ENSEÑA
(Un cuento)
José Rivero Vivas
-¡Voto a lo nuestro!
El
grito hizo volver la cabeza a los transeúntes que pasaban en ese momento por el
extremo superior de la Plaza de la Candelaria, entorno reformado en varias
ocasiones, aunque no siempre fue su resultado más hermoso ni más cómodo que el
anterior.
Quienes
giraron en sí, con el propósito de cerciorarse del motivo de aquella alta
exclamación, alcanzaron a ver un señor, de media edad, que se había puesto de
pie ante el banco donde permanecían sentados sus dos compañeros, de análoga
edad a la suya, y los miraba desafiante.
-No
te acalores, Isidoro.
-Estoy
sereno, Miguel.
-No
lo pareces –medió el tercero.
-No
temas, Ricardo –tranquilizó Miguel.
Isidoro
inició unos pasos de retirada, pero al instante se arrepintió y se acercó a
ellos, tomando asiento de nuevo. Luego, parsimoniosamente, dejando caer cada
palabra, afirmó:
-Quiero
ser destino de quien carece de eco para su palabra.
-¿A
quién te refieres? –se interesó Miguel.
-Al
autor canario, tan apto como el que más.
-De
ser bueno –apuntó Ricardo-, no sería obviado por los medios de comunicación.
-Importa
tener en cuenta que su labor es testimonio del quehacer cultural de estas
Islas. A este tenor, yo me siento obligado a conocer lo que mi paisano es capaz
en su ficción. Calificaciones y categorías vienen por otros establecidas.
Se
produjo cauto silencio, acentuando la breve pausa en la tertulia de aquella
avanzada mañana, rota por Ricardo que, como para sí, observó:
-Así
y todo, es raro ver una novela suya en escaparate de librería.
-Cierto
–ratificó Miguel.
-Ello
–subrayó Isidoro- nos lleva a preguntarnos por esta cerrazón de ignorar un
producto que, si no alcanza el nivel de obras superiores, escritas con tinta de
oro -como al parecer son las que nos llegan de diferentes espacios, en idioma
original y en nítida traducción-, puede al menos considerarse que representan
parte del prístino acervo de esta tierra, nuestra y de nuestros mayores, lo que
implica autenticidad e inmediatez de cuanto es susceptible de acaecer e influir
en nuestro ámbito real.
Extraña
apuesta la de este hombre, podría conjeturar cualquiera que lograra oír su
premisa. Inclinado a destacar la peculiaridad de una producción, mayormente
desechada en su marco concreto, Isidoro se mostraba empeñado en señalar la
necesidad moral de tomar contacto con la creación del autor canario, no por ser
de suma excelencia, todavía por analizar, sino por cuanto incrementa el cómputo
general de este país, hecho que, a su entender, no está suficientemente
valorado.
A
lo que Miguel repuso:
-Son
muchas las cosas que aquí se aprecian.
-Sin
duda.
-El
oriundo de las Islas –puntualizó Ricardo- se siente inclusive orgulloso cuando
menciona la excepción de sus vinos y sus quesos, tanto como en la exaltación
que hace de su folclore.
-Sin
embargo –objetó Isidoro-, no se pronuncia en absoluto sobre nuestra literatura.
-Por
desconocimiento, tal vez.
-Eso
presumo, Miguel.
-¿Por
qué no pensar en lo desacertado del texto?
-Creo,
Ricardo, que la posibilidad es latente. No obstante, habría que ir al libro y
declarar abiertamente la impresión inferida a través de su lectura.
Tornó
a reinar el silencio, prolongado esta vez, hasta que el propio Isidoro habló:
-Bien.
Es hora de irse a casa.
Los
otros asintieron con sendos gestos de cabeza.
-Seguiremos
tu ejemplo –dijeron a una.
Isidoro
se levantó y sin más se fue.
__
José Rivero Vivas
San Andrés,
Tenerife,
mayo de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario