¿TÚ DISPARARÍAS? MÁS ALLÁ DE PUTIN Y BIDEN
JUAN CARLOS MONEDERO
Soldados británicos y
alemanes se encuentran en tierra de nadie durante la tregua de Navidad de la
Primera Guerra Mundial, en 1914.
Con novedad en el frente
Parece que Zelenski, después de hablar con el presidente chino Xi, está dispuesto a explorar las vías diplomáticas. Supongo que los medios y los periodistas que han insultado a los que han defendido la vía diplomática insultarán ahora a Zelenski y a Xi Jinping. O se quedarán callados, porque hay un tipo de periodismo que, priorizando la prudencia, solo vale para interpretar los deseos de los poderosos. No hace falta ni que nadie les llame. Cuando las señales son confusas, callan, no vayan a equivocarse. Por eso hacen con frecuencia el ridículo en las redes y en las tertulias, porque su inmediatez les lleva a opinar sin mucho sosiego, de manera que, cuando cambia el viento -que lo hace en sintonía con la frecuencia con la que se mueven las nubes- es complicado acertar. Igualmente, supongo que algunos de los que en Ucrania asesinaron a sus compatriotas que defendieron esa vía, estarán considerando un magnicidio contra el presidente de Ucrania. Espero que la diplomacia europea impida que ocurran esas cosas en el interior de Europa. Esas cosas pueden ocurrir en la jungla del mundo, pero no en en el oasis de la civilización.
No es verdad que la
primera respuesta de los seres humanos a una agresión sea atacar. Incluso los
chimpancés tienen mecanismos de resolución de conflictos que eviten la
confrontación. En una pelea, los dos machos -suelen ser los machos los que
solventan las cosas como si no hubiera lenguaje- saldrán heridos, incluido el
ganador y será más fácil a cualquier depredador encontrar la cena. La
corresponde a una hembra, que tiene esa función en la manada, activar la
respuesta, acudiendo al lugar de la disputa -los concernidos gritan para atraer
a la pacificadora-. Después de escuchar a las partes y evaluar la situación,
zanja quién es el culpable y pone el castigo correspondiente, que siempre pasa
porque el sancionado ofrezca una disculpa al ofendido y le ofrezca alguna
reparación (a menudo basta hacerle unos cariñitos despiojándole la cabeza).
Algunos miembros de nuestras comunidades quizá preferirían morir. Hay humanos
que no siempre dan muestras de estar más evolucionados que los monos.
La banalidad del mal también descansa
Cuenta el escritor
holandés Rutger Bregman en su libro Dignos de ser humanos (Barcelona, Anagrama,
2021) que el momento de paz compartida que vivieron los soldados en lucha
durante la primera Navidad de la Primera Guerra mundial en 1914 no solo fue
real, sino que es expresión de un comportamiento profundo de los seres humanos.
La BBC realizó un documental, Paz en tierra de nadie, que demostraba que los
soldados, aprovechando la Nochebuena, desobedecieron a los generales,
desterraron las soflamas de los políticos pendencieros y confraternizaron en
mitad de aquella escabechina. "En dos terceras partes del frente
británico -escribe Bregman- se interrumpieron las hostilidades durante los
días de fiesta. En la mayoría de los casos fueron los alemanes quienes
tomaron la iniciativa y les tendieron una mano a los británicos, aunque
también hubo muchos casos en los frentes francés y belga. En total, más de
cien mil soldados depusieron temporalmente las armas".
La Primera Guerra
Mundial fue una guerra interimperialista, es decir, una guerra entre potencias
imperiales que quería repartirse, casi a la desesperada, el botín americano,
africano y asiático. Alemania se incorporó con entusiasmo a esa carrera
imperial porque, como nación tardía (se unifica en 1871) había llegado
igualmente tarde al reparto colonial. Además, la nueva nación se sentía fuerte
gracias al impulso militarista con que nació la Alemania de Bismarck (victorias
contra Dinamarca, contra Francia e, incluso, contra Austria, con la severa
derrota a los austríacos en Sadowa que determinó que la buscada gran Alemania
no tendría lugar por el enfado de Austria).
La guerra mundial
contó, además, con un ánimo social alimentado por la intelectualidad, las
universidades, los púlpitos, los medios, la literatura, la radio y cuantos
dispositivos ideológicos hubiera en cada país. El mensaje que lanzaron era que
el mundo europeo estaba cansado, falto de épica, aburrido en su cómoda
mediocridad burguesa. Como si los jóvenes tuvieran que escoger entre el
suicidio provocado por el tedio o la guerra purificadora. Ernst Jünger, uno de
los autores de ese mensaje, pintó en Tempestades de acero (1920) esa alabanza
de la camaradería bélica, esa ruptura de la monotonía que suponía marchar al
frente, esa apuesta por la adrenalina que superaba las juergas nocturnas y
ebrias de los estudiantes y los aburridos romances que afeminaban el carácter.
La realidad era
menos luminosa salvo por las chispas y los incendios. Fue la realidad de las
trincheras, del barro, de las bombas, fue la de la guerra química y los gases
tóxicos, de los pulmones y los ojos convirtiéndose en fuego, la de avanzar en
la niebla sin apenas ver nada ni cuando disparabas ni cuando te disparaban,
eran los gritos desgarrados de los moribundos en esa tierra de nadie entre dos
frentes, eran los lanzallamas y los gritos de los oficiales para que no hubiera
misericordia. Era el miedo a matar y a que te mataran.
Sólo ese discurso
encendido y cacofónico acerca del valor y la patria, esa apelación vocinglera a
la nación aburrida, ese cuento vano acerca de la excelencia de compartir el
barro y el frío, como si de un viaje de aventuras se tratara, explican la insensibilidad
durante tanto tiempo de las sociedades europeas a la locura de la guerra
química en las trincheras, a los cuerpos despedazados y los campos devastados.
Los que impulsan las guerras son, como les llamó Kurt Tucholsky, asesinos o
criminales de escritorio (Politische Justiz, 1921). Criminales y asesinos en
cualquier caso. Hannah Arendt usó también la expresión criminal de escritorio
señalando a Adolf Eichman. No es verdad que Eichman fuera un oscuro oficinista
que sólo obedecía órdenes. Era un nazi sin escrúpulos que estaba orgulloso de
haber asesinado eficientemente a millones de seres humanos, principalmente
judíos: "¡No me arrepiento de nada! (...) Iré a mi tumba con una sonrisa,
porque tener en la conciencia la muerte de seis millones de enemigos del Reich
es para mí una fuente de enorme satisfacción", dijo en su juicio.
La "banalidad
del mal" no debe entenderse como que cualquiera tiene un nazi dentro,
porque no es verdad. Un nazi dentro lo tienen los nazis, no todos los seres
humanos. Quien piensa lo contrario está comprando los argumentos de los
asesinos de escritorio. La banalidad del mal se refiere a lo que diferencia a
un psicópata carente de cualquier empatía de un tipo de extrema derecha a quien
su ideología le llevará a comportarse, cada vez que le toque, como un monstruo.
El amor de Eichman a Hitler estuvo muy por encima del amor a otros seres
humanos, como los judíos. Mentalidad de guerra.
La reciente
película alemana Sin novedad en el frente (Edward Berger, 2022) ha renovado la
discusión sobre la guerra y la paz. Basada en la, en su momento insultada
novela pacifista de Erich Maria Remarque (1929), muestra una realidad poco
épica sobre la maldad de la guerra. Porque en definitiva, los soldados, fueran alemanes, franceses,
británicos, belgas o rusos, no querían ni matar ni morir, huir era la primera
de las opciones, las bayonetas apenas se usaron porque el que mata así también
se muere un poco, la mayor mortalidad la causaron las bombas y solo un pequeño
porcentaje de los soldados fue responsable de la mayor parte de muertes por
bala. No había una maldita gota de gloria en esa locura alimentada por
políticos y generales que no iban al frente, que pedían más armas para que
otros mataran y murieran y que tenían enormes dificultades para firmar la paz o
el armisticio. En la guerra salía, es verdad, la camaradería, y la guerra
alimentaba la violencia solo para defender a tus amigos. Pero cuando se daba la
ocasión, tus enemigos estaban también más cerca de tu humanidad que de tu
inhumanidad.
Postales navideñas de paz
La Navidad de 1914,
recuerda Bregman, no fue la excepción, porque hay noticia de sucesos similares
en la guerra civil española, en la guerra de los bóeres en Sudáfrica, en la
guerra de secesión en los Estados Unidos (aunque le moleste a Trump, igual que
les molesta la fraternidad que desarrollaron soldados blancos y negros en la
guerra civil norteamericana y durante la Segunda Guerra Mundial, donde, pese a estar
separados, terminaban espalda con espalda peleando contra un mismo enemigo),
pasó en la guerra de Crimea y también en las guerras napoleónicas. Pero la
recaída en la humanidad que tuvo lugar en esa tierra de nadie es una señal de
que debajo de un soldado reclutado hay un ser humano.
¿Nos sirve esa
reflexión para pensar la guerra en Ucrania? Rutger Bregman se pregunta:
"Cada vez que releo las viejas cartas de los soldados, me viene una
pregunta a la cabeza: si hasta ellos fueron capaces de algo así en medio de
una infernal guerra que acabaría costando la vida a un millón de soldados,
¿qué nos impide a nosotros, en estos tiempos, salir de nuestras
trincheras?". Porque en la Primera Guerra Mundial, cuando en las
diferentes trincheras empezaron a cantar las mismas canciones, el dedo en el
gatillo se congeló. Comparten funerales, abren botellas de vino que beben los
que horas antes querían matarse, entonan El señor es mi pastor, melodía que
comparten aunque unos digan The Lord is my Shepherd y otros Der Herr ist mein Hirt. Los más
decididos salen de la trinchera y van a saludar a los de la trinchera de
enfrente. Nadie se dispara, comienzan un partido de fútbol, se enseñan fotos
que guardan como un talismán de vida.
Malcolm Brown y
Shirley Seaton recogen ese rebrote de humanidad en Christmas Truce. The Western
Front December 1914, (Pan Books, 2014) contando la historia de esa compañía
escocesa que aceptó la invitación alemana para intercambiar tabaco. En mitad de
la oscuridad de la guerra salieron a la luz, donde podían dispararles, para
echar juntos un cigarro. Y las luces de los cigarros en la noche dejaron de ser
un blanco para matar para ser, otra vez, una señal de vida.
Cerca de la
Chapelle-d’Armentières pasaron cosas, recuerda Bregman, muy ajenas a lo que
los generales esperaban:
"En torno a
las siete, tal vez las ocho de la tarde, Albert Moren, del segundo batallón
del Queen’s Royal Regiment, se frota los ojos, incrédulo. ¿Qué es aquello que
se ve al otro lado? Cada vez se encienden más luces. Farolillos, antorchas
y... ¿árboles de Navidad? De pronto, oye claramente el sonido de una melodía.
Los alemanes están cantando Stille nacht, heilige nacht. Noche de paz. Nunca
le había sonado tan bien un villancico. Nunca lo olvidaré, recordaría Moren
más tarde. Fue uno de los puntos álgidos de mi vida (...) Los británicos,
naturalmente, no quieren ser menos y entonan The First Noel. Los alemanes
aplauden y responden con O Tannenbaum. Así siguen durante un rato, hasta que
finalmente cantan todos juntos Adeste fideles. En latín, la lengua que los
une. Fue increíble, recordaría años después el soldado Graham Williams, dos
naciones cantando el mismo villancico en medio de una guerra".
Senderos de gloria,
o de pacifistas y guerreros
La reciente visita
de Lula Da Silva a España ha sido un recordatorio de la necesidad de la paz en
Ucrania, que ahonda en el mensaje de Xi Jinping, de Gustavo Petro o de Andrés
Manuel López Obrador. Contrasta con el ánimo belicista de Putin, de Zelenski,
de Biden o de Josep Borrell. Una guerra en un terreno donde, hace muy poco
tiempo, rusos y ucranianos fumaban juntos, jugaban al fútbol juntos y hacían
familias juntos. Los que defienden con ahínco la guerra, no van ellos a la
guerra ni mandan a sus hijos a la guerra.
Ayer, como hoy,
vendedores de armas, medios de comunicación y políticos sin ideas proclaman el
odio y deshumanizan al adversario para justificar su asesinato. Las redes
colaboran, llenan de frustrados que solo se sienten vivos pensando en odiar, en
matar, en ser sólo porque tienen la capacidad de lograr que otros seres humanos
no sean.
En cuestiones de
guerra y paz, es cierto que "aquellos que nunca han visto de cerca la
guerra son los más intransigentes" (suele pasar algo similar con los
inmigrantes). Es curioso ver a analistas de izquierdas entregados a un ánimo
belicista inversamente proporcional a su voluntad de coger un fusil. Los
políticos, los comerciantes de armas y los generales tiene intereses
geopolíticos y empresariales que no es verdad que coincidan con las necesidades
de los pueblos. ¿No es posible la reconciliación en Ucrania, en Yemen, en
Siria, en Palestina?
Durante la etapa
del neoliberalismo se ahondó en la idea de que la sociedad o no existía o si
existía no era sino una lucha de todos contra todos. El bombardeo en esa
dirección fue apabullante. Ahí hay que entender el best seller El gen egoísta
de Richar Dawkins -él mismo se disculparía después por la errónea conclusión
que se sacó de su libro y que él contribuyó a propagar-, la conversión en un
sentido común del derecho del pez grande a comerse al chico, de la supuesta
tragedia de los comunes (una de las operaciones ideológicas más nauseabundas en
las que ha colaborado la academia) donde la cooperación no existe. Si el ser
humano es malo por naturaleza y estamos abocados a la guerra, si vis pace, para
bellum.
En la guerra, la
primera víctima no es la verdad, sino la humanidad y, en paralelo, la
inteligencia. En España, gente cobarde y también gente que considero sensata
viene señalando a todos los que se oponen al envío de armas, a los que alertan
del peligro de la escalada bélica y apuestan por la negociación y la presión
diplomática internacional. Nadie decente quiere que Putin se salga con la suya
ni nadie decente puede ignorar que en todos los países donde ha entrado la OTAN
el escenario que ha dejado ha sido de muerte y destrucción. Ucrania se lleva
equivocando desde 2014 jugando a los intereses bélicos de la OTAN, y Putin, un
autócrata de extrema derecha, está llevando a Rusia al desastre. La jauría
cobarde -y también otros que parecían sensatos- ha decidido señalar a la
periodista rusa y colaboradora de Canal Red, Inna Afinogenova, señalándola como
una suerte de agente encubierta del Kremlin, en una acusación más propia de una
película de la guerra fría que de la realidad de una persona que ha dejado su
país, su trabajo y su familia porque no está de acuerdo con la invasión de
Rusia a Ucrania y ha preferido el dolor del exilio a la vergüenza de apoyar una
guerra que le resulta inconcebible. Por supuesto, los que han señalado a
Afinogenova no destacan por la denuncia del encarcelamiento de su colega
español Pablo González, detenido desde hace más de un año en Polonia, por la
defensa de periodistas censurados como Jesús Cintora o por denunciar la
imputación de dueños de medios de comunicación como José Creuheras, de Antena
3/Planeta. Los periodistas y, en especial los tertulianos y presentadores,
saben que determinadas cosas no deben decirlas si quieren continuar en los
platós.
Viendo las imágenes
de Ucrania, la humanidad, ese sentimiento que nos ha traído al homo sapiens
hasta aquí, está con Lula y no con Putin ni Biden, está con Petro, con López
Obrador, con Ione Belarra, con el Papa Francisco y no con los que quieren más
aviones, más misiles, más tanques y más bombas. Nadie decente, no lo olvidemos,
quiere que Putin se salga con la suya, ni nadie decente puede ignorar que EEUU
ha jugado a acorralar a los rusos, a aislar a Alemania y a preparar su
confrontación contra China en suelo europeo. La guerra vino en la evolución de
los seres humanos con nuestra condición sedentaria porque los ejércitos eran
los que permitían las desigualdades. Acabar con las guerras y las desigualdades
sigue siendo el programa principal de la humanidad. Porque solo así, además,
dejaremos de devastar la tierra.
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