EL OTRO TRÍO DE LAS AZORES
POR RAFAEL CID
Si no fuera por la
fuente de procedencia, diría que porque Pedro Sánchez es un “insensato sin
escrúpulos”. Aunque se puede enunciar en otros términos: porque el líder del
PSOE es de los que piensan que se hable de mí aunque sea mal. Y ha creído que
lo de Venezuela le brindaba una oportunidad para ampliar su espacio electoral
en la perspectiva de que en mayo también se abran las urnas para las generales.
Pedro Sánchez se ha
tirado a la piscina avalando al autoproclamado presidente de Venezuela Juan
Guaidó sin saber si el nivel del agua permitía nadar o solo chapotear.
Seguramente porque Alemania, Gran Bretaña y Francia, conocedores de la
complejidad del conflicto han permitido que su tradicional imprudencia fungiera
como liderazgo. Al fin y al cabo, estos países no arrostran las
responsabilidades históricas que soporta España en Venezuela, en cuanto a la
ingente colonia de oriundos allí residentes e intereses económicos. Acaba pues
en sainete la farsa que ha tenido turbado en las últimas jornadas al cada vez
más patético ministro de Exteriores. Da grima recordar que hasta la víspera
Josep Borrell esgrimía como baremo de autoridad que “no queremos cambiar el
régimen”. En línea con la doctrina de solo reconocer Estados que suele regir el
punto cínico del Derecho Internacional. En realidad un despropósito para
ocultar la docilidad de Moncloa con la doctrina de palo y tente tieso de Donald
Trump.
Con ello, Sánchez
se alinea con esa derecha a la que, ya metidos en precampaña electoral, suele
denunciar por cerril y reaccionaria. Pero las soflamas de Pablo Casado y Albert
Rivera en este preciso sentido, bien miradas, resultan lógicas en opciones
ideológicas que representan troqueles del conservadurismo y el tradicionalismo político.
Como comulgar con todo lo que ordene el Tío Sam, que es lo que acaba de abrazar
el secretario general del PSOE y jefe del ejecutivo español. Por no hablar de
la carga de profundidad que esa actitud conlleva de puertas adentro. Sánchez ha
hecho casus belli con el tema de Venezuela en un asunto similar al que reprocha
a sus ahora compañeros de viaje respecto al contencioso catalán. Entrometerse
en aquel avispero tomando partido descaradamente por un presidente de la
Asamblea Nacional ex aequo sublevado contra los restantes poderes del Estado,
es exactamente lo opuesto a tender puentes con los dirigentes del procés
encarcelados por algo equivalente que dice promover.
Recordemos que aquí
está a punto de comenzar un macrojuicio contra representantes electos de la
soberanía popular (entre otros, la presidenta del Parlament, Carme Forcadell)
precisamente por “desacato” constitucional. Lo mismo que Maduro imputa a Guaidó
y los suyos. La diferencia a favor del dirigente chavista es que allí el líder
opositor está libre (de momento) y puede vender su mercancía urbi et orbi, y
aquí, sus “homólogos” del derecho a decidir se sientan en ristra en el
banquillo del Tribunal Supremo. Porque el artículo 155 que activó Mariano Rajoy
contó con el respaldo cerrado del PSOE y Ciudadanos, la formación con la que
compite para secundar las bravatas supremacistas de Trump. Incluso cuando
Sánchez no pensaba ni por asomo en una moción de censura victoriosa, propuso
agravar el tipo del código penal para que el delito de rebelión no necesitara
el concurso de la violencia.
Respaldar a Guaidó
y hacerlo en nombre de la exigencia de pluralidad, respeto a los derechos
humanos y elecciones libres, como ha expuesto Sánchez en su impostada
declaración del lunes 4 de febrero, es un brindis al sol que revela su
condición de monaguillo del inquilino de la Casa Blanca. ¿O es que el gobierno
español, obrando en consecuencia, va a romper relaciones diplomáticas con
países que como Irán o Arabia Saudita, por no citar a Cuba o Corea del Norte, incumplen
reiteradamente esos requisitos? No, es no. Incluso se les premia con ventas de
armamento para sus operaciones de castigo en la guerra del Yemen orillando la
legalidad vigente, caso de los sátrapas que mandaron secuestrar, torturar y
descuartizar al periodista Jamal Khashoggi. Entonces, ¿a qué atribuir este
ardoroso disciplinamiento del gobierno socialista con Trump que ha fracturado
una vez más a la Unión Europea?
Si no fuera por la
fuente de procedencia, diría que porque Pedro Sánchez es un “insensato sin
escrúpulos”. Aunque se puede enunciar en otros términos: porque el líder del
PSOE es de los que piensan que se hable de mí aunque sea mal. Y ha creído que
lo de Venezuela le brindaba una oportunidad para ampliar su espacio electoral
en la perspectiva de que en mayo también se abran las urnas para las generales.
El oportunismo de Sánchez no tiene patria. Primero, y para quedar como
referente simbólico de la sedicente izquierda, magnificó el peligro de Vox en
las elecciones andaluzas, con las consecuencias de exhibición ecuménica
conocidas. Y ahora, visto que las alianzas Frankenstein que le auparon al poder
ponen un precio inasumible a su sostenimiento, utiliza la cruzada antimadurista
para intentar seducir a esa franja de votantes de la derecha que añoran el Día
de la Raza. El perejil de todas las simplezas. Porque Unidos Podemos, con sus
71 escaños, quiere o no puede
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