LA DESTRUCCIÓN DE DOÑANA Y
OTROS ECOCIDIOS
CONTEXTO
Y ACCION
José Manuel Caballero Bonald se inspiró en las marismas de Doñana para describir la mítica Argónida en la que transcurre la acción de Ágata ojo de gato. Escribió la novela entre 1970 y 1974, un par de años después de que Rachel Carson publicase Primavera Silenciosa y en las mismas fechas en las que se publicaba el Informe Meadows sobre los límites al crecimiento.
Ha pasado medio siglo desde entonces y la situación de Doñana, lamentablemente, es un buen exponente de lo que el capitalismo globalizado llama modernización y proy acciongreso, un proceso acelerado de explotación de territorios y personas para producir, durante un tiempo, dinero.
La intensificación
de la agricultura en la zona y la aparición del regadío han convertido el
Parque de Doñana en una zona de sacrificio. Doñana se reseca y se exporta en
forma de fresas, mientras las jornaleras que trabajan en el sector se organizan
y denuncian, a la vez, sus inaceptables condiciones laborales y la forma
salvaje en la que se esquilma el territorio.
La pugna por el
agua en Doñana no es nueva. Las asociaciones ecologistas y organismos internacionales como UNESCO,
Ramsar e IUCN dieron ya hace diez años la voz de alarma. La Unión Europea abrió
un procedimiento de infracción contra España y la Junta de Andalucía, gobernada
entonces por el PSOE, se vio obligada a hacer como que hacía algo. En diciembre
de 2014 se aprobó un Plan Especial de Ordenación de las Zonas de Regadío que
trataba de ordenar la expansión de
cultivos, sobre todo de la fresa que, además de haberse extendido por Doñana,
ocupaba ilegalmente terreno forestal. Los cultivos se regaban con agua
subterránea extraída ilegalmente.
El plan no resolvía
los problemas de raíz y fue ineficaz para revertir una insostenible ocupación
del territorio que ya venía de años. Aún así puso en pie de guerra a los
regantes ilegales. Arguyendo que desde 2004 no se legalizaban nuevos regadíos,
el lobby de regantes interpuso más de ciento cincuenta recursos pidiendo
derechos de agua. En los tribunales, los regantes ilegales nunca obtuvieron una
sentencia favorable, así que presionaron para que se cambiase la ley. Moreno
Bonilla vio la oportunidad de arañar ahí los miles de votos que necesitaba para
llegar al gobierno de Andalucía, así que prometió la futura legalización de los
okupas agrarios en el caso de que ganase.
La norma aprobada
ahora por el PP y Vox permitirá la recalificación de terrenos cercanos al
Parque Nacional de Doñana y supondrá, de facto, que el expolio de las aguas de
los acuíferos del parque para la agricultura sea legal. Esta legalización llega
en medio de la peor sequía en décadas, sequías que no van a desaparecer, porque
la zona está, como toda la península, fuertemente afectada por la dinámica del
cambio climático.
La decisión del
Partido Popular, que parece haber empezado a recular con el paso de los días,
es cortoplacista, criminal e irresponsable. Está en riesgo un espacio
emblemático, uno de los lugares más biodiversos de Europa, patrimonio cultural
y natural. Y también todos los regadíos, los legales y los ilegales. Se está
desencadenando un conflicto ecosocial que puede dejar a toda la comarca sin
agua.
Lo que suceda en
Doñana tiene una enorme importancia. No es la única zona de nuestro país que
está sufriendo presiones similares. También el PSOE intenta retorcer la
legislación para impedir la demolición de la Marina Isla de Valdecañas, el
complejo turístico ilegal extremeño que acumula casi un decenio de sentencias
en contra. En Aragón, la empresa Aramón, participada por el Gobierno
autonómico, quiere destrozar el valle de Canal Roya para construir una
telecabina que una las pistas de esquí –en el cada vez más remoto caso de que
hubiera nieve– de Formigal, Astún y Candanchú.
Lamentablemente,
detrás de la mayor parte de estos despropósitos están las campañas electorales.
Tenemos un problema cuando las elecciones se convierten en un concurso para ver
quién se atreve a hacer o prometer la burrada mayor. Frenar el despropósito de
Doñana, y el de Valdecañas, y el de Canal Roya es crucial. Los años de
conflictos por el agua no han hecho más que empezar, y por más que el ministro
Planas quiera estirar cada gotita, el agua da para lo que da. Es urgente abrir
debates sociales bien informados y no cometer la irresponsabilidad, cada vez
que llegan elecciones, de estimular deseos que solo favorecen a unos cuantos y
que de ninguna de las maneras se van a poder cumplir.
Con el telón de
fondo del cambio climático, es imprescindible activar una transición ecológica
justa, que no sea una entelequia vacía, sino que parta de la realidad de
nuestros territorios y del compromiso con las necesidades de todas las personas
y del reparto y redistribución de todo. Hoy ya estamos en tiempo de descuento,
y de no hacer nada, nuestros nietos
creerán que Doñana es solo un paisaje mítico que Caballero Bonald
inventó hace cincuenta años. Hacen falta medidas radicales y hacen falta ya. Si
el Gobierno quiere actuar de verdad para concienciar a la población de lo que
nos jugamos, podría empezar con una medida sencilla: denunciar a la Junta
andaluza por atentado ecológico y malversación en la gestión del patrimonio de
todos. Y dejar de defender proyectos ecocidas allá donde gobierna.
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