AMÉRICA LATINA: LA ZONA DE INFLUENCIA DEL GOBIERNO TRUMP
POR RODRIGO BERNARDO ORTEGA
El triángulo de
influencia de Washington se completa con la “ideología del desequilibrio”, es
decir con la tendencia impositiva de dirigir el mundo libre bajo ciertos parámetros
que en la actualidad se basan en la protección de los grandes capitales.
La reciente
elección del ultraderechista Jair Bolsonaro como presidente de Brasil confirma
el fatídico presente de la democracia en América Latina. Salvo unos contados
casos, la derecha conservadora se ha hecho nuevamente con el poder en el
continente. Atrás quedaron las grandes conquistas sociales de los gobiernos de
izquierda que redujeron notablemente los índices de pobreza en la región. Por
si fuera poco, el líder de la llamada “democracia más antigua del mundo” es un
individuo con ideas peligrosas e incendiarias. En efecto, Donald Trump ha
demostrado que las instituciones y medios de comunicación no son más que
obstáculos para llevar a cabo sus proyectos y ambiciones. El magnate-presidente
quiere promover su visión del mundo donde los empresarios depredan los
recursos, la humanidad sólo es un eslabón para encumbrar a unos pocos hombres y
la democracia con sus pesos y contrapesos es un sistema cada vez más
inconveniente. Esta es la era del darwinismo social.
Tan maleables son
los líderes de América Latina que en el proceso de elección presidencial, todos
al unísono criticaban al entonces candidato Trump y lo acusaban de “radical y
antidemocrático”; hoy lo alaban e incluso se ha convertido en la estrella polar
de algunos gobiernos de la región. Baste mencionar los casos de Colombia,
Argentina y Brasil cuyos presidentes han salido a pedir el respaldo de Trump
para llevar a buen puerto sus negocios. Por ejemplo, el presidente Iván Duque
no ha dudado en recibir asesoría militar para “frenar el problema del
narcotráfico”. La nueva perspectiva del gobierno es impedir a toda costa el
incremento de las hectáreas de hoja de coca aún en detrimento de lo estipulado
en el Acuerdo de paz como la sustitución voluntaria. De nuevo el imperialismo
se abre camino en el sur del continente.
Sin embargo, un
elemento debe tenerse por descontado: América Latina no es ni será una
prioridad para Donald Trump (ni para ningún gobierno norteamericano después de
las dos guerras mundiales). Esto no implica necesariamente que la Casa Blanca
no tenga una estrategia para influir constantemente sobre las decisiones
adoptadas en el sur del continente
(https://www.desarrollando-ideas.com/2017/07/la-politica-exterior-de-los-estados-unidos-hacia-america-latina-en-la-era-trump/).
La realidad es que la administración Trump percibe como “subalternos fieles” a
los presidentes de la derecha latinoamericana. Y de hecho lo son. Las órdenes
promovidas desde Washington como abandonar Unasur (una de las pocas
organizaciones que respaldaban la unidad de los países del sur), es una muestra
de la política exterior invasiva e imperial que es aceptada sin mayor oposición
por dirigentes mediocres, sin dignidad ni soberanía.
Mientras la
política exterior de Trump se dirige a cerrar importantes negocios con la Unión
Europea y sus socios de Medio Oriente, Latinoamérica no es más que su
“tradicional zona de influencia”, su patio trasero. Al respecto debe
mencionarse el caso del periodista Jamal Kashoggi, asesinado brutalmente en el
consulado saudí en Turquía y que, según investigaciones de la CIA, fue ordenado
por el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed bin Salman
(https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-46246458). No obstante, el
presidente Trump ha buscado minimizar las circunstancias del asesinato, pues el
reino de Arabia es uno de sus principales socios comerciales. Esto demuestra
que los negocios están por encima de los derechos humanos y la democracia.
Mutatis Mutandi para el caso latinoamericano, la Casa Blanca ha promovido una
política impositiva basada en un modelo económico extractivo y depredador que
no se detiene a pensar en las violaciones que deja a su paso.
Luego del final de
la Guerra Fría, los Estados Unidos quedaron sin el argumento de combatir la
“influencia del comunismo en el mundo” por lo que iniciaron una campaña
dirigida a “proteger la democracia”, como si esa fuera su misión en la
historia. Además de las intervenciones de mediados del siglo XX, donde se
apoyaron cruentas dictaduras, el Pentágono busca en la actualidad “restablecer
el orden” posterior a las administraciones de izquierda en el continente
(https://elordenmundial.com/estados-unidos-en-latinoamerica/). Más que una
“zona de influencia” en términos geopolíticos tradicionales, América Latina es
para el magnate-presidente una región de explotación, una franja de
“ensayo-error” donde al no encontrar oposición (de hecho, todo lo contrario)
puede poner en práctica las tesis del neoliberalismo radical. En este sentido,
un sistema tributario a favor de los más ricos es una muestra de que la
democracia es un sistema cada vez más hostil para los negocios. Por tal razón,
el subcontinente más que una región de influencia es una zona de control e imposición.
Bienvenidos al pasado.
Además de lo
anterior, el neointervencionismo imperial se ha manifestado en la intromisión
de las elecciones en América Latina. Sumado al escándalo de Cambridge Analitica
-la empresa inglesa que vendió información para manipular a más de 50 millones
de usuarios de Facebook para favorecer la campaña de Donald Trump mediante la
creación de publicidad seleccionada y noticias falsas-, están los casos de las
votaciones en Brasil, Argentina y México. En efecto, en 2017 Cambridge Analitica
abrió una filial en Brasil que tuvo un impacto notable en las elecciones
presidenciales que le dieron la victoria a Jair Bolsonaro. A través de noticias
falsas y publicidad negra en contra del Partido de los Trabajadores, el ex
militar logró encumbrarse en lo más alto del poder en Brasil. Casos similares
ocurrieron en México y Argentina donde empresas y candidatos estuvieron
involucrados en la compra de información electoral
(https://www.celag.org/cambridge-analytica-el-big-data-y-su-influencia-en-las-elecciones/).
Detrás de estas “empresas de votos” están los intereses del gobierno de los
Estados Unidos pues los candidatos respaldados son de tendencia conservadora.
Dicho de otra
manera, uno de los nuevos frentes de acción de la política intervencionista de
la Casa Blanca es la manipulación de las elecciones. En el caso colombiano fue
notable en la pasada contienda presidencial donde la campaña del candidato
progresista Gustavo Petro fue sistemáticamente atacada con rumores y hechos
falsos. Las redes sociales se han convertido, en consecuencia, en el nuevo
escenario de batalla para los grupos económicos. De hecho, la manipulación como
estrategia política quedó develada en el plebiscito por la paz que el “No” ganó
por un estrecho margen. El gerente de esa campaña, Juan Carlos Vélez reconoció
el entramado de manipulación con la que atacaron el proceso de paz
(https://www.semana.com/nacion/articulo/plebiscito-por-la-paz-juan-carlos-velez-revela-estrategia-y-financiadores-del-no/497938).
No es de extrañar que detrás estuvieran comprometidos los intereses del
Pentágono quienes finalmente lograron la victoria con su candidato-títere, Iván
Duque.
La influencia sobre
las elecciones en América Latina no es, sin embargo, el problema más grande que
afronta el continente. La declaración del presidente Trump de considerar una
intervención militar, sumada a las declaraciones del diario brasilero Folha de
Sao Paulo según las cuales se estaría orquestando una coalición para intervenir
al gobierno venezolano, prenden las alarmas sobre el alcance que tendrá la
nueva relación de Trump con los gobiernos derechistas del continente
(https://www.larepublica.co/economia/medio-brasileno-asegura-que-duque-y-bolsonaro-planean-intervenir-en-venezuela-2787961).
Durante su campaña, Jair Bolsonaro estuvo de acuerdo con una acción militar
para derrocar al presidente Nicolás Maduro y de manera solapada los gobiernos
vecinos han apoyado esa medida. Aunque el canciller colombiano, Carlos Holmes
Trujillo ha negado las acusaciones de estar organizando una “coalición”, la
realidad es que se está fraguando un plan para atacar al gobierno Bolivariano y
detrás de todo se encuentran las garras del águila imperial.
El triángulo de
influencia de Washington se completa con la “ideología del desequilibrio”, es
decir con la tendencia impositiva de dirigir el mundo libre bajo ciertos
parámetros que en la actualidad se basan en la protección de los grandes
capitales. El desequilibrio está dado en la imposibilidad de contravenir esas
directrices. A la Casa Blanca no le interesa tener socios sino subalternos, no
le importa la seguridad del continente ni mucho menos su prosperidad, tan sólo
le preocupa profundizar en relaciones de desigualdad y en formar élites locales
que no se opongan a sus intereses.
Las visitas del
exsecretario de Estado Rex Tillerson a ciertos países de América Latina a
inicios del 2018, y del nuevo secretario de Estado Mike Pompeo a finales del
mismo año, confirmaron, por una parte, el deseo de inmiscuirse en asuntos
internos como el caso venezolano y, por otra, la falta de interés y el
desprecio que Donald Trump siente hacia los países del sur.
Desde esta
perspectiva, estamos asistiendo a una nueva era de las relaciones de América
Latina y Estados Unidos que no se basan más que en la anacrónica visión del
“patio trasero”. Para el gobierno Trump, los países del sur sólo traen
problemas de inmigración, son los culpables del aumento del tráfico de drogas y
el incremento de los índices de criminalidad. Adicional a esto, cuenta con una serie
de élites que traicionan la dignidad de sus propios pueblos y siguen ciegamente
las directrices del Pentágono. El éxito de la administración Trump ha sido
minar la unidad y confianza de las naciones latinoamericanas. Para ello ha
empleado la influencia ideológica, militar y electoral con el fin de hacerse
con el control de los negocios en el continente, siempre mirando con desprecio
a los países de nuestra región. Por esa razón, no debe descartarse que detrás
de la ola de “derechización” en América Latina esté el gobierno de los Estados
Unidos, promoviendo la seguridad en detrimento de los derechos humanos y la
barbarie en nombre de la libertad.
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