PEDRO SÁNCHEZ, MELONI Y LA
CASA SIN BARRER
JONATHAN MARTÍNEZ
El primer ministro italiano, Giorgia Meloni, recibe al primer ministro
español, Pedro Sánchez, en el Palacio Chigi. Foto: Roberto Monaldo/LaPresse vía
ZUMA Press/dpa
El pasado martes, durante una reunión en el Palacio Chigi, el Gobierno italiano declaró el estado de emergencia con el propósito de agilizar la expulsión de migrantes. La medida durará seis meses y lleva el sello de Nello Musumeci, que hizo carrera como presidente de Sicilia sosteniendo la teoría de la invasión migratoria y que ahora, como ministro de Protección Civil y Políticas Marítimas, ha encontrado la ocasión de correr un oscuro velo sobre los 91 muertos del naufragio de Calabria. El Corriere della Sera le preguntó entonces por la cadena de negligencias que frustraron el rescate. Es un crimen, respondió Musumeci, pensar que los errores han sido deliberados.
Filippo Miraglia,
dirigente de la histórica asociación Arci, sostiene que no existe una emergencia
sino un deseo propagandista de alimentar la retórica de la invasión. Y si
existiera una emergencia, se trataría de un apuro humanitario. De momento, el
Ejecutivo de Meloni ha apartado cinco millones de euros que contribuirán a
incrementar las identificaciones y las deportaciones mientras la Fiscalía de
Crotone y las organizaciones civiles se preguntan a qué se deben las demoras en
los servicios de socorro. El lunes mismo, cuatrocientas personas apretadas en
una barca navegaron varias horas a la deriva sin que las autoridades maltesas
atendieran las llamadas de auxilio médico.
El estado de
emergencia tiene algo de artimaña pirata que permite pasar por encima de las
inoportunas garantías legales. Cada vez que se pone en suspenso el orden
normativo, se abren las compuertas de la arbitrariedad y asoma un paisaje de
espacios opacos donde la ley desatiende los derechos más elementales. Han
pasado apenas tres semanas desde que Fratelli d'Italia, el partido de Meloni,
propuso despenalizar la tortura porque entiende que la legalidad vigente
menoscaba el honor y el buen nombre de los cuerpos policiales. Todo el mundo
recordó entonces al joven Stefano Cucchi, que murió en un hospital de Roma con
el cuerpo quebrado por las palizas de los carabinieri.
En los últimos años,
Italia se ha aferrado al estado de emergencia para afrontar todo género de
eventos excepcionales, casi siempre calamidades de la naturaleza. El Gobierno
se atribuye así un conveniente repertorio de poderes extraordinarios que no
deben someterse al escrutinio del Parlamento. Atrás queda la emergencia
sanitaria del Covid y una polémica restricción de libertades que Giuseppe Conte
fue alargando con la oposición furibunda de Meloni. "Una democracia no
puede avanzar a base de estados de emergencia", gritaba en televisión el
filósofo y ex PCI Massimo Cacciari. "Bravo, Cacciari", aplaudía
Meloni. "¿Le acusaremos también a él de ser un peligroso
subversivo?".
Al margen de las
implicaciones legales, aún desconocidas, el estado de emergencia presenta la
apariencia de un mensaje político. En primer lugar, Meloni envía un recado a
las autoridades europeas. Tanto Salvini como Meloni o Musumeci han explotado el
patriotismo victimista de la Italia desamparada por Bruselas y obligada a
defender la frontera mediterránea frente a las hordas bárbaras mientras los
países del norte prefieren silbar y mirar hacia otro lado. El debate migratorio
resurge como una suerte de órdago justo cuando la Comisión Europea acaba de
paralizar la entrega de los 19.550 millones del Fondo de Recuperacion que le
corresponden a Italia.
Pero hay otro
factor determinante. El 1 de julio, España tomará la presidencia del Consejo de
la UE. Y promete un verano caliente. ¿Alguien recuerda aquel verano de 2019 en
que Italia y España se disputaron el papel de matones del Mediterráneo? Salvini
brindaba por el bloqueo naval y apresaba a una joven llamada Carola Rackete
cuyo único crimen fue desembarcar en Lampedusa con cuarenta personas exhaustas
a bordo del Sea-Watch 3. A este lado del mar, el Ministerio de Fomento se
oponía a que el Open Arms ejerciera el salvamento en una controversia que
salpicaba también al Aita Mari. "En España se dan cuenta de que tenemos
razón", escribía Salvini en Twitter.
La semana pasada,
tras el encuentro de Pedro Sánchez y Giorgia Meloni, los periódicos
multiplicaron en portada las mismas sonrisas acarameladas y las mismas
consignas sobre la custodia de las costas mediterráneas. "La migración
irregular es un problema europeo que exige una respuesta europea", dice un
titular de Eldiario.es sin que quede demasiado claro si las palabras
corresponden a Sánchez o a Meloni. Lo más inquietante, desde luego, es que
cualquiera de los dos pudo haberlas pronunciado. La violencia fronteriza es ese
inesperado punto intermedio donde los hijos del fascismo tienden la mano a los
hijos de la socialdemocracia.
Hemos dicho que el
estado de emergencia encierra una declaración de intenciones remitida a Europa.
Pero en esta exhibición autoritaria hay un mensaje mucho más desnudo y
primitivo: la idea subliminal de que las personas que llegan a Italia
representan un desastre a combatir con las mismas armas que empuñamos frente a
un terremoto, unas inundaciones o una epidemia. El extranjero, reducido a la
calderilla de las estadísticas, acarrea un disgusto equiparable a una
catástrofe meteorológica. Simplificar los términos de la discusión nos ahorra
el incordio de explicar las ramificaciones del neocolonialismo. Es más cómodo
denigrar las vidas excedentes que genera la explotación del capital.
Los paralelismos no
son inocentes. A la vez que se proclamaba el estado de emergencia, el Consejo
de Ministros italiano prometía redoblar la protección del patrimonio cultural.
Hay que proteger las fronteras igual que se protege el Coliseo o la basílica de
San Marcos. Para que no quepa duda, Meloni difundía ayer un vídeo de tintes
sensacionalistas en el que reconocemos con nitidez a los perversos enemigos de
nuestra milenaria civilización: los activistas climáticos de Ultima Generazione
que han rociado de pintura lavable la pared del Palazzo Vecchio de Florencia o
la estatua de Víctor Manuel II en Milán. Fratelli d’Italia pide tres años de
cárcel para los ecologistas.
Hay un hilo
elástico y pegajoso, como tejido por una araña, que une espacios y lugares de
aspecto lejano. El Sea-Watch 3 se parece al Open Arms y Lampedusa rima con el
Tarajal. Los náufragos del litoral de Crotone respiraban el mismo aire que
dejaron de respirar los muertos de la valla de Melilla. Y a Marlaska se le pone
cara de escuadrista cuando azuza a la Brigada Antiterrorista contra militantes
ambientales en Madrid o cuando firma el ascenso del guardia civil que dirigió
en Intxaurrondo el interrogatorio que llevó a la muerte a Mikel Zabalza. Este
año nos llamarán otra vez a votar contra la ultraderecha, pero algunos deberían
empezar por barrer sus propias casas.
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