EL PELIGRO DEL ATRACTIVO ESTILO
DE LA EXTREMA DERECHA
POR VIJAY PRASHAD
Fuentes: Instituto Tricontinental de
Investigación Social [IMagen: Diana Dowek (Argentina), Las madres,
1983.]
Antes de ganar las elecciones presidenciales argentinas del 19 de noviembre, Javier Milei difundió un video en el que aparecía frente a una serie de pizarras blancas. En una de ellas aparecían pegados los nombres de varias instituciones estatales, como los ministerios de Salud; Educación; Mujeres, Género y Diversidad; Obras Públicas; y Cultura, todos ellos reconocidos como elementos clásicos de cualquier proyecto de Estado moderno. Caminando por el pizarrón, Milei arrancó los nombres de estos y otros ministerios mientras gritaba «¡fuera!” y declaraba que, si era elegido presidente, los cerraría. Milei prometió no solo reducir el Estado, sino “hacer explotar» el sistema, apareciendo a menudo en actos de campaña con una motosierra en la mano.
La
reacción al video viral de Milei y a otras maniobras similares fue tan
polarizada como el electorado argentino. La mitad de la población pensaba que
el programa de Milei era una locura, el signo de una extrema derecha alejada de
la realidad y la racionalidad. La otra mitad pensaba que Milei mostraba
precisamente el tipo de audacia necesaria para transformar un país sumido en la
pobreza y con una inflación disparada. Milei no solo ganó las elecciones, sino
que lo hizo ampliamente, derrotando al ministro de Economía del gobierno
saliente, Sergio Massa, cuyas viciadas promesas centristas de estabilidad no
sentaron bien a una población que ha vivido con la inestabilidad durante
décadas.
Las
propuestas de Milei para resolver la acelerada caída de la economía argentina
no son únicas ni prácticas. La dolarización de la economía, la privatización de
las funciones estatales y la supresión de las organizaciones de trabajadores
son pilares de la agenda de austeridad neoliberal que ha asolado el mundo
durante las últimas décadas. Debatir con Milei sobre una u otra política es
perder el hilo del ascenso de la extrema derecha en todo el mundo. No importa
tanto lo que dicen que harán para resolver los problemas reales del mundo, sino
cómo lo dicen. En otras palabras, para políticos como Milei (o el expresidente
brasileño Jair Bolsonaro, el primer ministro indio Narendra Modi y el
expresidente estadounidense Donald Trump), lo atractivo no son sus propuestas
políticas, sino su estilo, el estilo de la extrema derecha. Personas como Milei
prometen agarrar por el cuello a las instituciones del país y hacerles escupir
soluciones. Su audacia provoca un escalofrío en la sociedad, una sacudida que
se disfraza de plan de futuro.
.
Hubo
un tiempo en que el ánimo general de la clase media internacional se centraba
en garantizar la comodidad: odiaban la incomodidad de verse atrapados en
embotellamientos y colas, de no poder llevar a sus hijxs al colegio de su
elección y de no poder comprar —aunque fuera a crédito— los bienes de consumo
que les hacían sentirse culturalmente superiores entre sí y a la clase
trabajadora. Si la clase media no tuviera dificultades, entonces esa clase —que
conforma el electorado de la mayoría de las democracias liberales— se
contentaría con promesas de estabilidad. Pero cuando todo el sistema se
convulsiona con problemas de uno u otro tipo —como la inflación, cuya tasa era
del 142,7% en Argentina al inicio de las elecciones de octubre—, la garantía de
estabilidad tiene poco peso. Las fuerzas políticas de centro, como las del
adversario de Milei, están atrapadas en el hábito de hablar de estabilidad
mientras su país arde. Prometen poco más que destrucción paulatina. En este
contexto, la timidez no siempre es atractiva para la clase media, y mucho menos
para las y los trabajadores y campesinos, que necesitan una visión audaz en
lugar de una fijación en leves aumentos del costo de vida junto con vacaciones
tributarias para las grandes empresas.
Esta
timidez no tiene que ver únicamente con el carácter de la fuerza política que
aprovecha el momento. Si ese fuera el caso, el mero hecho de gritar más fuerte
debería ganar los votos de la centroizquierda y de la izquierda. Más bien
refleja la creciente timidez de la centroizquierda y de su plataforma política,
desinflada por las inmensas tensiones y presiones que han dañado a la sociedad
a nivel neurológico. La precariedad del empleo, la retirada del Estado de los
cuidados a la población, la privatización del ocio, la individualización de la
educación y otras tensiones han producido, en conjunto, problemas sociales
abrumadores (por no hablar del impacto de la catástrofe climática y de las
guerras brutales). El horizonte político de amplios sectores de la
centroizquierda se ha reducido a la mera gestión de esta civilización en
descomposición (como señala nuestro último dossier, ¿Qué esperar de
la nueva ola progresista de América Latina?. La persistente
incapacidad de los gobiernos para resolver los problemas de la sociedad ha
convertido la propia política en algo ajeno a amplios sectores de la
ciudadanía.
Dos
generaciones de personas se han criado en el mundo de la austeridad, de
mentiras vendidas por expertos tecnócratas que prometen mejorar su condición
social mediante el crecimiento económico neoliberal. ¿Por qué deberían creer a
cualquier experto que ahora advierta contra el canibalismo económico promovido
por la extrema derecha? Además, la erosión de los sistemas educativos y la
reducción de los medios de comunicación de masas a una competencia entre
gladiadores han hecho que existan pocas vías para un debate público serio sobre
los problemas que enfrentan nuestras sociedades y las soluciones necesarias
para abordarlos. Se puede prometer cualquier cosa, se puede aplicar cualquier
cosa, e incluso cuando las agendas neoliberales crean resultados catastróficos
—como con el plan de desmonetización de
Modi en India— se promocionan como éxitos y se celebra a sus líderes.
El
neoliberalismo no solo ha aumentado la precariedad de la mayoría a nivel
global, sino también los sentimientos de antiintelectualismo (la muerte del
experto y la experticia) y antidemocratización (la muerte de la educación y el
debate públicos, serios y democráticos). En este contexto, el triunfo de Milei
no tiene tanto que ver con él como con un proceso social más amplio, que no es
exclusivo de Argentina, sino de todo el mundo.
Pilares
del neoliberalismo como la privatización y mercantilización de las funciones
del Estado crearon las condiciones sociales para el auge de dos problemas
gemelos: la corrupción y la delincuencia. La desregulación de la empresa
privada y la privatización de las funciones estatales han profundizado el nexo
entre la clase política y la clase capitalista. La concesión de contratos
estatales a empresas privadas y el recorte de las normativas, por ejemplo, han
proporcionado inmensas vías para la proliferación de sobornos, comisiones
ilegales y transferencias. Simultáneamente, el aumento de la precariedad de la
vida y el desmantelamiento del bienestar social incrementaron el volumen de la
pequeña delincuencia, incluso a través del tráfico de drogas (como demuestra un
proyecto de investigación del Instituto Tricontinental sobre la guerra contra
las drogas y las adicciones del imperialismo, que pronto dará sus frutos).
La
extrema derecha se ha obsesionado con estos problemas, no en un esfuerzo por
abordar las raíces del problema, sino para conseguir dos resultados:
1.
Al atacar la corrupción de los
funcionarios del Estado pero no la de las empresas capitalistas, la extrema
derecha ha podido deslegitimar aún más el papel del Estado como garante de
derechos sociales.
2.
Aprovechando el malestar social general
en torno a la pequeña delincuencia, la extrema derecha se ha servido de todos
los instrumentos del Estado —que por otra parte denostan— para atacar a las
comunidades de personas empobrecidas, ocuparlas con fuerzas de seguridad bajo
el pretexto de la prevención del delito y arrebatarles cualquier tipo de
autorrepresentación. Este ataque se extiende contra cualquiera que dé voz a la
clase trabajadora y a las y los pobres, desde periodistas a defensorxs de los
derechos humanos, desde políticxs de izquierda a líderes locales.
La
representación engañosa y la instrumentalización de la corrupción y la
delincuencia por parte de la extrema derecha han colocado a la izquierda en una
situación de gran desventaja. En estas cuestiones, la extrema derecha mantiene
una íntima relación con la vieja socialdemocracia y el liberalismo tradicional,
que generalmente aceptan el contenido del programa de la extrema derecha,
oponiéndose únicamente a su versión desfachatada. Esto deja a la izquierda con
pocos aliados políticos cuando se trata de estas batallas fundamentales,
obligándola a defender la forma Estado a pesar de la corrupción que se ha hecho
endémica en él a través de la política neoliberal. Mientras tanto, la izquierda
debe seguir defendiendo a las comunidades trabajadoras de la represión estatal,
a pesar de los problemas reales de delincuencia e inseguridad a los que se
enfrenta la clase debido al colapso del empleo y el bienestar social. El debate
dominante se enmarca en torno a las realidades superficiales de la corrupción y
la delincuencia y no se permite profundizar en las raíces neoliberales
Cuando
llegaron los resultados electorales de Argentina, pedí a nuestros colegas de
Buenos Aires y La Plata que me enviaran algunas canciones que captaran el
estado de ánimo actual. Mientras tanto, me sumergí en la poesía argentina de la
pérdida y la derrota, sobre todo en la obra de Juana Bignozzi (1937-2015). Sin
embargo, ese no era el estado de ánimo que querían transmitir en este boletín.
Querían algo robusto, algo que reflejara la audacia con la que la izquierda
debe responder a nuestro momento actual. El rapero Trueno (nacido en 2002) y el
cantante Víctor Heredia (nacido en 1947) captan este estado de ánimo, cruzando
generaciones y géneros para producir la conmovedora canción “Tierra Zanta” y
un video igualmente
emotivo. Y así, desde Argentina:
Yo
vine al mundo a defender mi tierra
Soy el salvador pacífico en la guerra
Me voy a morir luchando, toy firme como un venezolano
Soy atacama, guaraní, coya, barí y tucano
Si quieren tirarme el país, lo levantamos
Los
indio’ construimo’ los imperio’ con las mano’
¿Odia’ el futuro? Vengo con mis hermano’
De diferentes padre’, pero no nos separamo’
Soy el fuego del Caribe y un guerrero peruano
Le doy gracias a Brasil por el aire que respiramo’
A
veces pierdo, a veces gano
Pero no es en vano morirme por la tierra que amo
Y si los de afuera preguntan cómo me llamo
Mi nombre es “Latino” y mi apellido “Americano”.
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