esto es, la norma o idea
fundamental que rige el pensamiento o la conducta).
Coda final.-
Hay también quien dialécticamente se aferra al hecho de que Francia y Alemania
han adoptado la misma posición que ahora adopta el Gobierno de España. O que
Trump reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara (a cambio, por cierto,
del reconocimiento de Israel por parte de Rabat). Quisiera recordarles que
Occidente no es la totalidad del planeta, que 84 Estados reconocen a la
República Árabe Saharaui, además de los que mantienen relaciones con el Frente
Polisario. Y que en la recién celebrada (febrero 2022) 35 Asamblea de la Unión
Africana, el presidente de Kenya y del Consejo de Paz y Seguridad de la misma,
Uhuru Kenyatta, urgió a la Asamblea a “cumplir su mandato sobre el conflicto
saharaui”, insistiendo en “la importancia de encontrar una solución que
garantice la autodeterminación del pueblo del Sáhara Occidental”. Por cierto,
en esa Asamblea la delegación marroquí se esforzó infructuosamente para que
Israel fuera admitido como miembro observador.
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