lunes, 24 de octubre de 2022

FASCISTAS

 

FASCISTAS

JORGE BEZARES

Una imagen de archivo del cómico canario Ignatius Farray.

En febrero de 1984, participé como claustral de la Universidad Complutense de Madrid, adscrito a CUDE (o algo así), un grupo que El País situaba en la izquierda extraparlamentaria -un amigo asturiano más socialdemócrata se escandalizó por dicha ubicación política- en la elección del nuevo rector, el sustituto de Francisco Bustelo. Apoyé a Alberto Gil Novales, un profesor de Historia de Ciencias de la Información templado y jacobino -recuerdo que calificó a Robespierre como "un tipo interesante" en una de sus clases magistrales-.

 

Ganó en una segunda votación Amador Schüller, un catedrático de Medicina que se declaró radicalmente independiente, en una segunda vuelta frente a Gil Novales. Un grupo de más izquierda parlamentaria que el nuestro, situado en la parte alta del gallinero, empezó a patalear: "Dictadura, no; Gil Novales, si", "Totus tuus", "Fuera fascistas de la Universidad". Gustavo Villapalos, miembro del equipo de Schüller, les gritó alto y claro: "Como sostiene Maurice Duverger, también hay fascistas de izquierdas".

 

Aunque apoyé a Gil Novales sin fisuras, no pude estar más de acuerdo con Villapalos, o, mejor, dicho, con el politólogo francés al que citó. Desde entonces, -y yo procedía del PCE-, situé a todos los regímenes comunistas que gobernaban la URSS y sus países satélites como parte de ese fascismo de izquierdas. Hasta Cuba, que había sido mi bandera más radical y juvenil. Un amigo más sabio que yo, me comentó a propósito de mis renuncias y traiciones, de mi metamorfosis: "Te podría decir que te has aburguesado, pero creo que en realidad te has democratizado".

 

En esa atalaya llevo décadas, jugueteando con mis ideas, pero alejado de sectarismos, de partidismos, anteponiendo a las personas a las proclamas, a mil leguas de las dos orillas del fascismo, tolerando a los demás e incluso a mí mismo. Tengo amigos de todos los colores y tendencias, incluidos no pocos del Barça.

 

Últimamente, con el regreso de "fascismo" como insulto a la escena pública española, me ha entusiasmado la definición del humorista Ignatius Farray sobre dicho palabro, en contestación al filósofo italiano Diego Fusaro, que afirmó en una entrevista en El Mundo que "si Dios, patria y familia son conceptos fascistas, entonces Platón era un fascista". Pues bien, el canario le contestó a bote pronto al rojipardo filósofo y se la metió por toda la escuadra: "Ni Dios, ni patria ni familia son conceptos fascistas. Los conceptos no tienen ideología. Lo que es fascista es apropiarse de esos conceptos y pretender que tu manera de entenderlos sea la única". Lo mejor de todo es que se descojonó de su reflexión: "Parece mentira que tenga que venir un puto cómico a explicar a Platón".

 

Chapó.

 

El ignatiusmo es un pozo de sabiduría y cachondeo, una magnífica receta para sobrevivir.

 

Esos fascistas, los que Ignatius nos entrega en apenas un tuit, son los que hay que identificar y aislar para que no puedan gobernar no ya un país, sino una vulgar comunidad de vecinos. Forman parte de una casta de idiotas que se creen en posesión de la verdad absoluta, denigran a todo aquel que no comparte sus panes y sus peces, glorifican sus vestimentas togadas de petimetre como si fueran paños de Samarcanda, descalifican al resto de la humanidad por las apariencias, copulan desconociendo el arte de cómo echar un buen polvo, ensucian oficios antiguos con babas de rinoceronte, muerden en nombre de sus amos (¡cuidado, pueden transmitir la rabia!), se arrastran como serpientes del Edén... Malos con avaricia en público y en privado, homófobos que mueren en una jura de bandera, misóginos que sueñan con un vestido largo de noche y unos tacones lejanos, racistas que les gustaría balancearse toda una eternidad en las caderas de una mulata...

 

Si identifica a alguno, puede llamar a los cascos azules de la ONU a un número que ahora mismo no recuerdo. Incluso el Tribunal de la Haya tiene habilitado un mecanismo de emergencia muy sofisticado que aun no he desentrañado. Pero si no quiere montar tanto follón internacional, bastaría con que aplicara los consejos poéticos que nos brinda Mario Benedetti sobre como tratar con cierta deportividad a estos hijos de puta:

 

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