BUITRÓN Y EL MIEMBRO ENROSCADO
Despedimos a
un médico de leyenda, el cirujano que llevó a cabo el primer trasplante en
Galicia hace más de 40 años y una referencia para profesionales de la medicina
en España
PABLO IGLESIAS
José García Buitrón.
Buitrón ha muerto y no me hago a la idea. Fantaseo imaginándole detrás de mí, mirando por encima de mi hombro, lo que le estoy escribiendo ahora. Buitrón era de lágrima fácil pero también era de risa fácil y yo querría arrancarle hoy una carcajada mientras lee esta necrológica que nunca le querría haber escrito. Así que voy a ello.
José García Buitrón era un médico de leyenda, el cirujano que llevó a cabo el primer trasplante en Galicia hace más de 40 años y una referencia para profesionales de la medicina en España y también en el extranjero donde fue invitado a operar muchas veces. Su nombre estará siempre asociado a la unidad de trasplantes del hospital de A Coruña, que dirigió con una profesionalidad y solvencia que todos sus compañeros han reconocido y admirado.
Pero yo no soy el
más indicado para hablar de esto; hay otros muchos que podrán contar en detalle
las hazañas médicas de José Buitrón. Y en lo que se refiere a su trayectoria
militante, dejo a los compañeros con cargos y responsabilidades la tarea de
hablar de su generosidad y su enorme valía política. Yo ya he dicho que lo que
quiero es oír otra vez su risa. Así que, como digo, voy a ello. Para
conseguirlo, les voy a contar una hazaña secreta que Buitrón me confesó hace
tiempo: cuando le salvó la polla a un ciudadano gallego.
Corría un día de un
año en Galicia y llegó a las urgencias del hospital de A Coruña un ciudadano en
una situación comprometida. Su pene había quedado atrapado en una tuerca lo
suficientemente grande como para que hubiera podido introducirlo en ella, pero
que resultó ser estrecha cuando, primero, la erección y, luego, la hinchazón
provocada por los intentos inútiles de extraerla impidió al pobre ciudadano
gallego devolverle la libertad a su malogrado miembro viril. Cada uno se hace
pajas como quiere o cómo puede, me dijo Buitrón, pero ciertamente hay
modalidades de riesgo también en el democrático onanismo.
Los médicos le
preguntaron al caballero si no había probado a usar jabón o hielo a fin de
facilitar la liberación del miembro, a lo que el desdichado ciudadano contestó
–me dijo entre carcajadas Buitrón– que jamás se habría atrevido a ir al
hospital con la polla en una tuerca sin haberlo intentado todo antes para
sacarla por sus propios medios.
La cosa se empezó a
complicar porque resultaba imposible sacarle el miembro de ahí y cortar la
tuerca suponía aplicar una cantidad de calor tal que hubiera chamuscado el pene
del paciente hasta hacerlo desaparecer carbonizado.
Se formó un
cónclave de expertos cirujanos al que fue invitado, por supuesto, Buitrón.
Cuando la opción de seccionar el miembro del paciente se imponía como mejor
opción para intentar practicar después un injerto (básicamente cortarle la
polla y cosérsela después) Buitrón convocó a un amigo mecánico y, tras hacer
cálculos y estudiar opciones, propuso una solución a la sazón audaz y
misericordiosa con el paciente; una radial cortaría la tuerca a la que
simultáneamente se aplicaría una técnica muy agresiva de enfriamiento que
hiciera posible la sección sin quemarle el pene a la víctima del onanismo de
riesgo.
Buitrón salvó
muchas vidas como cirujano, pero también le salvó la polla a un compatriota
que, si hoy me lee, seguramente recordará con gratitud al doctor Buitrón.
Y mientras termino
de escribir este obituario, que nunca habría querido escribir, sonrío para mis
adentros porque vuelvo a escuchar la risa de mi amigo Buitrón. Hasta siempre,
compañero.
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