viernes, 23 de marzo de 2018

CONSPIRANDO CONTRA LA RUBIA


CONSPIRANDO CONTRA
 LA RUBIA
JUAN CARLOS ESCUDIER
Lo de Cristina Cifuentes es una pelea a muerte con la fatalidad, aunque en cuestiones de destino uno suele tener el que se ha ganado a pulso, que no siempre es el que se pretende. La presidenta de Madrid eligió hace tiempo ser la abanderada de la regeneración en el PP, un trabajo que posiblemente excedía a las capacidades de quien tras casi tres décadas entre maleantes, ladrones y arribistas ha insistido en proclamar su ignorancia sobre lo que acontecía en aquel patio de Monipodio. Tan difícil como combatir lo que no se ve, lo que no se huele y lo que no se presiente es convencer a los demás de que uno ha podido revolcarse en el carbón sin ensuciarse el vestido blanco. Es la mala reputación a la que cantaba Brassens: menos los ciegos, todos la miraran mal, algo muy natural por otra parte.


Cifuentes se cree víctima de una conspiración permanente, de un fuego amigo tras el que no sabe si está Esperanza Aguirre con el bazuka, las ranas de la lideresa que quieren morir matando o el mismísimo Rajoy, cansado de rubias travestidas de Aznar y de rubias que se hacen la rubia. Siempre hay una mano negra tras cada suceso.

La vio al levantarse el secreto del sumario del caso Lezo y lo primero que se dieron a conocer fueron los informes de la UCO en los que se le inculpaba de la financiación ilegal del PP. Para alguien inflexible contra la corrupción, aquello era un maldito juicio de valor. Puede que Cifuentes formara parte del comité de campaña del partido y fuera patrona de Fundescam, la hucha desde la que se pagaban irregularmente los gastos electorales; puede que el empresario Arturo Fernández donara un pico a Fundescam; puede que el mentado se adjudicara un concurso en el que Cifuentes presidía al mismo tiempo la comisión de expertos y la mesa de contratación, lo que era incompatible; puede que el concurso estuviera plagado de irregularidades. Pero de ahí a suponer que esta mujer intachable prevaricara era, sencillamente, intolerable.

Algo similar ha ocurrido con su máster en la Universidad Rey Juan Carlos, un centro modélico que nunca mantendría a un plagiador como rector o daría un doctorado honoris causa a Rodrigo Rato, y que viene nutriéndose de la experiencia académica de esa gran familia que son los populares. De entrada, es muy injusto que se hable de las Universidad del PP por el mero hecho de que la fundara Gallardón, y que en ella trabajen o hayan trabajado su prima, la hermana de la propia Cifuentes, contratada irregularmente, la sobrina de Mayor Oreja o la cuñada de Granados, además de Francisco Marhuenda o, si se prefiere, el catedrático Marhuenda, por citar algunos ejemplos. ¿Dónde iba a hacer un master Cifuentes que le pillara más cerca de casa?

Y de nuevo, las casualidades. Que su notable en dos asignaturas se transcribiera como “no presentado”; que pudiera presentarse al trabajo de fin de master con ese “error” en sus calificaciones; que dicho trabajo no aparezca; que el “error” se corrigiera dos años después; que la trabajadora que lo subsanó profese tanta admiración a Cifuentes que la tuviera como imagen en su perfil de whatsapp; que el director del Master fuera un alto cargo del Gobierno del PP; que el profesor de una de las asignaturas transcritas por “error” como no presentadas sea, a propuesta del PP, presidente del Tribunal Económico-Administrativo municipal de Pozuelo de Alarcón, gobernado casualmente por el PP… ¿Quién podría dudar de la honorabilidad de esta mujer apasionada por el Derecho Público del Estado autonómico? Si todo fuera un apaño y, aunque fuera para disimular, ¿no habría obtenido una nota más alta que el aprobado en la asignatura sobre la inmigración?

Cifuentes está rodeada. Como aseguran en su entorno, cuando no te filtran un informe policial, es Granados, el máster regalado o la amenaza de una imputación judicial. El mundo entero conspira contra ella, especialmente en su partido, donde nadie puso la mano en el fuego por ella quizás porque ya no hay quien soporte en la sede el olor a carne quemada. “Voy a seguir trabajando con más ganas todavía”, ha declarado casi alzada en armas contra la caza de brujas. No, a la gente no le gusta que una tenga su propia fe.

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