HORIZONTE LITERARIO CONTEMPORÁNEO
Por
Roberto Cabrera
Tal como se ha venido advirtiendo en las últimas fechas, un
nutrido grupo de escritores canarios ha conseguido dar el salto hacia un
conocimiento cada vez mayor de la creación poética y literaria en general y
cada vez más lejos del orbe archipielágico. Una de esas avanzadillas la
constituye la publicación bilingüe español-rumano de una parte muy
significativa de la obra de Olga Rivero Jordán en la revista especializada
ORIZON LITERAR CONTEMPORAN, que dirige el poeta Mihai Cantuniari. Es de
lamentar que algunos de sus prolíficos textos permanezcan aún inéditos como: El
duende azul, Huertas de luna o Solar de manuscritos, cita la publicación, pero
el grueso de su obra poética ha corrido con la suerte de haber sido prologada
por algunos de nuestros creadores, léase Carlos Pinto Grote, Isaac de Vega,
Juan José Delgado, Freddy Crescente, Antonio Jiménez, y mencionada por poetas como Reynaldo Pérez
Só, el primero que adujo que salvando las distancias estilísticas y temáticas
alude a un cierto paralelismo con el maestro de las letras venezolanas Ramos
Sucre por boca de Salvador Garmendia “la prosa existe como tal en el montaje
gráfico, ya que su contenido poético reposa en la esencialidad del lenguaje”.
También el crítico Jorge Rodríguez Padrón le señala a Olga Rivero Jordán en una
misiva “leyendo he recordado el mundo de la poeta uruguaya Marosa di Giorgio,
con el que creo el suyo establece un sugestivo paralelo o reflejo, desde esta
ladera del idioma. No sé si conocerá la obra de di Giorgio (lo digo porque hace
muy poco que se ha publicado en España); pero creo que valdría la pena que se
encontrara –siquiera a través de la lectura- con alguien que yo entiendo que es
su alma literaria gemela. La diferencia fundamental: lo radicalmente vital de,
y el estilo que da la voz personal de cada una”. El poeta y ensayista Antonio
Arroyo escribe: “en su poesía no hay palabras mágicas. Es la magia de las
palabras con su hambre y su sed repintadas de cereza, que Olga recoge de la
escarcha, después de la nevada del desasosiego. Así que me siento a la mesa, me
vierto en el café con leche y Olga, desde el silencio, va llenando el vacío con
las frutas prohibidas de todos los paraísos”. Los trabajos publicados vienen
precedidos de un breve poema “Sobre la mesa” de Domingo Acosta, gran conocedor
de toda su obra; un apéndice del citado Arroyo Silva de título: Sobre la ciudad
soñada, y textos de Olga Rivero Jordán.
Sobre la mesa
el aire de su abrazo,
rotundo asombro
de ola y lágrima encantada.
Huele a café y a trópico,
bajo la luz del mediodía
ruedan sus ojos
y el duende en el bullicio.
No importa lo que pase,
antes del penúltimo sueño,
ella pintará sus labios
del mismo azul
con que impregna las
palabras.
ENCENDIMIENTOS (1)
Fueron los cantos religiosos los que crearon los mitos y los
dieron a conocer. Muchos fueron sutiles ale¬gorías, otros, invenciones
fantásticas con un fondo nove¬lesco que ponía a los dioses como príncipes en la
tierra. Es el sincretismo quien pone el hueso y la carne a todas las
realidades.
Como en los Himnos homéricos, hay en este libro, nubes que
luchan con espíritus de la luz. También la nueva luna y el rescate de una
pareja de nuevos dioses.
Están las liturgias fúnebres y las fórmulas mágicas cuyo significado
no siempre resulta claro. Es un libro de los muertos, de la respiración y de
las transformaciones. Es el libro del continente contenido, dispuesto a
perdurar en lo binario.
Está la grasa que ralentiza y está el esqueleto que baila. La
ciencia arcaica, y la poesía encubridora de enigmas. Los hijos de los faraones
y el ladrillo esgrafiado para leer en el lenguaje de los animales y ver a los
dioses. Las recompensas y castigos de los muertos.
Y está la hija del dueño del circo, que accede a todas las
piruetas, volviendo con acierta literario de cada una de ellas, la domadora del
argot y también del nego¬cio.
Este libro hace el camino de retorno de la luz hasta el fondo de
la cueva, cuando aquella no es sino el flash de la maquilladora luminotecnia, prefiriendo
el flash back incuestionable del cuerpo y su fisiología en la hoguera
sensualista. ¿Modernidad? Mucho después, podremos tomar bocadillos de ruido en
los semáforos del fin de Siècle.
Al amanecer son los personajes genios y duendes de la noche. También
caballos que discurren como metá¬foras suaves como la cachemira, y te devuelven a tu ciudad. Éfeso
y Heráclito desnudando la silueta del alma. La grieta abismática del caos y un
país lejano donde se gestaron los mundos. Los órganos de la felicidad, que
hacen de la vida un delirio. Nuestro don de intelección de las cosas bellas y
divinas como expresó el estagirita. Y la entrega que hace Olga al desarrollo de
ese don como Ovidio a sus «Metamorfosis». Encendimientos cuando el poeta arde y
se abrasa.
Girándula es la ontología poética. La ocupación del ser por
disquisiciones que flagelan la ignominia y las adocenadas sensibilidades. El
golpear con fuerza sobre las cosmogonías históricas para construir un mayor
desa¬fío poético. Encendimientos. Ritos destinados a destruir la brujería por
el fuego, el alma clásica racional y vital. Pero, ¿qué hace un clasicismo como
este en un formato por debajo de las catacumbas underground, cronome¬trando
rituales que alertan de la realidad del ser en el sur de los sueños? ¿Está la
reminiscencia de la idea entre las contradicciones internas de la naturaleza?
Esa que tan bien conoces, como Safo, de quien heredas la audacia en las
imágenes. Está el abatido enigma diseccionado como la cabeza de una muñeca, en
los húmedos libros de Kant.
Antes dominó la trasmigración, la ventana por donde miró Gustav
Meyrink en el gueto judío y descu¬brió los muñecos, las mariquitas, los
recortables y las vacías copitas de licor, en la infancia de otra
reencar¬nación, pero además la contingencia con sus flecos de razón suficiente
y las grandes verdades de la ciencia, con sus mentirijillas cándidas y tampoco
satisface... porque el hombre es insatisfacción, el mono político que escribe
la historia con una mano sola. La otra es una mano de mujer, la mano blanca de
Espinosa, que pasea solitaria sosteniendo el ojo escudriñador como un aleph por
bule¬vares del París de los grandes momentos. Es decir, «endomingado» y
«albelizado», ebrio de «Flore». Con Ofelia asomada a una ventana sobre la calle
desolación como en los poemas de Bob Dylan; y un ladrón de guan¬tes blancos
actuando en especial, para el Teatro Negro de Praga. Ciudad de acento tan judío
como un Jordán sobre¬puesto. Como si la voz de Al Johnson fuera visible y
dejara lo negro tan a oscuras —malditos blancos— que sólo se oyera la luz de
flash de las discotecas de sus ojos.
Falacias disfrazadas de dentaduras que castañe¬tean el aire.
Aplausos sin cuerpo. La escritura de Olga es La Antinovela y la poesía mélica a
ritmo de arpa o de un solo de Hendrix. Una gran pantera de lunares, en el sofá
de las teogonías. Un crucero de ojivas y paredes repletas de arabescos por
donde pasea el cine mudo, mientras el mundo no para de hablar. Dentro y fuera
de todas las fuentes modernistas, nos bañamos en las fachadas de Borromini y
acabamos con la espalda contra unas tablas flamencas, escuchando «Simpatía por
el diablo», «Bájate de mi nube», «Píntalo de negro», «El décimo noveno ataque
nervioso» o «El sueño 333», puro situacionismo ecléctico, en los jardines del
Liceo, y la estatua de Tabares con la capucha de un anorak. Por ese lado, Olga
Rivero Jordán es capaz de todo, incluso después de matar al personaje
suicidándolo en una lánguida y cervantina alcoba, boga como un Carlos Santana
que dijera «no tengo a nadie» y pone en liza ante la parca todos los recursos
que su vitalismo no puede resistir: aparecidos, mujeres dra¬gones, fantasmas,
poltergeist, encuentros, mujeres-lobo, chupasangres, mujer-invisible, visiones,
sortilegios y conjuros. «Porque en el momento de la muerte el espíritu no puede
estar presente, porque no puede morir, mas tiene que esperar, ya que el cuerpo
sí ha de morir». Este es el ápice extremo de la síntesis para Kierkegaard. Una
verdad metafísica como las de Lezama: «la poesía es el órgano de lo
desconocido». O «la conciencia es memoria del parto doloroso de los dioses».
Dice Olga: tenemos las estaciones del mundo y las emociones del hombre. ¿O es
que vamos a matar a los dioses y luego habilitarlos a nuestra conveniencia?
Dios ha muerto, pero de eso hace mucho tiempo, tanto que no nos extrañe que
pueda resu¬citar. Como en el terremoto de Los Ángeles.
En el capítulo Paseo, el personaje baja a la calle, a los bares,
se roza con los «ellos», al principio con el buen humor que Aristóteles
recomienda, más tarde por los «callejones de la tristeza» de Emeterio. La
poesía canaria ha sido siempre universal, pero nunca tan cósmica desde el
modernismo, a veces parnasiano y frío como un monó¬culo, otras exuberante y
perlado de Morales a Saulo. La poesía que reordena el caos, al calor de la
soledad del hombre más feliz y menos dependiente. Metes a tus personajes:
Hegel, un delgado Pitágoras, Marcel Proust, Freud, Las Náyades, Eolo,
Tibicenas, Ceres, Fushi y Pangú partidor del humo. Echeyde, Lucifer, Louis Armstrong,
Camile Saint o Esmeralda la zíngara. Todos con sus atributos y en pie de
igualdad. Penetras con tu estilete fisiológico hasta las alteraciones de sus
músculos. Presentas sus ambientes: lagos, columnas herméticas de catedrales, el
Erebo, el Sena o Notre Dame, los desiertos marinos, el Olimpo, noches lobeznas,
etc. Todo lo que acerque tu relato al satírico teatro griego, alegre, báquico,
inopinado y fantástico. Pero también al drama de tu poesía escénica.
Escogemos el paralelismo que nos presenta el maestro de la
poesía contemporánea, Ramos Sucre: «La prosa existe como tal en el montaje
gráfico, ya que su contenido poético reposa en la esencialidad del lengua¬je»,
cita Salvador Garmendia, refiriéndose al tardíamente valorado escritor
venezolano. O como él mismo escribe: «deben distinguirse entre los poetas
inactuales y egotis¬tas, los bardos de aliento profético y simpatía ardorosa…
los últimos no pueden prescindir de la elocuencia, se expresan inevitablemente
en imágenes, medio que puede enunciar la filosofía más ardua y comunicar
eléctrica¬mente la emoción». Pero en el caso de Olga, se detienen cuando «dejan
de ser un medio… para convertirse en retórico vicio del declamador».
La carrera de esta fondista de novela, es la de la nudista que
huye a toda prisa de los bobbies para seguir mostrando su incomodante
streaking. Corre más allá de High Park, con una mano ni más atrás ni más
adelante que las de un perdedor de póquer. En los tiempos en que apareció el
cuerpo de Brian Jones en la piscina, Olga se disfrazaba de nurse, para poner
rock en el walkman del bebé de la vecina.
El matiz erótico de la poesía de Olga, es fina emotividad
recreada como una María Calcaño, que rompe y prepara el terreno a una poética
que en su país se reconoce netamente en su paisaje interiorizado. Un estudio de
casos esta autora, con quien fracasan las sa¬piencias psicologistas falsarias
mientras campea la intros¬pección. La noche se volatiliza, la bohemia viste
botas blancas hasta el cuello, el yo romántico muestra su pre-valencia al modo
cosmopolita; pero lo matérico también cuenta: texto dominado por los
«elementos», descripción detallada de mecanismos fenoménicos, rarefacción,
fusión, procesos energéticos. Prosa con tintes de filosofía natural que versa
sobre la actualización. La mujer-lobo acude nocturna a las citas. El alma por
fin contempla las ideas. «Los muertos se alimentan de sangre fresca en fraguas
de vapor». Las almas salen de «los hangares del silencio», se escabullen por
las rendijas de sus losas hasta el Río del Infierno. Los perros se echan,
cansados de trans¬portar almas al otro mundo.
Poesía como arquitrabe de la ficción, sin perder su íntimo
carácter. Cementerios avizorados con los ojos de los enterrados. Cuentos de
fantasmas y prosa visionaria. La muerte, el ave de la noche y su sombra,
tambores y música incendiaria como en los poemas de Sarduy dentro de un Harlem
«rayao».
La mujer «streakne» asoma poco a poco la cabeza, y pone las
manos sobre el guardalodos del Rolls de Yard. En tiempos belicosos uno se
dejaría «intervenir» por Olga bajo los cañonazos serbios en una clínica de
campaña, vista su apriorística latencia artística. Mientras por otros foros
transitan momias disfrazadas de autorrealización, aparece Olga como un
delantero de refresco con su «maillot amarillo» de ánimo y nos deja atrás a los
relevis¬tas, saltadores de pértiga, y a otros en el foso de la inten¬tona…
Pocas veces asiste uno a un acto literario para confirmar ideas
tan claras. Al fin se ha hecho justicia con esta escritora de avalada autenticidad,
y será el héroe Benchomo el dispendiador de ese ritual. Girándula era tan
difícil de hallar, como encontrar hoy una calle tranquila o beber una cerveza
de grano rojo en un café pobre de la noche interior. Porque Olga ha demostrado
ser la poeta olím¬pica, con la antorcha del sabio de Éfeso sobre el río a
desbordar de la tradición y las piernas congeladas dentro de sus canoas de
esquiadora. Quizá Olga conozca esta cita que Sucre pone en boca de un bardo:
«La tradición había vinculado la victoria, en la presencia de la mujer ilustre,
superviviente de una raza invicta. Debía acompa¬ñarnos espontáneamente, sin
conocer su propia impor¬tancia».
@ Roberto Cabrera
Girándula, 1993 ed. Benchomo con prólogo de Isaac de Vega.
(1) texto leído por el autor. Espacio Guimerá. Ciclo Nuevas Formas,
Nómada en Makaronesia. Santa Cruz de Tenerife. Publicado en Reflejos
(El vigía editora 2008) y en Orizon Literar Contemporan. 2013.
Rumanía. Editura Pim
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