LA UTOPÍA IMAGINADA
por
María Isabel Guerra García
Contar
es un arte, y saber cortar con las formas poéticas establecidas por la poesía
española preponderante o por la poesía producida en Canarias en estos últimos
tiempos es un logro y un acierto.
Son estas
excepciones antidiscursivas, esa insumisión a retóricas pasadas de moda, las
que conforman los poemas que R. Cabrera compone en los años 80 y publica en la
Ed. ACT en Sta. Cruz de Tenerife, en 1981 bajo el título: “Desangre libelular
anónimo”.
Hoy después de
tres décadas vuelve a ver la luz, en su segunda edición más joven aún,
surgiendo desde “los rosales, las rosas, estrellas-carne de la locura inmensa
de manantial”, como en el poema “Solo, conmigo solamente”.
Dos referentes
literarios en Canarias, Pérez Minik en 1980 y Pedro García Cabrera en 1981
realizaron en su momento reseñas literarias de este libro aportando algunas
notas, que colocan esta obra de Roberto Cabrera en un lugar destacado de la
poesía insular. Así nos dirá Pérez Minik
que este libro se nos aparece como un intento de romper el estado de cosas, el
acusado cansancio latente en la poesía española contemporánea y especialmente
en la insular, consecuencia de una historia entre aburrida y atropellada
fácilmente detectable.
“Decir que posee un verso ácrata, una
inspiración desconectada y un afán de poseer el mundo de manera muy
pueril, puede servir de pauta para
establecer una crítica”.
Nos descubre
la aportación de un equipo de jóvenes poetas que en los años 80 publicaban
versos en las páginas de la Prensa Canaria,
y que realizarían el homenaje a Pedro García Cabrera en el Círculo de
Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, contando con la participación de este
autor.
Si
consideramos que Gaceta de Arte y el movimiento surrealista europeo acredita a
la poesía insular como un ser capaz de
vivir por su propia cuenta, concediéndole valores insospechados, influyendo en
poetas como Alberti o Aleixandre, según Pérez Minik, es en los años 80 y sucesivos cuando vuelve a
cobrar impulso, abriendo puertas difíciles y mostrando una increíble vigencia.
Roberto Cabrera convierte en singular ontología su
mundo interior, su imagen poética no contaminada, su idealismo subversivo, nos
permite ver y sentir desde una
contextura extemporal.
Es “Desangre
libelular anónimo” una obra compuesta por 51 poemas en los que destacamos los
siguientes temas:
La Naturaleza
como paisaje interior y exterior, con sus árboles y los frutos de la tierra. La
tierra y su relación con los meses, la
mujer, la sensualidad, la muerte, la soledad, lo amorfo, el pan de la mentira,
la locura inmensa, el tiempo, entre
otros.
Si hacemos
referencia al título del libro “Desangre libelular anónimo”, es evidentemente
definidor. Se trata de un “desangre”,
“perder mucha sangre o perderla toda”,
¿pero cómo?, ¿de quién?, ¿de una libélula? También significa “agotar o desaguar un lago
o estanque” y tenemos otra acepción de “empobrecer a alguien, gastándole y
disipándole la hacienda insensiblemente”.
Está claro que las tres definiciones tienen algo en común, estaríamos
hablando de una pérdida y además anónima, ya sea sangre, agua o bienes
materiales.
El término
“libélula” procede del latín “libella”,
según la Real academia española, a su vez de libra, balanza; porque se mantiene
en equilibrio en el aire, insecto del orden de los Odonatos, de cuerpo largo,
esbelto y de colores llamativos, con ojos muy grandes, antenas cortas y dos
pares de alas reticulares, que mantiene horizontales cuando se posa. Pero aparte de la nota de “equilibrio” que
añade este término nos dice que “pasa la primera parte de su vida en forma de
ninfa acuática”, haciendo este medio
“acuático”, referencia a la segunda
definición del término “desangre” cuando decimos “desaguar un estanque”, que es
comúnmente, -donde viven las libélulas- o donde “no saltan las ranas” del
tercer poema, “sobre flotantes/flores/se lastiman los pétalos del/
agua/salpicando debajo”.
“Ninfa” es en
la mitología, cada una de las famosas deidades de las aguas, bosques y selvas,
llamadas con varios nombres como Driada o Nereida.
Por tanto, ese
desangre está afectando doblemente al quedarse sin sangre y sin agua, al
afectar al ser y al espacio físico donde habita y además esta situación espacio
temporal es anónima, intensificando el discurso.
El vuelo
libelular está implícito en el “alar” por “aletear” de los juncos, que vigila al poeta “en los pétalos llantos”
del poema “Paseo”; en el término
“aletean” del poema “Fauna”.
La naturaleza
viva de los siguientes términos: membrillera, guayabos, sarantontones,
hormigas, canes, olas marinas, girasoles, palmera, dátil, el viento, las
buscadas perlas, las playas perdidas en América, los caballos, las montañas, la
plata en los luceros, el mundo transparente contrasta con “la sinrazón de”...
un saludo pétreo, la tierra amarga, la vida muriendo, la muerte con su sello inconfundible de
huellas metálicas.
El poema
“Amargo” está dedicado a Dulce Díaz Marrero.
Dulce y amargo, como antónimos,
que unifican “la tierra” que en este caso es considerada “maldita” y “pequeña libélula”. En el poema “Hechizo de voz futura”
el poeta rememora “la voz que fuimos”, con imágenes y metáforas de gran alcance
estilístico, como “tu voz perla” o
“lágrima sobre concha de coral”, así nos dirá:
Me voy a convertir
en insufrible,
para que siempre me
recuerdes.
Tengas de mí una
imagen
de lágrima sobre
concha de coral,
tu conversación
de tan cercana es
mágica,
más que el mar
algunos días.
Tu voz perla,
emerge de unas
cuevas misteriosas
y en este instante
amigo
es que nos hemos
olvidado
lo que fuimos.
Elementos
del reino vegetal y animal conforman la floresta y el bestiario del libro.
Entre dichos elementos podemos detenernos en insectos: hormigas gigantes,
sarantontones, “mosquitos bramantes”, libélulas, invertebrados gusanos. En
cuanto a las aves explicita loros, palomas, cacatúas y cisnes, con la
simbología literaria que conllevan.
Entre los
anfibios: “Ranas” que da título al poema tercer poema. Y como reptiles: el
lagarto, que aunque sabemos que es un animal ancestral, el autor nos lo reitera
en el verso decimonoveno del poema “Disfraz de lo que nunca fui” y nos dice que
es “viejísimo” y que entre sus capas quedaron sepultados sus breves versos como
el frío en su pecho. Sabemos que el lagarto es de sangre fría, que permanece
inmóvil, aletargado, estableciendo un símil con el “frío en mi pecho” del
noveno verso y que además quedó “sepultado / entre las capas” es decir, “Quedaron lágrimas”, “¡Breves poemas míos!”
como fósiles, refiriéndose al paso del tiempo que también se lleva las
“palabras escritas”; cerrando el poema con un epifonema final “y el sereno
nocturno / las callaba.”
aportándole al texto la serenidad
de la noche y el silencio.
Del mundo de
los vertebrados mamíferos menciona los siguientes: gato, toro,“caballos/al
albor del/deseo y sus montañas” del poema “Dentadura”, entre otros, que
constituyen una metáfora “de la pasión que comienza” connotando desde la
sustancia del contenido denotativo en interrelación con el contenido
connotativo.
Destacar las
prosopopeyas del poema “Canes” en los versos primero y segundo “Llegaron los
gusanos / a decirle a los hombres…” y el último verso “cacatúas condolidas”, al
atribuirle a los gusanos y a las cacatúas cualidades humanas, que afectan al
plano semántico de la lengua y por tanto,
connotan en el texto desde la forma del contenido denotativo, en
interrelación con el contenido connotativo, como figuras superlativizadoras.
Con respecto a
la floresta estableceremos una clasificación del reino vegetal siguiendo el
poemario, en plantas, flores y frutos. Los rosales, acacias, palmeras y sauces
conjuntamente con las espadañas de agua, los juncos y el cardo, pertenecerían
al primer grupo. Las rosas, azucenas y violetas, que han cambiado su color natural, la flor de
campana, los nenúfares, el girasol, constituyen el segundo grupo. Y el tercer
grupo abarcaría los frutos que aparecen a lo largo de los poemas: membrillos,
castañas y guayabos.
En el poema
“Calles” la expresión “en el pecho del / sauce”, constituye otra prosopopeya
que intensifica el contenido del “invierno” del primer verso y el frío del
“mármol” del undécimo, connotando de la misma manera. Si nos detenemos en las
flores que se presentan, éstas son de
color negro, por ejemplo en el tercer verso
del poema “Añicos de cristal”, o en los versos noveno y décimo del poema
“Retrato”: “las negras azucenas / del invierno”.
El color negro
invade el poemario, cambia las rosas y
las azucenas de color, el frío lo inunda todo, sabemos que el “frío” que se
respira en la obra no es el del invierno.
La rosa, a lo
largo de la literatura, ha sido el símbolo de la belleza y la perfección,
también la inexorable fugacidad. El nexo metafórico establecido a lo largo de
la tradición, la brevedad de la vida de la rosa, la convierte en símbolo
literario, tal vez el primero de los grandes temas líricos, y el último, según
el crítico literario Gregorio Salvador Caja, pero estas rosas simbólicas, aquí
se vuelven “negras”, las azucenas se tornan “negras azucenas / del invierno”,
connotando desde la sustancia del contenido denotativo.
Las azucenas
que se presentan en la tradición literaria como símbolo de inocencia, de
pureza, que se caracterizan por ser blancas, sustituyen a “nubes” en el
poema, constituyendo un oxímoron, que
aporta una gran carga semántica y una mayor potenciación estilística.
Además,
detectamos una sinestesia que connota de la sustancia al contenido denotativo
en interrelación con el contenido connotativo, al percibir el color, ya sea
blanco o negro, con la vista y el
invierno, por el frío, entre otros rasgos distintivos por tanto, en: “…valen
tan poco / las negras azucenas / del invierno…” observamos otra figura de
pensamiento que afecta al plano semántico de la lengua y que es la dilogía, ya
que se está empleando una palabra “azucena” que significa pureza e inocencia
pero que aquí es negra, con dos sentidos diferentes aportando una mayor
potenciación estilística a ese “invierno de la vida” que evidencia la muerte.
Elegía es
com-pro-meterse, nos refiere Pedro García Cabrera en la reseña que realiza de “Desangre
libelular anónimo”. Destacar dos poemas “Incólume ante las cosas de un
despacho” y “Tiempo y espacio”. En el primero aborda la soledad de un despacho
sin vida y en el segundo marca el paso del yo al nosotros en ese “ahora mismo”, “fue”, “fuera”, “fuimos”,
“soñé” que constituye el “somos amores de los siglos” o “amores sin fronteras”
que observamos más adelante en el “Socorrista chino”.
El poemario
termina con “Iba yo un día de mago por la vía”, firmando este Desangre
libelular, así nos dirá: “Me acompañaba
el vendaval, el trueno/que tronó, / me desgajé en mitades tubulares. /…De modo
que volví. Esta es mi vida.”
Poemas que dan
vida, amores de siglos, sin fronteras, calendarios, despedidas, lunas y
lluvias, besos y amantes, lo amargo y lo dulce de pequeñas libélulas, se funden
en un desangre anónimo. “Y serás como el viento/ en la escala / imprecisa”.
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