domingo, 24 de abril de 2016

PABLO CONTRA LA PRENSA

PABLO CONTRA LA PRENSA

ANÍBAL MALVAR

Esta semana los periodistas nos hemos enfadado mucho con Pablo Iglesias porque es un malote, un infierno y un horror, porque no respeta los pasos de cebra y porque reparte propaganda irano-bolivariana con drogas a las puertas de los colegios electorales y de los otros. En resumiendo, Pablo Iglesias es el único colegial de España que sacando buenas notas dice que los profes, los perios, le tenemos manía. Jo, que no, Pablo, o sea, un poquito de por favor. Que no es nada personal. Son solo negocios.

La barbarie pablista sucedió este miércoles en la Universidad Complutense de Madrid, donde el líder de Podemos afeó a Álvaro Carvajal, periodista de El Mundo, su empeño en repartir obleas a la formación morada. “Tengo que evitar que Álvaro Carvajal, que tiene aspecto de epistemólogo pero es un periodista de El  Mundo, me saque el titular ‘Vamos a hacer que España se masturbe”. Ítem más: “Voy a utilizar a los periodistas que nos siguen como recurso para explicar ciertos elementos que vinculan a Podemos con el psicoanálisis. Creo que entre los periodistas y Podemos se ha generado una cierta relación psicoanalítica que sirve para explicar muchas cosas”.

La cosa hasta ha dado para que el ex periódico de ex Pedro J. incluso le dedique su editorial principal de este jueves. “Iglesias subrayó que estaba seguro de que los medios silenciaríamos hoy los prolongados aplausos con los que fueron acogidas sus palabras en la Complutense. Al contrario, los resaltamos porque demuestran que existe un sector en la sociedad española que no distingue el bien y el mal”.

O sea, banda de paletos (entre los que me incluyo), que no distinguís el bien del mal, os dice el editorial de El Mundo. Y andáis votando a tontas, a locas y a coletas.
Haciendo memoria, no recuerdo editorial alguno de periódico serio que haya criticado a nuestra carísima (en los dos sentidos) Esperanza Aguirre por referirse a La Sexta como La Secta. Por poner liviano ejemplo. En mis tiempos gallegos, recuerdo con dulzura cómo Manuel Fraga, demócrata de toda la dictadura, se negaba a contestar en sus comparecencias públicas a los periodistas de El País. En 2006, José María Aznar respondió la pregunta de una periodista de Cuatro (o como se escriba), Marta Nebot, metiéndole un bolígrafo entre las tetas. Y durante años, Felipe González le negó la palabra a cualquier periodista de El Mundo por haber tenido la desfachatez de informar a los españoles de que su gobierno cometía crímenes de Estado. No sé si os acordáis de aquella pifia tan pintoresca de los GAL y o sea. En este sentido, Mariano Rajoy se nos aparece como ilustre garante de la libertad de información, permitiendo cualquier pregunta que le hagamos al plasma.

No quiero con esto significar que lo de Pablo Iglesias no haya sido, por decirlo finamente, una cagada. Pero en absoluto me parece un ataque a la libertad de expresión. Los que escribimos y opinamos debemos sufrir la misma exposición pública que aquellos sobre los que escribimos y opinamos. Quid pro quo.

Y, además, Iglesias no tiene razón. Hay medios que, precisamente, pecan de acríticos con Podemos. Recuerdo a un subdirector de periódico digital que un día se me quejaba del entreguismo de su joven redacción: “Mando a un tío a cubrir la manifestación del Rodea el Congreso, y me llega a la redacción ondeando una bandera republicana y cantando que no nos representan. Esto, Malvar, no es serio”. Ahí empezó todo.
Anonadados estamos con la trama sobornil que se va desvelando en los manejos de Ausbanc y Manos Limpias. Todo correcto. Salvo un pequeño detalle. Nadie apunta el dedo acusador sobre los bancos y grandes empresas que pagaron los chantajes a estos eminentes chorizos. ¿No son también delincuentes? Lo escribía esta semana Gabriel Albiac en ABC con prosa clarísima. “Me hiere que las instituciones que tienen en sus manos el dinero ganado por todos con esfuerzo prefieran partir sombríos beneficios con turbios carteristas. Y que, en ya tres decenios, nadie haya denunciado. Nadie: los poderosos eligieron callar, seguir alimentándolos, con dinero”.

Como El Quijote ya lo tengo abandonado por poco imaginativo, me voy al artículo 451 de nuestro Código Penal, que ilustra sobre cómo tratar judicialmente los casos de soborno: “Será castigado con la pena de prisión de seis meses a tres años el que, con conocimiento de la comisión de un delito y sin haber intervenido en el mismo como autor o cómplice, interviniere con posterioridad a su ejecución de alguno de los modos siguientes. Auxiliando a los autores o cómplices para que se beneficien del provecho, producto o precio del delito, sin ánimo de lucro propio”.

No solo son delincuentes los extorsionadores, sino los paganinis. Habrá que hacérnoslo mirar. Me revuelvo a Ortega, a quien tengo especial manía salvo por esta frase: “Lo que nos pasa a los españoles es que no sabemos lo que nos pasa, y eso es lo que nos pasa”.

PS: Un abrazo fuerte al buen periodista Álvaro Carvajal, protagonista sin quererlo de un debate al que nos debemos someter. No ahora. Todos los días. Tous les matins du monde.

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