LA VENTANA 12(NARRATIVA)
DUNIA SANCHEZ
Llegamos donde el equilibrio y el caos surge de la nada. Estamos en un océano que no es el atlántico, recalamos en el polo norte, con un mar de hielo. El sonido está apartado más allá de nuestra memoria. Sí, su sonido, su ruido. Un ruido donde el atento silencio del asombro hace de este territorio un lugar único. El barco avanza, rompe despacio esos cascotes de hielo superficial mientras adentramos en este mundo. Un mundo al margen de lo habitual. Y su sonido ¿cómo es ¿es cómo el dolor de la madre tierra ante un duelo, ante un canto callado fúnebre. La atmósfera se blinda de gelidez, sin embargo, este frío atempera las sienes, los pensamientos. La nada discurre aquí ¿Somos la nada? Una oquedad, un vacío nos hace espacio para entrar en sus carnes blancas, azules, grises con el aliento de una brisa que cesa. Y la pena me viene, cuando descubro, cuando descubrimos que todo esto se está perdiendo. Esta forma de la tierra de ser perfecta, de ser bella, en su ensordecedor silencio, en su moledora nada. Mis ojos no se van, quieren seguir mirando lo que algún día será tragado por las mareas. Y qué será de sus vidas, de cada especie que aquí habita…la muerte. No hay cambio de sentido, vamos dirigidos a una devastación masiva del reino natural y ello conllevará muchos conflictos, batallas interminables en la soledad de este joven mundo. Caminamos sobre el hielo, una impresión indescriptible, irrepetible. Nada de vida, solo el ruido del silencio, solo la danza de alguna que otra orca. Un hielo que se derrite descompensado las existencias. Dicen que el humano es el animal más adaptable que existe, razón hay.
Con el simple hecho
de mutarnos a medido que el clima cambia. Pero ese cambio no será igual para
todos, se desarrollarán nuevas guerras, caerán los sistemas sanitarios y la
sociedad será condenada por los que lleven el poder. Habrá más trafico de
personas en la huida de lo indecible. Y es tan grandioso y bello a la vez este
lugar que logra alcanzar una perfección extraña. El sonido de la nada, del
silencio, solo el movimiento que rompen las placas de hielo. Catedral blanca en
el fin de la tierra. Catedral cuyos pilares se sienten temblar. Y un temblor
escruta mis manos. Mis manos sobre sus manos, sobre esa mano que me acompaña a
medido que mi admiración por este planeta especial aumenta. Y este sería el
templo por que tendríamos que rogar. Si, suplicar que se mantenga en su
verticalidad sino consecuencias estropearan cada una de nuestras pisadas por
este mundo, el planeta azul. Sueño, despierta, con esa mano apoyada en mi mano.
Sueño en un despertar, en una esperanza de que todo esto se mitiga y solo sea
una mala pesadilla, un presentimiento roto en los ecos de un grito. Estruendo,
observo como cae el hielo, como montañas se desploman para ser una parte más de
este océano, una parte más de esta muerte. De esta muerte lenta…peces
reventados, mamíferos en el sótano de la ida. Y después, la nada. Mantenemos la
vista. Mantenemos la respiración. Mantenemos nuestro estomago herido y luego el
dolor…el dolor del adiós. No, nos miramos. Somos culpables y una cierta
vergüenza asoma por nuestras ojeras. Me agarro a esa mano y un dialogo es
fuente que nos continúe, que nos da ánimo mientras, esta embarcación continua
su ruta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario