sábado, 29 de agosto de 2015

SIMÓN EL BOBITO



SIMÓN EL BOBITO
RAFAEL POMBO

Simón el Bobito llamó al pastelero:
“—¡A ver los pasteles!  ¡Los quiero probar!”
“—Sí –repuso el otro–, pero antes yo quiero
ver ese cuartillo con que has de pagar.”
Buscó en los bolsillos el buen Simoncito
y dijo:  “—¡De veras!, no tengo ni unito”.
A Simón el Bobito le gusta el pescado
y quiere volverse también pescador,
y pasa las horas sentado, sentado,
pescando en el balde de mamá Leonor.
Hizo Simoncito un pastel de nieve
y a asar en las brasas hambriento lo echó,
pero el pastelito se deshizo en breve,
y apagó las brasas y nada comió.
Simón vio unos cardos cargando ciruelas
y dijo:  “—¡Qué bueno!, las voy a coger”.
Pero peor que agujas y puntas de espuelas
le hicieron brincar y silbar y morder.
Se lavó con negro de embolar zapatos,
porque su mamita no le dio jabón,
y cuando cazaban ratones los gatos,
espantaba al gato gritando:  “—¡Ratón!”
Ordeñando un día la vaca pintada,
le apretó la cola en vez del pezón;
y, ¡aquí de la vaca!, le dio tal patada
que como un trompito bailó don Simón.
 


Y cayó montado sobre la ternera,
y doña ternera se enojó también,
y ahí va otro brinco y otra pateadera,
y dos revolcadas en un santiamén.
Se montó en un burro que halló en el mercado,
y a cazar venados alegre partió;
voló por las calles sin ver un venado,
rodó por las piedras y el asno se huyó.
A comprar un lomo le envió taita Lucio,
y él lo trajo a casa con gran precaución,
colgando del rabo de un caballo rucio,
para que llegase limpio y sabrosón.
Empezando apenas a cuajarse el hielo,
Simón el Bobito se fue a patinar,
cuando de repente se le rompe el suelo,
y grita:  “—¡Me ahogo!  ¡Vénganme a sacar!”
Trepándose a un árbol a robarse un nido,
la pobre casita de un mirlo cantor,
degájase el árbol, Simón da un chillido
y cae en un pozo de pésimo olor.
Ve un pato, le apunta, descarga el trabuco;
y volviendo a casa le dice a papá:
“—Taitita yo no puedo matar pajaruco,
porque cuando tiro se espanta y se va.”
Viendo una salsera llena de mostaza,
se tomó un buen trago creyéndola miel,
y estuvo rabiando y echando babasa,
con tamaña lengua y ojos de clavel.
Vio un montón de tierra que estorbaba el paso
y unos preguntaban:  “—¿Qué haremos aquí?”

“—¡Bobos!  –dijo el niño, resolviendo el caso–;
que abran un grande hoyo y la echen allí”.
Lo enviaron por agua, y él fue volandito,
llevando el cedazo para echarla en él;
así que la traiga el buen Simoncito,
seguirá su historia pintoresca y fiel.
 



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