INTELECTUALES
AL PODER
EDUARDO SANGUINETTI FILÓSOFO
ARGENTINO
Vivimos
hoy un nuevo tipo de sociedad post-capitalista, en la que los intelectuales ,
los científicos, los especialistas y los técnicos, están llamados a ocupar el
papel principal dado que son al mismo tiempo dueños y usuarios del principal
medio de producción de esta sociedad, que lo es el conocimiento. La tierra (es
decir, los recursos naturales), el capital y el trabajo, dejaron de ser los
factores tradicionales de la producción y pasaron a ser secundarios frente al
conocimiento. En esta nueva sociedad la dicotomía (contradicción en la
terminología dialéctica) será entre los intelectuales (vale decir, los
humanistas, los escritores y los ideólogos) y los gerentes (o sea, los
científicos sociales y técnicos de la administración y las finanzas); aquéllos
interesados en palabras e ideas, y éstos en personas y trabajo. Trascender esta
dicotomía en una nueva síntesis será una filosofía central y un reto educativo
para la sociedad post capitalista.
Paradójicamente,
y desde esta óptica discutible, no resulta nada halagüeño el futuro para los
intelectuales tradicionales, para los escritores en particular, en la llamada
sociedad del conocimiento. Pero no por lo que Platón le criticaba a los poetas
de su tiempo y los excluía de su República, esto es, por ocuparse de dioses que
vivían como los mortales y que tenían todas sus virtudes y defectos, y porque
echaban mano de cosas de la Naturaleza y no de ideas, al hacer sus poemas; sino
por lo contrario, porque los poetas de hoy nos ocupamos, aparentemente, de
ideas no productivas en lugar de ocuparnos laboralmente de los bienes de la
Naturaleza y de los conocimientos tecnológicos que hacen posible su
transformación.
Cabe
señalar, en consonancia con la última frase de la cita utilizada en este
escrito, a que la sociedad del conocimiento, y más exactamente la escuela y la
universidad, alcancen a producir el “hombre educado”, un hombre nuevo que,
según él, debe tener la capacidad de ser “ciudadano del mundo”, de comprender
los demás conocimientos desde su especialidad, de vivir en el mundo global y de
enriquecer y nutrir su cultura local. Algo parecido al hombre total que pensó
Iván Efremov en su maravillosa novela de anticipación: “La Nebulosa de
Andrómeda”.
En
la perspectiva marxista, los intelectuales somos revolucionarios o
reaccionarios, según los intereses políticos y económicos que defendamos. No
existe el intelectual puro en la medida en que no existe una persona que pueda
hacer abstracción de su condición social o de su adopción, consciente o
inconsciente, de tal o cual ideología. Pero bajo mi perspectiva los acepto, a
ambos, y establezco una diferencia entre ellos. Para los primeros, el
intelectual revolucionario, el compromiso es con la revolución y su papel es
llevarle la ideología a la clase revolucionaria llamada a cambiar el orden de
cosas existentes. Y en relación con el intelectual puro, vale el principio de
que la razón de Estado, o lo que es lo mismo, la razón de partido, de nación o
también de clase, nunca debe prevalecer sobre las razones imprescriptibles de
la verdad y de la justicia y agregaría, frente a la razón también
imprescriptible de la libertad.
Y
esta tesis está basada en otra que, en mi opinión, es objetiva, histórica y
revolucionaria. Y es la de que “todo poder –bajo cualquier forma—es instrumento
de opresión, de coacción, de dominio ciego y arbitrario (y) es, por definición,
obtuso (enemigo de la inteligencia), inhumano (enemigo de la liberación del
hombre), y despótico (enemigo de la libertad)” ; lo cual quiere significar,
palabras más, palabras menos, que entre los intelectuales y el poder hay una
pelea cazada desde siempre que solo dirimen el dinero, el exilio, la censura o
la muerte. Y que las mismas condiciones objetivas antedichas colocan al
intelectual de cara al poder, sin que sea menester la mediatización política,
la que, la más de las veces, distorsiona su papel y su mensaje. Esta sola
confrontación del intelectual con el poder lo coloca en el terreno político sin
más intermediación que su propia libertad amenazada. Los intelectuales estamos
llamados a ser los contradictores de los tecnócratas gerentes de la sociedad
del conocimiento, nuestro papel se acrecienta pero no hasta el extremo y modo
que le señaló Marx al proletariado, sino blandiendo la misma arma de los
detentadores del poder: el conocimiento, en su variante humanista y reflexiva.
Desde
esa perspectiva, un intelectual contemporáneo debe tener una posición crítica
frente al poder pero de modo independiente, no vinculado a un partido o clase
social; desde su propia práctica de intelectual y arguyendo los valores
universales que el humanismo ha creado y enseñado en y con sus obras,
literarias en su mayoría. Son las razones imprescriptibles de la verdad y la
justicia. Esta posición se enmarca en la tesis de la “autonomía relativa de la
cultura respecto de la política”, lo cual quiere decir que las manifestaciones
de la cultura no pueden estar mediatizadas por la política y menos por las
relaciones económicas.
La
reducción a la política de todas las esferas en las que se desarrolla la vida
del hombre en sociedad o bien, la politización integral del hombre, la
desaparición de toda diferencia entre lo político y –como se dice hoy—lo
personal (lo artístico, lo religioso, lo filosófico etc), es la quintaesencia
del totalitarismo. Lo anterior no quiere decir que se haga abstracción de lo
político. El intelectual, el escritor, debe ser independiente pero no
indiferente. Debe estar en la política pero trascenderla y esto quiere decir,
no dejarse atrapar por los dogmatismos y los fundamentalismos, no convertir el
Estado, la doctrina o el partido en ídolos, en ideas absolutas al más puro
estilo hegeliano, que lo haga decir: por fuera del Estado o del partido o de la
ideología, nada; dentro de ellos, todo.
Es
obvio que los intelectuales, en momentos críticos, en coyunturas políticas como
los que vivimos, tenemos la obligación moral de opinar y de comprometernos, so
pena de pasar a la historia como inferiores a nuestro deber ser y cómplices del
deterioro social. Y más los escritores, quienes, desde la invención de la
imprenta, somos los intelectuales por excelencia. Pero el hombre de cultura
tiene su manera particular de comprometerse , que es la de actuar por la
defensa de las condiciones mismas de los presupuestos de la cultura... por los
derechos de la duda frente a las pretensiones del dogmatismo; por los deberes
de la crítica contra la seducción del entusiasmo irracional, por el desarrollo
de la razón contra el imperio de la fe ciega y por la veracidad de la ciencia
contra los engaños de la propaganda.
El
compromiso del intelectual es con la duda, la crítica, la razón y la libertad,
que son las condiciones básicas de su existencia como intelectual, y contra el
dogmatismo, el fundamentalismo y el partidismo, que convierten al hombre en un
esclavo ciego de las ideologías y proclive, por lo tanto, a los procedimientos
más inhumanos. La tarea de un hombre de cultura, es más que nunca, sembrar
dudas, no recoger certezas. El escritor y el intelectual deben ser unos
heraldos y guerreros de la libertad y de la amplitud de pensamiento. Defensores
del individuo frente a la opresión esencial del Estado. Del débil frente al
despotismo de los poderosos. De la ciencia frente al oscurantismo y la
ignorancia. De la verdad escondida frente a la mentira fabricada.
Hemos
hablado hasta ahora del intelectual que es un critico natural del poder,
cualquiera que éste sea y que no se compromete con él; y que es el modelo de
intelectual que nos seduce y me mueve a las anteriores reflexiones. Pero, desde
luego, sabemos que hay otros. Existe el intelectual instalado en el poder y de
esta clase son ejemplo los jacobinos y los bolcheviques. Los intelectuales que
desde fuera intentan influir o influyen en el Poder, como los periodistas, y
los asesores externos y consultores de los gobiernos. Y los intelectuales que
entienden como su misión la de justificar, desde fuera, el poder, y tal es el
caso de los escritores que hacen parte de los organismos de propaganda de los
regímenes fascistas o revolucionarios.
Sin
perjuicio de considerar que un intelectual debe ser, básicamente, un mediador,
esto es, un hombre cuyo fin político esencial es situarse en el centro de la
controversia para encontrar una solución negociada, me atrevo a sugerir las
siguientes posiciones, vistas desde la óptica enunciada arriba del intelectual
humanista, demócrata y crítico natural del poder, y que, en mi modesta opinión,
los escritores y demás intelectuales debemos asumir, incorporarlas a nuestro
quehacer literario y periodístico, para contribuir a superar los obstáculos que
nos impiden el goce de la libertad. Son ellas:
l.-
Condenar y combatir la guerra, y la violencia en general, como fórmula de
solución de los conflictos, internos e internacionales. Defender la soberanía
de las naciones, propiciar la amistad y solidaridad entre los pueblos y
combatir el chauvinismo, el racismo y el imperialismo, que son la negación de
los anteriores valores.
2.-
Fomentar la tolerancia, el reconocimiento del derecho del otro a ser y a
existir con sus valores e intereses. Lo cual implica que debemos situarnos en
su lugar cuando pensemos en abordar su posición desde una perspectiva crítica.
3.-
Defender la democracia y los derechos humanos frente al despotismo y toda forma
de coacción de la libertad por parte del Estado. Entendiendo por democracia no
el gobierno de las mayorías, sino todo lo contrario, el gobierno que respeta
los derechos de las minorías. Los derechos humanos, no sobra decirlo, son la
esencia de la democracia y están por encima de las razones de Estado y son
inalienables e imprescriptibles.
4.-
Combatir el mal uso del Poder, que éste derive en monopolio de la verdad y que
él se utilice en beneficio de un partido, de una clase o en beneficio
particular. Un escritor debe ser un crítico de los abusos de poder, de la
corrupción de los gobernantes y funcionarios y de la manipulación de la verdad
desde las oficinas gubernamentales y de los medios que les sirven de apoyo.
5.-
Divulgar las ideas del humanismo filosófico, según las cuales la vida social
debe estar en función de engrandecer al ser humano, de elevarlo social y
espiritualmente y exaltar, en consecuencia, la solidaridad entre los seres
humanos como fórmula de convivencia y estrategia de supervivencia de la
sociedad.
6.-
No ser utópico, nihilista, dogmático ni extremista. Ser realista y propiciar
las soluciones que mejoren la situación problémica que se pretende resolver. La
utopía y el nihilismo sin fundamentos ni perspectivas, y el dogmatismo, alejan
la posibilidad de soluciones concretas a los problemas de hoy.
Si
procedemos de acuerdo con esos seis puntos le hacemos un gran favor al
progreso, le prestamos un gran servicio a la humanidad, somos consecuentes con
la razón de ser de nuestro oficio y fieles a nuestra posición de compromiso con
la inteligencia y de enfrentamiento natural con la opresión y el despotismo del
Poder en todas sus forma
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