LA AMAZONÍA, TERRITORIOS DE ESPERANZA
ALBERTO ACOSTA
Fuentes: Le Monde
Diplomatique (Chile) - Imagen: ilustración tomada de la página web Sarayaku (provincia
de Pastaza, Ecuador)
“La selva, para los pueblos indígenas que habitan en la Amazonía, es vida. Todo el mundo del kawsak sacha (selva viviente) tiene energía y simboliza el espíritu humano tanto por su fortaleza como por su grandeza, pensamiento interior donde el alma y la vida son uno solo con la Pachamama y que hace parte de nuestra formación desde el mismo momento de ser concebidos.” -Patricia Gualinga, lideresa indígena kechwa de Sarayaku
El “descubrimiento económico” de la región amazónica, se cristalizó justo un siglo después del viaje de Francisco de Orellana por el río Amazonas. El jesuita Cristóbal de Acuña, enviado especial del rey de España, informó a la corona sobre las riquezas existentes en los territorios “descubiertos”. En su reporte, a más de describir a los diversos pueblos y culturas que encontró en su camino, mencionó maderas, cacao, azúcar, tabaco, minerales… recursos que aún alientan el aprovechamiento de los diversos intereses de acumulación nacional y transnacional de la Amazonia.
Superada la época colonial, en la etapa republicana, la carrera
tras de “El Dorado” se mantiene. Basta ver como el estilo de “desarrollo”
predominante se basa en extraer cada vez más recursos naturales de dicha región
privilegiada por su biodiversidad y la multiplicidad de sus culturas
originarias. Si bien en muchos casos las tecnologías cambian, se repite un
patrón que se remonta a la época colonial: la mayor parte de los recursos son
apropiados de forma brutal para ser exportados. Y esto se acelera al ritmo de
una cada vez mayor demanda proveniente en especial de los centros del
capitalismo metropolitano. Lo angustioso es que, desde los centros de poder
nacionales e internacionales, se la asume a la Amazonía como una tierra “vacía”
o baldía, que está allí para ser conquistada y desarrollada.
La región amazónica es tratada, en la práctica, como una
periferia en todos los países amazónicos, que son a su vez la periferia del
sistema político y económico mundial.
Por otro lado, el discurso sobre la importancia global de la
Amazonía, tan repetido en múltiples foros internacionales, se derrumba ante la
realidad de un sistema que al revalorizar sus recursos en función de la
acumulación de capital pone en riesgo la vida misma en dicha región y en el
planeta entero. Tengamos presente que las tasas internas de retorno del capital
-sean actividades extractivistas o no- son muchísimo más elevadas que la
capacidad de recuperación de la Naturaleza.
En este contexto, a los despiadados extractivismos petrolero,
minero, forestal o agroexportador se suman formas “modernas” de creciente
mercantilización de la Naturaleza, como son, por ejemplo, la biopiratería o los
diversos mercados de carbono, propios de la tan promocionada “economía verde”.
Al llevar la conservación de las selvas al terreno de los negocios, se
mercantiliza y privatiza el aire, los árboles, la biodiversidad, el suelo e
incluso el agua. Esto amplía la frontera de la colonización. Lo que, en la
práctica, incluso aumenta la extracción masiva y depredadora de recursos
naturales, causante no solo del empobrecimiento de sus habitantes, sino de la
desaparición de muchas culturas. Resulta también angustioso constatar que se
sigue ingenuamente confiando en la ciencia y la tecnología como herramientas
capaces de cambiar por si solas el rumbo de esta historia de muerte. Lo cierto
es que, al destruir las selvas amazónicas, la serpiente capitalista continúa
devorando su propia cola.
Sin embargo, esa misma Amazonía, que no se caracteriza por su
homogeneidad, contiene muchas esperanzas. Frente a tantos atropellos emergen
múltiples luchas de resistencia que la vez son acciones de re-existencia. Allí
también afloran potentes visiones de mundo, cargadas de vigorosas propuestas
alternativas. Los pueblos de la región, en la práctica, constituyen la verdadera
vanguardia de la lucha en contra del colapso ecológico. Al proteger las selvas
garantizan el equilibrio ecológico y la biodiversidad mucho más que cualquier
acción nacional o internacional. Y no solo eso, estos pueblos son portadores de
otras formas de vida orientadas por relaciones de armonía en sus comunidades y
con la Naturaleza, propias de lo que conocemos como el buen vivir: sumak
kawsay, kawsak sacha, pénker pujústin…
Un primer paso para comprender y proteger la Amazonía, demanda,
entonces, una aproximación realista. Su riqueza, definitivamente, no está en
sus recursos naturales negociables, sino en su diversidad cultural y ecológica.
Demos un paso más. Las relaciones de los pueblos originarios con
sus territorios son culturales y no simplemente “naturales” como pretende ver
una suerte de ingenuo imaginario urbano; sus selvas son el resultado de un
complejo tejido de permanentes y cambiantes reciprocidades entre seres humanos
y no humanos, incluyendo el mundo de los seres espirituales. La Madre Tierra o
Pachamama, en suma, no es una simple metáfora, para los pueblos originarios es
una realidad de la que tenemos mucho que aprender.
La Amazonía, sin ser el tan mentado pulmón del mundo, funciona
como un gran filtro del dióxido de carbono cuya importancia global es
indiscutible. Además, su masa selvática actúa como uno de los más importantes
reguladores del clima mundial. Por eso, debido a su magnitud y al volumen de su
biodiversidad, la creciente destrucción de la Amazonía tiene repercusiones que
afectan el equilibrio ecológico global. Y sus ríos, verdaderas cuencas sagradas
de vida, que no pueden ser encasillados en las artificiales fronteras de los
países amazónicos, conforman un complejo entramado que asegura la existencia de
seres humanos y no humanos, incluso fuera de su área geográfica.
Entonces, el compromiso con la Amazonía es también un compromiso
con el mundo. Eso sí, quienes deben asumir el liderazgo y control de las
acciones para protegerla recae en sus habitantes -sobre todo los pueblos
originarios-, en tanto los gestores de cualquier proceso de transformación, sin
injerencia externa por más bien intencionada que parezca. La tarea, en suma,
demanda revertir el largo, doloroso y desastroso sendero de la conquista y
colonización.
Alberto Acosta es economista ecuatoriano. Presidente de la
Asamblea Constituyente (2007-2008). Juez del Tribunal Internacional de los
Derechos de la Naturaleza.
Fuente: https://www.lemondediplomatique.cl/la-amazonia-territorios-de-esperanza-por-alberto-acosta.html
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