UCRANIA Y EL PAQUETE DE PIPAS
GERARDO TECÉ
Catorce meses después de la invasión rusa de Ucrania, el mapa geopolítico comienza a moverse. Por primera vez desde que en febrero de 2022 el ultranacionalista, ultraderechista, ultracacique, y ahora también criminal de guerra, Vladímir Putin diese la orden de ataque contra el país vecino, las potencias mundiales que buscan darle fin al conflicto parecen llevar la iniciativa frente a las que se muestran cómodas en un horizonte de guerra eterna. A España –país entregado a esa curiosa tendencia europea de acompañar a Estados Unidos con alegre masoquismo– llegan tímidos ecos de los movimientos de esta semana. El presidente brasileño, Lula da Silva, ha llegado a Madrid con un mensaje tan claro como incómodo para la Europa del envío de armas: hay que pelear diplomáticamente por un alto el fuego y, cuando se produzca, sentarse a hablar. En paralelo, el presidente ucraniano mantiene una larga conversación con el líder chino que resulta fructífera, según informan ambas partes. Zelenski, que
señala tras la reunión que existen
posibilidades de alcanzar la paz, ha bendecido oficialmente el papel mediador
de un Xi Jinping empeñado en detener la invasión rusa con una hoja de ruta
imposible de asumir para Estados Unidos, ya que uno de sus puntos incluye la
declaración de Ucrania como terreno libre de injerencias imperialistas, tanto
rusas como de la OTAN. Una pregunta. ¿Deberíamos empezar a hablar ya de la
responsabilidad de Estados Unidos dada su negativa a aceptar ese escenario de
una Ucrania en paz y neutral o seguimos chupándonos el dedo? Y otra. ¿Será
Zelenski acusado a partir de ahora de bailarle el agua a Putin por abrirse a
explorar vías diplomáticas o esa es una acusación reservada para periodistas y
políticos europeos que no vean clara la brillante estrategia de conseguir la
paz confiándolo todo al envío de armas?
Si los importantes
movimientos geopolíticos no han ocupado grandes espacios ni intensidad en las
tertulias televisivas y digitales del periodismo VIP español, sí lo ha hecho
una curiosa información de esas que se disfrutan con un paquete de pipas. Inna
Afinogenova, compañera periodista de Canal Red, habría participado de
manipulaciones informativas en su antigua etapa trabajando en el canal ruso RT,
según cuentan los principales medios de comunicación españoles. Sin olvidarse
de mencionar en los titulares de la información a Pablo Iglesias –actual jefe
de Afinogenova, tras abandonar la periodista rusa su país y su antiguo trabajo
por discrepancias con una cadena que se mostraba favorable a la invasión de
Ucrania– cuentan los escrupulosos medios españoles que el descubrimiento de que
existen canales de televisión que manipulan a favor del poder –menuda cosa
burda–, habría surgido del testimonio de un antiguo compañero de la periodista
rusa. Que sea complicado imaginar mayor desfachatez que acusar de cómplice de
Putin a quien abandonó su país y su trabajo precisamente para evitar serlo, no
debería privarnos de disfrutar de un espectáculo por desgracia pocas veces
visto: la prensa española hablando de manipulación. Seamos optimistas.
Probablemente del caso Afinogenova se extraerán conclusiones que harán de las
redacciones españolas lugares aún más rigurosos y entregados al código
deontológico, si es que esto es posible.
Que el silencio en
torno a las vías diplomáticas que empiezan a imponerse contraste con la
intensidad de la caza de brujas contra quienes no le rezan al dios
norteamericano no es nada nuevo. Nada inesperado. Como siempre, el tiempo
acabará poniendo las cosas en su lugar. Cuando se imponga la vía diplomática
–única forma posible de que la criminal invasión no se eternice o, peor aún, se
complique–, quienes señalaban con el dedo a los supuestos amigos de Putin por
pedir diplomacia celebrarán el final de esto tanto como lo celebraremos todos.
Cuando la próxima invasión –sea de Israel, sea de Arabia Saudí, sea de Estados
Unidos– suceda, los que hoy cazan brujas buscando cómplices del invasor, por
fin, callarán un rato. Será un alivio.
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