CULTURA SOCIEDAD ANÓNIMA
EDUARDO
SANGUINETTI
FILÓSOFO
RIOPLATENSE
Desde hace décadas, la ficción se fue apropiando de la historia
argentina, determinando cambios a repetición e insistencia, que operaron una
mutación en la conducta y conformación del ciudadano argentino de este tiempo.
Es bien conocido el “malestar de la legítima inteligencia” ante
el estado de las cosas, sobre todo en el escenario en que se debaten las
diferentes representaciones de la “realidad”, que pasó a ser una situación
carente de importancia; ya que es poco probable reconocerse en la misma como
actor, uno se convirtió en espectador del drama esencial de este milenio, que
presenta la apertura de un abismo entre quienes piensan que viven y quienes
dictan sobre el mundo, o piensan actuar sobre él.
Abismo donde se precipitan, con el éxito que es conocido, todos
los funcionarios políticos corporacionistas, asimilados a una “cultura sociedad
anónima”, que manipulan sobre la geografía de este país, ante una mansa
comunidad que asiste resignadamente a su exterminio.
En mis enunciados, desde hace dos décadas, hago notoria y
patente la resistencia a una cultura “mercantilizada”, que deviene en una
concatenación de ensayos lastimeros, construidos por militantes deprimidos de
la “new age”, que dieron lugar a un fast food teórico, rápidamente consumido y
aceptado por un anestesiado pueblo sin horizonte aparente. Enunciados, los
míos, que sistemáticamente son censurados y rechazados por los cobardes
manipuladores amateurs de la denominada cultura de hoy, mercenarios rentados de
las tendencias que operan como tamiz del saber en general, sobre todo sobre las
ciencias sociales y humanas, modificando el estatuto de su relación con lo
real.
Enunciados que resisten a lo que se comprende de inmediato sin
ser digerido, resistiendo igualmente al prurito de las opiniones y destrucción
de trayectorias por medio de las redes sociales que operan desde Internet como
cuadros de los servicios, con orden de eliminar de inmediato toda crítica,
disentimiento o simplemente a quien pretenda poner en juego algunos “valores”
perimidos, elevados a categoría de sacros, en el nuevo templo de una religión
resbaladiza, donde la verdad es sacrificada en nombre del entendimiento y de la
libertad de expresión, ausente.
No hay nada más tedioso que las sucesivas y siempre perentorias
“opiniones”, con que nos abruman los artículos periodísticos escritos en los
medios conservadores del poder; opiniones rápidamente retomadas en intentos de
libros-ensayos, como aquellos que precisamente la prensa gráfica y televisiva
no cesa de alabar con la pretensión de que representan el pensamiento de este
milenio.
Y he aquí el momento culminante en el que debo advertir “la
sumisión de lo evidente” en las masas hipnotizadas ante toda la basura
psico-biodegradable, que actúan en las redes sociales y la TV, y que hacen nido
en un inconsciente que posiblemente dispare quién sabe para qué sitio, en un
instante y por siempre, cocinando un porvenir sin huellas, ahistóricamente,
como el poder político lo imaginó y efectivizó.
Muchedumbres consumistas de nociones simples, rápidamente
adquiridas en las tiendas de accesorios y que el “pensamiento legítimo”
rechaza, atento a los matices y abierto a considerar complicaciones y bucear en
las respuestas a tiempo para que el proceso de destrucción se detenga.
La democracia no es una sociedad de consenso. Es una sociedad en
la que cada uno tiene el derecho de expresarse desde sí mismo, por sí mismo, y
a elegir acorde a sus inclinaciones y capacidades. Cada uno es el realizador de
sí mismo y punto.
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