MENSAJE A LOS TRABAJADORES Y EL PUEBLO -
MAYO DE 1968
Programa del 1º
de Mayo
1. Nosotros,
representantes de la CGT de los Argentinos, legalmente constituida en el
congreso normalizador Amado Olmos, en este Primero de Mayo nos dirigimos al
pueblo.
Los invitamos a
que nos acompañen en un examen de conciencia, una empresa común y un homenaje a
los forjadores, a los héroes y los mártires de la clase trabajadora.
En todos los
países del mundo ellos han señalado el camino de la liberación. Fueron
masacrados en oscuros calabozos como Felipe Vallese, cayeron asesinados en los
ingenios tucumanos, como Hilda Guerrero. Padecen todavía en injustas cárceles.
En esas luchas y
en esos muertos reconocemos nuestro fundamento, nuestro patrimonio, la tierra
que pisamos, la voz con que queremos hablar, los actos que debemos hacer: esa
gran revolución incumplida y traicionada pero viva en el corazón de los
argentinos.
2. Durante años
solamente nos han exigido sacrificios. Nos aconsejaron que fuésemos austeros:
lo hemos sido hasta el hambre.
Nos pidieron que
aguantáramos un invierno: hemos aguantado diez. Nos exigen que racionalicemos:
así vamos perdiendo conquistas que obtuvieron nuestros abuelos. Y cuando no hay
humillación que nos falte padecer ni injusticia que reste cometerse con
nosotros, se nos pide irónicamente que "participemos".
Les decimos: ya
hemos participado, y no como ejecutores sino como víctimas en las
persecuciones, en las torturas, en las movilizaciones, en los despidos, en las
intervenciones, en los desalojos.
No queremos esa
clase de participación.
Un millón y
medios de desocupados y subempleados son la medida de este sistema y de este
gobierno elegido por nadie. La clase obrera vive su hora más amarga. Convenios
suprimidos, derechos de huelga anulados, conquistas pisoteadas, gremios
intervenidos, personerías suspendidas, salarios congelados.
La situación del
país no puede ser otro que un espejo de la nuestra. El índice de mortalidad
infantil es cuatro veces superior al de los países desarrollados, veinte veces
superior en zonas de Jujuy donde un niño de cada tres muere antes de cumplir un
año de vida. Más de la mitad de la po
blación está
parasitada por la anquilostomiasis en el litoral norteño; el cuarenta por
ciento de los chicos padecen de bocio en Neuquén; la tuberculosis y el mal de
Chagas causan estragos por doquier. La deserción escolar en el ciclo primario
llega al sesenta por ciento; al ochenta y tres por ciento en Corrientes,
Santiago del Estero y el Chaco; las puertas de los colegios secundarios están
entornadas para los hijos de los trabajadores y definitivamente cerradas las de
la Universidad.
La década del
treinta resucita en todo el país con su cortejo de miseria y de ollas
populares.
Cuatrocientos
pesos son un jornal en los secaderos de yerba, trescientos en los obrajes, en
los cañaverales de Tucumán se olvida ya hasta el aspecto del dinero.
A los desalojos
rurales se suma ahora la reaccionaria ley de alquileres, que coloca a decenas
de miles de comerciantes y pequeños industriales en situación de desalojo, cese
de negocios y aniquilamiento del trabajo de muchos años.
No queda ciudad
en la República sin su cortejo de villas miserias donde el consumo de agua y
energía eléctrica es comparable al de las regiones interiores del Africa. Un
millón de personas se apiñan alrededor de Buenos Aires en condiciones
infrahumanas, sometidas a un tratamiento de gheto y a las razzias nocturnas que
nunca afectan las zonas residenciales donde algunos "correctos"
funcionarios ultiman la venta del país y donde jueces "impecables"
exigen coimas de cuarenta millones de pesos.
Agraviados en
nuestra dignidad, heridos en nuestros derechos, despojados de nuestras
conquistas, venimos a alzar en el punto donde otros las dejaron, viejas
banderas de la lucha.
3. Grandes
países que salieron devastados de la guerra, pequeños países que aún hoy
soportan invasiones e implacables bombardeos, han reclamado de sus hijos
penurias mayores que las nuestras. Si un destino de grandeza nacional, si la
defensa de la patria, si la definitiva liquidación de las estructuras
explotadoras fuesen la recompensa inmediata o lejana de nuestros males, ¿qué
duda cabe de que los aceptaríamos en silencio?
Pero no es así.
El aplastamiento de la clase obrera va acompañado de la liquidación de la
industria nacional, la entrega de todos los recursos, la sumisión a los
organismos financieros internacionales. Asistimos avergonzados a la
culminación, tal vez el epílogo de un nuevo período de desgracias.
Durante el año
1967 se ha completado prácticamente la entrega del patrimonio económico del
país a los grandes monopolios norteamericanos y europeos. En 1958 el cincuenta
y nueve por ciento de lo facturado por las cincuenta empresas más grandes del
país correspondía a capitales extranjeros; en 1965 esa cifra ascendía al
sesenta y cinco por ciento; hoy se puede afirmar que tres cuartas partes del
gran capital invertido pertenece a los monopolios.
La empresa que
en 1965 alcanzó la cifra más alta de ventas en el país, en 1968 ha dejado de
ser argentina. La industria automotriz está descoyuntada, dividida en
fragmentos que han ido a parar uno por uno a los grupos monopolistas. Viejas
actividades nacionales como la manufactura de cigarrillos pasaron en bloque a
intereses extranjeros. El monopolio norteamericano del acero está a punto de
hacer su entrada triunfal. La industria textil y la de la alimentación están
claramente penetradas y amenazadas.
El método que
permitió este escandoloso despojo no puede ser más simple. El gobierno que
surgió con el apoyo de las fuerzas armadas, elegido por nadie, rebajó los
aranceles de importación, los monopolios aplicaron la ley de la selva —el
dumping—, los fabricantes nacionales, hundiéronse. Esos mismos monopolios,
sirviéndose de bancos extranjeros ejecutaron luego a los deudores, llenaron de
créditos a sus mandantes que con dinero argentino compraron a precio de
bancarrota las empresas que el capital y el trabajo nacional habían levantado
en años de esfuerzo y sacrificio.
Este es el
verdadero rostro de la libre empresa, de la libre entrega, filosofía oficial
del régimen por encima de ilusorias divisiones entre "nacionalistas"
y "liberales", incapaces de ocultar la realidad de fondo que son los
monopolios en el poder.
Este poder de
los monopolios que con una mano aniquila a la empresa privada ncional, con la
otra amenaza a las empresas del Estado donde la racionalización no es más que
el prólogo de la entrega, y anuda los últimos lazos de la dependencia
financiera. Es el Fondo Monetario Internacional el que fija el presupuesto del
país y decide si nuestra moneda se cotiza o no en los mercados internacionales.
Es el Banco Mundial el que planifica nuestras industrias claves. Es el Banco
Interamericano de Desarrollo el que indica en qué países podemos comprar. Son
las compañías petroleras las que cuadriculan el territorio nacional y de sus
mares aledaños con el mapa de sus inicuas concesiones. El proceso de
concentración monopolista desatado por el gobierno no perdonará un solo renglón
de la actividad nacional. Poco más y sólo faltará desnacionalizar la tradición
argentina y los museos.
La participación
que se nos pide es, además de la ruina de la clase obrera, el consentimiento de
la entrega. Y eso no estamos dispuestos a darlo los trabajadores argentinos.
4. La historia del
movimiento obrero, nuestra situación concreta como clase y la situación del
país nos llevan a cuestionar el fundamento mismo de esta sociedad: la
compraventa del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción.
Afirmamos que el
hombre vale por sí mismo, independientemente de su rendimiento. No se puede ser
un capital que rinde un interés, como ocurre en una sociedad regida por los
monopolios dentro de la filosofía libreempresista. El trabajo constituye una
prolongación de la persona humana, que no debe comprarse ni venderse. Toda
compra o venta del trabajo es una forma de esclavitud.
La estructura
capitalista del país, fundada en la absoluta propiedad privada de los medios de
producción, no satisface sino que frustra las necesidades colectivas, no
promueve sino que traba el desarrollo individual. De ella no puede nacer una
sociedad justa ni cristiana.
El destino de
los bienes es servir a la satisfacción de las necesidades de todos los hombres.
En la actualidad prácticamente todos los bienes se hallan apropiados, pero no
todos los hombres pueden satisfacer sus necesidades: el pan tiene dueño pero un
dueño sin hambre. He aquí al descubierto la barrera que separa las necesidades
humanas de los bienes destinados a satisfacerlas: el derecho de propiedad tal
como hoy es ejercido.
1. Nosotros,
representantes de la CGT de los Argentinos, legalmente constituida en el
congreso normalizador Amado Olmos, en este Primero de Mayo nos dirigimos al
pueblo.
Los invitamos a
que nos acompañen en un examen de conciencia, una empresa común y un homenaje a
los forjadores, a los héroes y los mártires de la clase trabajadora.
En todos los
países del mundo ellos han señalado el camino de la liberación. Fueron
masacrados en oscuros calabozos como Felipe Vallese, cayeron asesinados en los
ingenios tucumanos, como Hilda Guerrero. Padecen todavía en injustas cárceles.
En esas luchas y
en esos muertos reconocemos nuestro fundamento, nuestro patrimonio, la tierra
que pisamos, la voz con que queremos hablar, los actos que debemos hacer: esa
gran revolución incumplida y traicionada pero viva en el corazón de los
argentinos.
2. Durante años
solamente nos han exigido sacrificios. Nos aconsejaron que fuésemos austeros:
lo hemos sido hasta el hambre.
Nos pidieron que
aguantáramos un invierno: hemos aguantado diez. Nos exigen que racionalicemos:
así vamos perdiendo conquistas que obtuvieron nuestros abuelos. Y cuando no hay
humillación que nos falte padecer ni injusticia que reste cometerse con
nosotros, se nos pide irónicamente que "participemos".
Les decimos: ya
hemos participado, y no como ejecutores sino como víctimas en las
persecuciones, en las torturas, en las movilizaciones, en los despidos, en las
intervenciones, en los desalojos.
No queremos esa
clase de participación.
Un millón y
medios de desocupados y subempleados son la medida de este sistema y de este
gobierno elegido por nadie. La clase obrera vive su hora más amarga. Convenios
suprimidos, derechos de huelga anulados, conquistas pisoteadas, gremios
intervenidos, personerías suspendidas, salarios congelados.
La situación del
país no puede ser otro que un espejo de la nuestra. El índice de mortalidad
infantil es cuatro veces superior al de los países desarrollados, veinte veces
superior en zonas de Jujuy donde un niño de cada tres muere antes de cumplir un
año de vida. Más de la mitad de la po
blación está
parasitada por la anquilostomiasis en el litoral norteño; el cuarenta por
ciento de los chicos padecen de bocio en Neuquén; la tuberculosis y el mal de
Chagas causan estragos por doquier. La deserción escolar en el ciclo primario
llega al sesenta por ciento; al ochenta y tres por ciento en Corrientes,
Santiago del Estero y el Chaco; las puertas de los colegios secundarios están
entornadas para los hijos de los trabajadores y definitivamente cerradas las de
la Universidad.
La década del
treinta resucita en todo el país con su cortejo de miseria y de ollas
populares.
Cuatrocientos
pesos son un jornal en los secaderos de yerba, trescientos en los obrajes, en
los cañaverales de Tucumán se olvida ya hasta el aspecto del dinero.
A los desalojos
rurales se suma ahora la reaccionaria ley de alquileres, que coloca a decenas
de miles de comerciantes y pequeños industriales en situación de desalojo, cese
de negocios y aniquilamiento del trabajo de muchos años.
No queda ciudad
en la República sin su cortejo de villas miserias donde el consumo de agua y
energía eléctrica es comparable al de las regiones interiores del Africa. Un
millón de personas se apiñan alrededor de Buenos Aires en condiciones
infrahumanas, sometidas a un tratamiento de gheto y a las razzias nocturnas que
nunca afectan las zonas residenciales donde algunos "correctos"
funcionarios ultiman la venta del país y donde jueces "impecables"
exigen coimas de cuarenta millones de pesos.
Agraviados en
nuestra dignidad, heridos en nuestros derechos, despojados de nuestras
conquistas, venimos a alzar en el punto donde otros las dejaron, viejas
banderas de la lucha.
3. Grandes
países que salieron devastados de la guerra, pequeños países que aún hoy
soportan invasiones e implacables bombardeos, han reclamado de sus hijos
penurias mayores que las nuestras. Si un destino de grandeza nacional, si la
defensa de la patria, si la definitiva liquidación de las estructuras
explotadoras fuesen la recompensa inmediata o lejana de nuestros males, ¿qué
duda cabe de que los aceptaríamos en silencio?
Pero no es así.
El aplastamiento de la clase obrera va acompañado de la liquidación de la
industria nacional, la entrega de todos los recursos, la sumisión a los
organismos financieros internacionales. Asistimos avergonzados a la
culminación, tal vez el epílogo de un nuevo período de desgracias.
Durante el año
1967 se ha completado prácticamente la entrega del patrimonio económico del
país a los grandes monopolios norteamericanos y europeos. En 1958 el cincuenta
y nueve por ciento de lo facturado por las cincuenta empresas más grandes del
país correspondía a capitales extranjeros; en 1965 esa cifra ascendía al
sesenta y cinco por ciento; hoy se puede afirmar que tres cuartas partes del
gran capital invertido pertenece a los monopolios.
La empresa que
en 1965 alcanzó la cifra más alta de ventas en el país, en 1968 ha dejado de
ser argentina. La industria automotriz está descoyuntada, dividida en
fragmentos que han ido a parar uno por uno a los grupos monopolistas. Viejas
actividades nacionales como la manufactura de cigarrillos pasaron en bloque a
intereses extranjeros. El monopolio norteamericano del acero está a punto de
hacer su entrada triunfal. La industria textil y la de la alimentación están
claramente penetradas y amenazadas.
El método que
permitió este escandoloso despojo no puede ser más simple. El gobierno que
surgió con el apoyo de las fuerzas armadas, elegido por nadie, rebajó los
aranceles de importación, los monopolios aplicaron la ley de la selva —el
dumping—, los fabricantes nacionales, hundiéronse. Esos mismos monopolios,
sirviéndose de bancos extranjeros ejecutaron luego a los deudores, llenaron de
créditos a sus mandantes que con dinero argentino compraron a precio de
bancarrota las empresas que el capital y el trabajo nacional habían levantado
en años de esfuerzo y sacrificio.
Este es el
verdadero rostro de la libre empresa, de la libre entrega, filosofía oficial
del régimen por encima de ilusorias divisiones entre "nacionalistas"
y "liberales", incapaces de ocultar la realidad de fondo que son los
monopolios en el poder.
Este poder de
los monopolios que con una mano aniquila a la empresa privada ncional, con la
otra amenaza a las empresas del Estado donde la racionalización no es más que
el prólogo de la entrega, y anuda los últimos lazos de la dependencia
financiera. Es el Fondo Monetario Internacional el que fija el presupuesto del
país y decide si nuestra moneda se cotiza o no en los mercados internacionales.
Es el Banco Mundial el que planifica nuestras industrias claves. Es el Banco
Interamericano de Desarrollo el que indica en qué países podemos comprar. Son
las compañías petroleras las que cuadriculan el territorio nacional y de sus
mares aledaños con el mapa de sus inicuas concesiones. El proceso de
concentración monopolista desatado por el gobierno no perdonará un solo renglón
de la actividad nacional. Poco más y sólo faltará desnacionalizar la tradición
argentina y los museos.
La participación
que se nos pide es, además de la ruina de la clase obrera, el consentimiento de
la entrega. Y eso no estamos dispuestos a darlo los trabajadores argentinos.
4. La historia del
movimiento obrero, nuestra situación concreta como clase y la situación del
país nos llevan a cuestionar el fundamento mismo de esta sociedad: la
compraventa del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción.
Afirmamos que el
hombre vale por sí mismo, independientemente de su rendimiento. No se puede ser
un capital que rinde un interés, como ocurre en una sociedad regida por los
monopolios dentro de la filosofía libreempresista. El trabajo constituye una
prolongación de la persona humana, que no debe comprarse ni venderse. Toda
compra o venta del trabajo es una forma de esclavitud.
La estructura
capitalista del país, fundada en la absoluta propiedad privada de los medios de
producción, no satisface sino que frustra las necesidades colectivas, no
promueve sino que traba el desarrollo individual. De ella no puede nacer una
sociedad justa ni cristiana.
El destino de
los bienes es servir a la satisfacción de las necesidades de todos los hombres.
En la actualidad prácticamente todos los bienes se hallan apropiados, pero no
todos los hombres pueden satisfacer sus necesidades: el pan tiene dueño pero un
dueño sin hambre. He aquí al descubierto la barrera que separa las necesidades
humanas de los bienes destinados a satisfacerlas: el derecho de propiedad tal
como hoy es ejercido.
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