domingo, 9 de agosto de 2015

“DEMOCRACIA SOCIEDAD ANÓNIMA”

“DEMOCRACIA SOCIEDAD ANÓNIMA”

POR EDUARDO SANGUINETTI

La democracia como portadora de valores decía representar: igualdad de oportunidades, derechos humanos, libre expresión, igualdad ante la ley, se remite hoy, para los pueblos, en mantener el derecho a elegir a su verdugo.

En Argentina, un hombre, un voto: un voto “obligatorio”, una aberración que esclaviza al ciudadano harto de corruptela a concurrir a las urnas a votarse a sí mismo pues la oferta de candidatos es espantosa, y una pena caerá sobre él si así no lo hace… y plasmación de los valores que predicaba la democracia, solo son “sueños de libertad”, guardados en la memoria de la historias, que jamás se han cristalizado en acto.

Y estos valores han sido causa de grandes luchas políticas en busca de su implementación. Pues bien, asistimos a un cambio sustancial del concepto de democracia, ella dejó paulatinamente de lado ese núcleo vital de valores a preferir, para reducirse a una maquinaria de gobierno, a una democracia procedimental.

Ya no más predicación de valores, lo que supone preferir lo sustancial y posponer lo aleatorio. Para esta nueva democracia solo vale que el procedimiento sea coincidente con el sistema de normas. La corrupción que pulula por todas partes se produce cuando el sistema normativo cae en desuso. Nos hemos transformado en sociedades anónimas.

No interesa ya que 15 millones de argentinos o 200 millones de iberoamericanos o toda el África subsahariana vivan debajo de la línea de pobreza, lo que interesa es que el “procedimiento democrático” se cumpla. Esto es la democracia reducida a maquinaria procesal.

Esto desarticula toda posibilidad de relacionamiento, empeorando y haciendo imposible la participación en la política que define las normas democráticas, hoy inexistentes en el sentido original y noble, del gobierno del pueblo a través de representantes legítimos.

En esta democracia procedimental, podemos experimentar el espantoso espectáculo de intentar existir en ciudades vigilando a sus habitantes devenidos en delincuentes potenciales para el “nuevo orden imperial”, en paseos, parques, plazas, avenidas y edificios, en fin, convertidos todos en “ciudadanos bajo sospecha”.

En nombre de la sacrosanta seguridad, hipotecamos nuestra libertad de vivir en intimidad y todo lo que de sagrado asimila este término, hoy ausente en los modos y prácticas de una comunidad sin fines, salvo el lucro y la humillación del consumo de cualquier basura que las corporaciones económicas que dominan el mundo ordenan.

Walter Benjamin lanzó al mundo, hace más de 70 años, la idea de pensar al “Capitalismo como una religión”. Hace un par de años, el pensador Giorgio Agamben hace mención acerca de lo meditado y escrito por Benjamin, en una entrevista otorgada al medio Raqusa News, titulada “Dios no murió. Se transformó en dinero”.

Por cierto coincido plenamente con Benjamin, y con el agregado de Agamben pues ¿quién puede negar que “el Capitalismo hoy es una práctica religiosa atroz, implacable e impiadosa, la más bestial que jamás ha existido, desconociendo un estadio de redención para todos/as sus fieles”, tal como lo manifiesta este filósofo italiano.

En fin, no esperemos nada salvo de nosotros mismos. Ninguno de nosotros está intacto, pues nos han disparado a quemarropa, somos blancos móviles de un mundo saturado de referentes desconocidos, que dictan y rigen sobre nuestras vidas y la de nuestros pobres y torpes políticos, asimilados a las prácticas de gestión de gobierno, perimidas.

Solo tenemos una vida para vivir; debemos honrarla en verdad y libertad. Pero por ahora, ante el estado de las cosas, no es más que un anhelo y frecuentemente una desesperación

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