VEINTE AÑOS DE
GUERRA IMBÉCIL: LA CAPRICHOSA DESTRUCCIÓN DE IRAK
NAIEF YEHYA
Han pasado veinte años desde el 20 de marzo de 2003, fecha en que dio inicio la invasión estadounidense de Irak. Esta atroz aventura militar puso en evidencia el poderío del aparato militar estadounidense para ganar una guerra, así como la incapacidad, arrogancia e improvisación de la Casa Blanca y el Pentágono para proteger a la población, restablecer servicios, reactivar la economía o establecer un sistema democrático bajo su ocupación. El avance terrestre inicial de las fuerzas estadounidenses y su coalición fue devastador. El ejército Irakuí colapsó sin casi oponer resistencia. El desgaste de la guerra contra Irán (1980-1988), años de sanciones occidentales por la invasión a Kuwait (1990), la corrupción y
la gran desilusión popular con las
instituciones fueron los causantes de que la defensa del país fuera tan
endeble. Las fuerzas de ocupación disolvieron lo que quedaba del ejército y el
partido Baaz, dos instituciones que, a pesar de su autoritarismo y grandes
problemas en todos los rubros, daban coherencia a la vida social y no fueron
reemplazados con nada medianamente operativo. El país quedó devastado y los
torpes e inconsistentes esfuerzos para su reconstrucción fueron una oportunidad
de oro para los mercaderes y especuladores de la guerra para enriquecerse. Casi
nadie habla de los 600.000 millones de dólares del tesoro nacional Irakuí que
simplemente desaparecieron en los años de la ocupación.
La guerra de Bush Jr. primero fue justificada como un
castigo a Sadam Hussein por haber estado involucrado en los ataques del 11 de
septiembre de 2001 (lo cual era mentira), después fue explicado por la
necesidad de eliminar el arsenal de armas de destrucción masiva del régimen de
Bagdad (que tampoco existían), y finalmente fue presentada como una oportunidad
para democratizar Irak (una misión que ha sido un desastre). Lo que sucedió fue
que la guerra desató un cataclismo planetario que desequilibró el Medio Oriente
y tuvo consecuencias en todo el planeta. Este era el sueño húmedo de un grupo
de ideólogos del grupo Project for a New American Century (PNAC) que llegaron
al poder con Bush y que no tenían otra obsesión que reconfigurar el orden
geopolítico mundial en la era post Unión Soviética. El PNAC ya había revelado
en el año 2000 que eliminar a Hussein requeriría de algún evento catastrófico y
catalizador como “un nuevo Pearl Harbor”. Meses antes de los ataques del 11 de septiembre, el
secretario de Defensa del presidente George Bush, Jr., Donald Rumsfeld,
escribió un memorándum sugiriendo la necesidad de una política más agresiva en
contra de Sadam Hussein para llevar a cabo un cambio de régimen en Irak y poner
a Estados Unidos en una posición más ventajosa en la región. No es un secreto
que no había pasado ni una semana de la destrucción del World Trade Center en
Manhattan y del ataque contra el Pentágono en 2001 cuando Bush Jr. pidió que se
relacionara a Hussein con Osama bin Laden y comenzaran las preparaciones para
lanzar una guerra contra Irak. El presidente deseaba terminar lo que su padre
no logró en su Guerra del Golfo: eliminar a Hussein y tomar Bagdad. El único
problema que tenían Bush y su grupo de neocones era que tenían
que convencer a una nación que no veía la necesidad de una nueva guerra. Para
eso lanzaron una abrumadora campaña de propaganda bélica y desinformación en la
que contaban con la complicidad de los principales periódicos y medios electrónicos.
En varias ocasiones, el propio grupo cercano a Bush filtraba información falsa
(a menudo con ayuda de exiliados Irakuíes) a los medios, especialmente a The New
York Times y The Washington Post, y después
miembros del gabinete aparecían en los programas políticos de la televisión a
comentar lo que “habían leído”. Los casos más flagrantes fueron cuando el
vicepresidente Dick Cheney y la secretaria de Estado Condoleezza Rice
repitieron las “revelaciones” que su propio personal había suministrado y
habían sido publicadas por Judith Miller y Michael Gordon. De esta forma
crearon un auténtico círculo vicioso.
Bush deseaba terminar lo que su padre no logró en su
Guerra del Golfo: eliminar a Hussein y tomar Bagdad
La gran mayoría de los periodistas liberales de los
medios prestigiosos apoyaron la guerra, e incluso intelectuales de la talla del
gran contestatario Christopher Hitchens estuvieron de acuerdo con la
“liberación” de Irak. El autor del discurso en el que Bush llamaba a Corea del
Norte, Irán e Irak “el eje del mal”, David Frum, sigue pregonando hasta hoy las
mismas mentiras en las páginas de The Atlantic (cuyo editor,
Jeffrey Goldberg, fue uno de los periodistas más entusiastas de la guerra), al
afirmar que sí había armas de destrucción masivas en Irak. Hay que señalar que
ni Bush ni Rumsfeld anunciaron nunca haber descubierto este supuesto armamento,
con lo que tuvieron que aceptar en silencio su “error”. No hay duda que de
haber existido el menor indicio que pudieran hacer pasar por las armas buscadas
lo hubieran aprovechado. El argumento de Frum es que se encontraron 5.000
municiones químicas o biológicas de los años ochenta. Esto era obviamente un
lote perdido e inoperable, sin valor estratégico, que quedó olvidado después de
que el régimen de Hussein entregara a los inspectores de armas y destruyera lo
que le quedaba en su arsenal de los cientos de miles de municiones químicas que
usó en su guerra contra Irán. El número y la condición de estos misiles no
justificaban lanzar una nueva campaña propagandística que hubiera dado lugar a
más investigaciones, escepticismo y a una mayor humillación para un régimen que
había perdido toda credibilidad. Bush y su equipo prefirieron ignorar el asunto
y esperar que en la mente de la gente quedara la idea de que Hussein tenía
estas armas. No obstante, Frum, en su necedad por reivindicar lo imposible,
decidió darles uso para justificar ante sus lectores su miserable postura ante
la guerra. El propio Charles Duelfer, asesor en jefe de la CIA para armas de
destrucción masiva en Irak, declaró que eso no era un “arsenal” sino residuos
inútiles de los cuales ni siquiera el propio Hussein tenía conocimiento. No es muy difícil perder de vista el armamento,
considerando que Estados Unidos perdió 1,2 mil millones
de dólares en material tan
sólo en el primer año de su invasión a Irak. Una comisión presidencial
determinó en 2005 que la información de inteligencia sobre armas de destrucción
masiva en Irak era completamente errónea y carecía de la más mínima evidencia.
La campaña de desinformación, que analicé en mi
libro Guerra y propaganda (Paidós, 2003), fue un éxito
inicialmente ya que, si bien hubo manifestaciones multitudinarias en Estados
Unidos y muchos otros países en contra de la guerra, lograron convencer a más
de la mitad de la población de que Hussein era responsable de los ataques del
11 de septiembre y de que tenía armas de destrucción masiva. Dos décadas
después del anuncio televisivo de Bush en el que dijo que el objetivo de su
ataque era “desarmar a Irak, liberar a su gente y defender al mundo de mayores
peligros”, aún hay alrededor de 2.500 soldados estadounidenses y un gran número
de contratistas estacionados en Irak, los servicios siguen en ruinas, y ha
muerto mucha más gente en esa guerra y sus consecuencias que en el ataque de
las torres gemelas, el Pentágono y el vuelo 93 que fue derribado sobre
Pennsylvania.
Marines estadounidenses escoltan a prisioneros
enemigos en marzo de 2003. Fuente: Wikimedia Commons
Esta fue probablemente la campaña propagandística más
ambiciosa de la historia reciente y llama la atención que se llevó a cabo antes
de la popularización de esos medios de desinformación masivos que pueden ser
las redes sociales. El gobierno logró controlar el discurso y marginar
prácticamente todas las opiniones disidentes. En los diferentes medios,
especialmente televisivos, suspendieron o despidieron a quienes no seguían la
línea probélica y censuraron a cualquiera que tuviera el menor cuestionamiento
de la línea oficial. Una vez que se inició la invasión, los medios mantuvieron
su actitud beligerante y su apoyo al gobierno. Mientras, en Irak la prensa era
controlada con su sistema de prensa integrada (embedded press) que venía
perfeccionándose desde la primera Guerra del Golfo Pérsico (con un antecedente
en la guerra de las Malvinas) y que consistía en enseñarles a los reporteros
sólo lo que sirviera a la narrativa oficial. Las autoridades invasoras montaron
un gobierno en el que estaban representados proporcionalmente los principales
grupos étnicos y religiosos: chiítas (a quienes correspondía el puesto de
primer ministro), sunitas (quienes aportaban el portavoz de la cámara) y kurdos
(a los que les tocó asignar el papel ceremonial del presidente). Esto, que
parecía un avance hacia la igualdad y la justicia, en realidad provocó más
sectarismo y divisiones que se han acentuado en las últimas décadas. En cambio,
la inoperancia, corrupción y represión son abundantes.
Hoy, al ver las escenas de la guerra de invasión rusa
en Ucrania, podemos tener un contrapunto de la manera en que se cubre una
guerra de agresión en la que los civiles son victimizados por las fuerzas
invasoras. En el caso de Irak, los medios estadounidenses optaron por mostrar
la “cara amable” de la ocupación y evitaban enseñar la muerte y el horror que
sembraban los bombardeos y tropas. Así, en las pantallas y primeras planas
repetían sin cesar las mismas imágenes de gente derribando una estatua de
Hussein, personas saludando y vitoreando a las tropas estadounidenses y el
vuelo de los misiles supuestamente inteligentes en dirección a causar muerte y
destrucción. El tono triunfalista no cambió ni siquiera cuando aceptaron que no
iban a encontrarse armas de destrucción masiva, ni cuando estalló una guerra
civil y sectaria devastadora que provocó cientos de miles de muertes (a pesar
de que Bush Jr. Había anunciado que la “misión había sido cumplida”). En un
artículo con motivo del vigésimo aniversario de la guerra, Alissa Rubin, de The New
York Times, escribe sobre los errores de los políticos y militares (“20 años después de la invasión
estadounidense, Irak es un lugar más libre pero aún desesperanzado”), pero no hace ni una sola mención de la gran
responsabilidad que tuvo ese periódico. Ante los acontecimientos que tienen
lugar en Ucrania desde 2022 y los obvios paralelos con las acciones
estadounidenses, los medios no han reconocido haber traicionado sus objetivos e
ideales. La credibilidad de la prensa se desmoronó entonces, con lo que comenzó
un proceso de desconfianza y escepticismo en las instituciones informativas más
consolidadas y prestigiosas. Esto fue un elemento que Donald Trump supo
integrar a su campaña y presidencia al denunciar la labor de los medios
como fake news y erosionar su ya de por sí desprestigiada
reputación.
En el caso de Irak, los medios estadounidenses optaron
por mostrar la “cara amable” de la ocupación
Oficialmente se habla de 500.000 civiles (otros
conteos llegan a rebasar el millón) y 4.500 soldados iraquíes muertos en los
años de conflicto, así como 8.500 soldados, contratistas y personal
estadounidenses que perdieron la vida. 300.000 soldados volvieron a casa con
estrés postraumático o lesiones severas. Entre 2001 y 2022, el promedio anual
de suicidios de veteranos estadounidenses de la guerra fue de 6.300. Se calcula que
alrededor de nueve millones de iraquíes fueron desplazados interna o
internacionalmente, según el conservador reporte de Brown
University. Además, uno de los datos más ignorados
es que se estima que uno de cada diez iraquíes quedó discapacitado. La guerra y
el caos subsiguiente sentaron las condiciones para la formación del Ejército
Islámico, ISIS o Daesh, lo cual fue otra catástrofe que tuvo repercusiones
sangrientas en todo el planeta. La guerra, que Rumsfeld (quien murió
plácidamente el 29 de junio de 2021, sin haber sido jamás juzgado por crímenes
contra la humanidad) aseguraba no duraría ni seis meses y no costaría jamás mil
millones de dólares, ha costado más de dos billones de dólares en dos décadas.
Si él no tuvo que enfrentarse a la justicia, mucho menos lo harán los tres
líderes que tienen la mayor responsabilidad de esta inmensa desgracia: Bush,
Jr. Tony Blair y el líder australiano John Howard.
Las consecuencias de la guerra de Irak son numerosas y
podemos ver cómo han afectado también a la política estadounidense, donde la
oposición a la guerra fue uno de los factores que llevaron a dos outsiders a
la presidencia. La postura antibélica de Barack Obama fue fundamental para que
llegara a la presidencia en 2008 (aunque una vez en el poder extendió y
amplificó la guerra). Y en 2015 también Donald Trump usó de manera oportunista
su rechazo de esa guerra para desprestigiar a sus rivales y el legado de Bush.
Trump llegó a declarar que la guerra era “un tremendo perjuicio para la
humanidad”, aunque una vez en el poder dio libertad a “sus generales” para
bombardear y asesinar en Yemen, Siria, Afganistán, Irak y Libia sin tener que
rendir cuentas. Trump, un hombre que rechaza la experiencia y a los expertos,
hizo campaña antes y después de ganar la presidencia para ridiculizar a los
neocones, quienes supuestamente eran expertos en política internacional, por
ser responsables del fiasco que fue esta guerra.
Estados Unidos no tuvo el menor problema en violar las
leyes internacionales y burlarse del Consejo de Seguridad de la ONU. Los países
que se oponían a la invasión de Irak en gran medida permanecieron en silencio.
Eso dio la pauta y licencia a otros países para atacar a sus enemigos, desde
Putin en Chechenia, Georgia, Siria y ahora Ucrania, hasta la radicalización de
los gobiernos israelíes y el aumento de la tensión de China hacia Taiwán. Si la
principal potencia del mundo se permitía acciones brutales, criminales y sin
sentido, cualquiera podía hacer lo mismo. Lo que hoy queda claro es que la
invasión de Irak debía ser el primer paso en una serie de guerras. El
catastrófico resultado por lo menos retrasará (es difícil creer que eliminará)
esas campañas militares. La guerra dañó la reputación estadounidense, lo cual
quizá no hubiera tenido la menor importancia debido a su hegemonía y enorme
poderío militar, pero, en estos momentos en los que Rusia ha imitado su
desfachatez, muchos apoyan a Putin simplemente por actuar en contra de la Casa
Blanca y la OTAN.
Veinte años después del inicio de la invasión, el
Senado estadounidense votó para derogar la autorización para el uso de fuerza
militar de 2002. Esta iniciativa ahora tiene que ir a la Cámara de Diputados a
votación. De ser aprobada, el presidente de turno tendrá que someter cualquier
iniciativa bélica al Congreso y no podrá simplemente tomar la decisión de
emplear al ejército como hizo Obama para justificar sus bombardeos en contra de
ISIS, entre otras acciones, o Trump al ordenar el asesinato mediante un ataque
de dron del general Qasem Soleimani en 2020. Lo verdaderamente aterrador y
primitivo de esta guerra es que fue decidida como un capricho, como una
venganza personal de Bush Jr., quien contaba con la complacencia de su gabinete
y un grupo de extremistas beligerantes que soñaban transformar el mundo de
acuerdo con sus perversas fantasías ideológicas.
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Naief Yehya es
un periodista, escritor y crítico cultural mexicano.
Han pasado veinte años desde el 20 de marzo de 2003,
fecha en que dio inicio la invasión estadounidense de Irak. Esta atroz aventura
militar puso en evidencia el poderío del aparato militar estadounidense para
ganar una guerra, así como la incapacidad, arrogancia e improvisación de la
Casa Blanca y el Pentágono...
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