«NO PASA NADA, ESTOY ACOSTUMBRADO
A QUE ME PEGUEN»
SARAH BABIKER
La organización Solidary Wheels presentó el viernes 14
de abril su primer informe sobre su trabajo con niños y jóvenes en las calles
de Melilla, un balance desde la escucha y la conversación que refleja cómo
lidian con un ecosistema violento.
Llegaron en febrero de 2020 a la ciudad de Melilla, sin sospechar todo lo que iba a desencadenarse después. La organización Solidary Wheels, íntegramente compuesta por activistas, tenía como hoja de ruta entender cómo vivían las personas en movimiento su día a día, escuchar a los niños y jóvenes que vivían en la calle, y analizar de qué manera y a través de qué lugares y actores se ejerce la violencia en esta ciudad Frontera. Tres años después, presentan Marhaba: Violencia policial producto de la violencia sistémica en Melilla (2020-2022), un balance de todo lo que han escuchado y visto en la ciudad.
La mayoría de las jóvenes con los que las voluntarias
de Solidary Wheels han hablado son de origen norteafricano, y tienen entre 15 y
30 años. Melilla es solo una fase de su itinerario migratorio, una fase que
puede durar desde un mes y medio a alargarse durante tres o cuatro años. Nada
depende de ellos, sino de las condiciones socio-administrativas propias y de la
coyuntura, que tanto ha variado en los últimos tres años y que incluye la
emergencia sanitaria y el cierre de fronteras. Oujda, Casablanca, Rabat,
Marrakech y Agadir, son mayoritariamente sus ciudades de origen, pues la
mayoría son marroquíes. En total, fueron 27 entrevistas las realizadas, 23 de
ellas de manera individual y cuatro grupales.
“Los dos primeros años en los que estuvimos todos
estos chavales estaban en la calle, ahora ha cambiado un poco, van consiguiendo
salir al acceder al asilo. Pero al principio todas nuestras entrevistas las
hicimos con estos chicos a los que acompañábamos”, explica Elena Manjón,
integrante de la organización, que complementa la investigación y la denuncia
con el acompañamiento psicosocial y legal de los chicos. La frontera que
gobierna en la ciudad no es la misma que cuando llegaron. El 13 de marzo de
2020, fue cerrada por decisión de Marruecos, y volvió a abrir el 18 de mayo de
2022, después de mucha expectación. Para entonces, la frontera había perdido
mucha de la permeabilidad con la que contaba antes de su cierre, alterando la
vida y la economía de la ciudad.
El balance de Solidary Wheels supone un ejercicio de
memoria reciente de unos tiempos extraordinarios y que parecen quedar ya
lejanos: “La criminalización de la pobreza, el racismo presente en las
instituciones sumado a un contexto de pandemia, que legitimó mucha de la
violencia ejercida por los cuerpos de seguridad hacia las personas más
vulnerables, convirtió la ciudad de Melilla en un territorio hostil, de no
derechos y de violencia hacia todas las que se encontraban en tránsito por la
ciudad”.
Para las activistas de Solidary Wheels si hay algo
reseñable en la ciudad autónoma es la omnipresencia de las fuerzas de
seguridad, como señala Manjón: “Melilla en realidad es una ciudad pequeña, y el
número de policías, guardias civiles, guardias de seguridad es muy elevado,
exagerado. Al final son los la mayoría de los entrevistados los que ponen esto
en el centro, el miedo a la policía y la sensación de que son tratados como
delincuentes”.
El documento ofrece tanto una mirada a las violencias
que sufren estos jóvenes en su recorrido migratorio, desde que entran en la
ciudad hasta que salen de ella, como un mapa de los lugares donde se da la
violencia en la ciudad. “Nos parecía muy interesante, no solo destacar la
violencia que recibían a la hora de ser risky —abandonar la ciudad escondidos
en los camiones que van hacia la península en los ferries—, sino también
visibilizar lugares como los asentamientos, pues a medida que las compañeras
conversaban con los chicos iban surgiendo otros espacios de violencia más
invisibilizados”, explica Manjón.
La violencia y el camino
Como explican los chicos entrevistados, la
persecución, el maltrato y los golpes comienzan ya del lado marroquí, en Beni
Ansar, donde los jóvenes pueden pasar semanas aguardando para cruzar al lado
español, mientras están en riesgo de ser detenidos y trasladados lejos de la
frontera, al Sur o incurso encarcelados. A través de las entrevistas
realizadas, Solidary Wheels, reconstruye un relato unificador que narra cada
etapa del trayecto que empieza con la vigilancia del puerto para esperar una
oportunidad y echarse al mar, como mucho, con un bidón atado al cuerpo como
toda seguridad. “Mis amigos me habían dicho que tenía que nadar una hora para
dentro del mar, después dos horas para la izquierda, que sobre todo no perdiera
de vista las luces de la costa, y después otra hora para salir del mar”,
reproduce el informe, que apunta a una media de seis horas de nado.
El tránsito a nado, que se hace normalmente en
pequeños grupos, es un momento de vulnerabilidad: lanchas de la Guardia Civil y
de la Gendarmería marroquí (que acude avisada por los primeros) pueden aparecer
en el camino de estos jóvenes, con el objetivo de obligarlos a volver,
sometiéndoles a vejaciones, insultos y agresiones, lo que incrementa la
peligrosidad de la ruta. “A lo largo del año 2021 se encontraron, según medios
locales, 10 cadáveres en las costas melillenses, y a lo largo del 2022 se
contabilizaron 7. Sin embargo, estos datos publicados por la prensa local
son poco ajustados a la realidad, pues en base a los testimonios de los jóvenes
con los que nos encontramos, el número de muertos y desaparecidos podría ser
mucho mayor”, se asegura en el informe.
En el informe se documenta también el uso del sistema
de alcantarillado para cruzar, una ruta no menos arriesgada: seis horas por
túneles pequeños donde los jóvenes deben caminar agachados y pueden perderse, y
están expuestos a vapores tóxicos procedentes de productos químicos. Los
testimonios de los pocos chicos que han optado por esta vía, o los rescates del
lado marroquí, dan cuenta de que la ruta es mortal para algunos chicos, si bien
no hay cifras.
Una vez llegados a Melilla, muchos de estos jóvenes
pasan a estar en la calle. Quienes piden asilo deberían acceder al sistema de
acogida en el CETI; algo que no sucede en el caso de los marroquíes, dándose
una discriminación por razones de nacionalidad. “Debido a la excepcionalidad
Schengen de Melilla, una vez realizada la solicitud de protección
internacional, los solicitantes no pueden ejercer el derecho a la libre
circulación hasta pasado un mes y un día desde la solicitud (cuando es admitida
a trámite por silencio administrativo)”, apunta el informe.
También los menores acaban muchas veces en situación
de calle, como consecuencia de las condiciones inadecuadas de los Centros de
menores, que implican desatención, maltrato, o el temor de salir de allí sin
documentación, irregularidad común hasta la reforma del reglamento de
extranjería de octubre de 2021. Desde entonces la mayoría de los jóvenes salen
documentados del CETI. Si bien, siguen siendo muchos los derechos vulnerados,
enumeran desde Solidary Wheels, entre ellos: “El interés superior del menor, el
derecho a ser informado, el derecho a la escolarización, al empadronamiento
efectivo o el de acceso a la nacionalidad para aquellos menores que lleven más
de dos años tutelados”. Otra razón por la que muchos permanecen en la
calle, estiman en Solidary Wheels, es el consumo cronificado de sustancias
piscoactivas. Muchos se inician ya desde Beni Ansar para sobrellevar la
situación de persecución y violencia. La ausencia de un centro especializado en
adicciones en Melilla dificulta abordar estas problemáticas.
La calle es un espacio de violencia donde los chicos
son dañados física y mentalmente: “Casi en su totalidad afirman haber recibido
agresiones físicas y verbales por parte de la Guardia Civil, Policía Nacional y
otros cuerpos de las fuerzas de seguridad del Estado. Las redadas en zonas que
suelen habitar son frecuentes, como en los parques o la escollera”.
Humillaciones, palizas, el uso habitual de la porra, figuran entre las
denuncias recogidas en las entrevistas.
Los asentamientos fuera de la ciudad, donde grupos de
jóvenes crean espacios comunes en los que pasar el rato, guardar sus cosas o
descansar, son también espacios contra los que se ejerce violencia, utilizando
el acoso como medida de dispersión. “Lo más común es que las actuaciones
empiecen a primera hora de la mañana y que se haga uso de la violencia para
despertar y expulsar a las personas de sus lugares de pernocta, llevándolas
detenidas como método de coacción”. Sus pertenencias son en muchas ocasiones
destruidas. Cuando se actúa contra los asentamientos no hay ningún dispositivo
habitacional previsto y en muchas ocasiones los menores no son trasladados a
alguno de los tres centros para ellos que existen en la ciudad.
El informe recoge el testimonio de un chico que define
así su relación con la policía: “Es mala relación porque hay 50% policía que
son buenos y te tratan bien y cuando andas por la calle te saludan. Pero los
otros son racistas, no tratan bien a los migrantes, aunque tengan los papeles
bien”. El joven narra un incidente cuando un policía le para pidiéndole la
documentación, en el que acaba siendo golpeado tras recibir insultos. Cuando al
entrevistadora le dice que siente lo sucedido el chico responde entre risas:
“No pasa nada. Estoy acostumbrado a que me peguen”.
Junto a las paradas arbitrarias en la calle y los
registros, estas personas a veces se ven obligadas a firmar documentos sin
explicación, en algunas ocasiones órdenes de expulsión, alegan. Este tipo de
prácticas, junto a la presencia policial constante, genera, explican en el
informe, una sensación de inseguridad continua, agravada por la experiencia de violencia.
En un testimonio recogido en marzo de 2021 sobre un chico agredido por la
guardia civil, que padece dolor de cabeza e insomnio, se dice: “Le tiene mucho
miedo a la Guardia Civil. Dice que si hubiese hecho algo lo entendería, pero
así no puede entenderlo.”
Las autoras del informe preguntaron al Secretario
General del Sindicato Unificado de Policía (SUP) de Melilla sobre malas
prácticas policiales, quien señaló que es su mandato identificar a las personas
a su llegada al territorio por motivos de seguridad, y que si la persona carece
de documentación, han de abrir una orden de expulsión. Orden de expulsión,
matiza desde la organización que en Melilla no se suele ejecutar y que solo
sirve para alarmar y atemorizar a las personas migrantes. El agente “sostuvo no
tener constancia de agresiones en Comisaría, y recomendó, en caso de malas
prácticas, poner una denuncia, porque de lo contrario es muy difícil tomar
medidas”. Desde Solidary Wheels destacan la dificultad para estas personas para
poner una denuncia, en especial cuando quien recibe esta denuncia es la misma
institución causante de la agresión.
Salir de la ciudad
Ante la situación en la que viven muchos menores de
edad, que no quieren pasar años en un centro de menores en la Ciudad
Autónoma, deciden optar por llegar a la península por su cuenta, donde
piensan que contarán con más posibilidades. Además, aún cuando la mayoría ya
accede a la documentación en los centros, circula la desinformación y hay
quienes no quieren arriesgarse. También mayores de edad solicitantes de asilo,
que han visto sus objetivos frustrados por falta de información, violencia
administrativa u otros obstáculos en la tramitación, acaban haciendo risky.
Es mientras que los chicos esperan en los alrededores
del puerto para esconderse en los camiones que sufren las mayores violencias.
“Nos pegan mucho mucho, no tienen corazón, cuando te ven en el puerto, nos ven
como animales”, denuncia un adolescente en esta entrevista de noviembre de
2020, donde narra como reciben golpes en las rodillas para imposibilitarles que
se muevan, o cómo les tiran los zapatos o la ropa al agua, o usan porras
extensibles contra ellos.
Mientras los testimonios recogidos señalan
principalmente a la Guardia Civil como principales autores de la violencia
dentro del puerto, en conversación con las investigadoras, el Secretario
General de la Asociación Unificada de Guardias Civiles aseguraba no haber visto
ninguna agresión en este espacio, y que en caso de presenciar estas malas
praxis, la respuesta son los partes disciplinarios.
Espacios de resistencia
En su trabajo con los chicos, las activistas de
Solidary Wheels detectan múltiples consecuencias emocionales y sociales de la
violencia derivadas de la violencia y la vida en las calles. Se tratan de
circunstancias que hacen mella en su autoestima, que les provoca sentimientos
de inutilidad o de abandono, desconfianza. Emociones que pueden limitar su
capacidad de resolver conflictos, derivándose en agresividad y problemas entre
iguales.
Ante la adversidad, desde la organización han querido
centrar la atención en los espacios de apoyo mutuo y resistencia que permiten a
los niños y adolescentes sobrevivir y velar por la seguridad de grupo. “La
creación de estas comunidades de apoyo supone muchas veces el mayor sistema de
protección real del que disponen, tanto frente a la violencia y persecución que
ejercen los cuerpos de seguridad del Estado, como frente a la misma sociedad
que los excluye, explota y que legitima las condiciones de vida indignas a las
que tienen que enfrentarse”, se explica en el informe.
Sin embargo, estar en grupo puede suponer para las
personas una mayor exposición a la violencia, pues les hace más identificables
para la policía, lo que les presiona a ir solos por la ciudad. Existen otras
formas de apoyo, como el intercambio de información, pues esta no es accesible
ni está garantizada por las instituciones responsables. Esto entraña el riesgo
de que la información que se difunda sea falsa, careciendo las personas de
herramientas para identificar qué es verdadero y qué no.
Las resistencias, de hecho, es algo que desde el
principio quiere visibilizar el informe, cuya portada muestra una ilustración
de Issam Miri, joven artista que pasó por Melilla. Miri, explican, ha querido
reflejar tantos las redes de apoyo, como espacio de abrigo y contención, como
la violencia policial, a través de una imagen de un agente con un ojo abierto y
otro cerrado.
“Para nosotras era fundamental mostrar estas
resistencias, se les señala como Menas, menores que viajan solos, pero en
realidad no están solos, tienen su grupo, sus propias estrategias para poder
defenderse”; explica Manjón, que recuerda cómo se encargan de cooperar
vigilando cuando hacen risky o cómo festejan cuando alguno de ellos consigue
llegar a la península.
Una llegada a la península, recuerda Manjón, que no
implica para muchos el final del maltrato y la violencia. “El maltrato lo vemos
aquí también, en Barcelona, donde siguen recibiendo violencia cuando están en
la calle, ya sea porque no han podido acceder a ningún recurso, o porque están
sin hogar”.
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