PARA ESTO SIRVIÓ QUE ESPAÑA Y EUROPA RECONOCIERAN A GUAIDÓ COMO
PRESIDENTE
ROBERTO MONTOYA
Al término de su
insólito “ultimátum” de ocho días dado por Pedro Sánchez el 26 de enero
pasado a su homólogo venezolano, Nicolás
Maduro, para que convocara inmediatamente elecciones generales, España
reconoció a Juan Guaidó como “presidente encargado” de Venezuela.
La mayoría de
países miembros de la Unión Europea había esperado que España, el segundo gran
inversor en Venezuela, diera ese paso para pronunciarse acto seguido en el
mismo sentido.
En Venezuela y
otros países latinoamericanos confiaban en que Sánchez no se sometiera a las
presiones de Estados Unidos y que se distanciara de los gobiernos más
reaccionarios ofreciendo a España como mediadora de negociaciones entre el
Gobierno de Maduro y la oposición.
Pero no fue así. Es
más, el reconocimiento de Guaidó por parte de Sánchez tuvo lugar días después
de que se conocieran las declaraciones del super halcón Consejero de Seguridad
de Donald Trump, John Bolton, reconociendo los verdaderos intereses que movían
a Estados Unidos para sustituir a Nicolás Maduro del Palacio de Miraflores por
un líder de la oposición afin con sus objetivos.
Objetivo: el
petróleo venezolano
“Haría una gran
diferencia para los Estados Unidos económicamente”, declaraba Bolton en una
entrevista con Fox Business, “si pudiéramos tener a las empresas petroleras
estadounidenses invirtiendo y produciendo petróleo en Venezuela. Tenemos mucho
en juego haciendo que esto salga de la manera correcta”.
Venezuela tiene las
mayores reservas de petróleo reconocidas del mundo, y exportaba a EEUU 500.000
barriles de crudo diarios.
Algún día antes de
esas declaraciones a la Fox, Bolton había anunciado un nuevo paquete de
sanciones contra la gran empresa estatal venezolana (PDVSA). El influyente
asesor de Trump se jactó en ese momento que las nuevas sanciones afectarían a
7.000 millones de dólares en activos de la PDVSA, y que provocarían 11.000
millones de dólares en pérdidas para Venezuela en 2020.
Se trata de los
activos de la empresa CITGO, filial de
PDVSA con sede en Texas, y encargada de refinar el petróleo venezolano
exportado a EEUU, empresa que cuenta también con más de 6.000 estaciones de
servicio en territorio estadounidense.
El Gobierno Trump
ofreció a Guaidó traspasarle esos activos cuando asuma el poder.
Esta medida y el
anuncio de sanciones para aquellas empresas y países que se atrevan a comprar
y/o transportar el petróleo venezolano, es parte del estrangulamiento llevado a
cabo por EEUU para impedirle al Gobierno ingresos con los que comprar productos
de primera necesidad y medicinas para la población.
Sigue el mismo
modus operandi que ya hizo EEUU a inicios de los años ’70 con el Gobierno de
Salvador Allende antes del golpe de Estado de Pinochet, asfixiar económicamente
al Gobierno, provocar el malestar social y la desesperación y con ello el
colapso del sistema.
La medida de EEUU
obliga a los compradores de petróleo venezolano a pagar al contado por él antes
de que sus barcos abandonen los puertos venezolanos, dado que de lo contrario
los pagos que se hagan en el exterior serán inmediatamente congelados por EEUU,
y Venezuela no los podrá cobrar.
Esto ha hecho ya
que la mayor petrolera india, Reliance Industries, un gran cliente de
Venezuela, disminuyera drásticamente la compra de crudo a PDVSA.
Las empresas indias
compraban una media de entre 500.000 y 600.000 de barriles de petróleo diarios
a la petrolera venezolana.
El secretario de
Estado de EEUU, Mike Pompeo, reconocía tras un encuentro con el ministro de
Exteriores indio, Vijay Gokhale, un mes atrás: “Le estamos pidiendo a India lo
mismo que a todos los países, que no sean la cuerda salvavidas económica del
régimen de Maduro”.
Después de esa
reunión, Reliance Industries decidió no seguir vendiendo a PDVSA el diluyente
que necesita para poder comercializar el crudo extra pesado.
Pero Nicolás Maduro
siguió resistiendo el bloqueo. Pasaron más de tres meses desde que Guaidó se
autoproclamó durante una protesta callejera “presidente encargado” en una
operación coordinada con EEUU y los países conservadores de América Latina, que
lo reconocieron minutos después, pero el régimen venezolano no sucumbió como
esperaban.
Estados Unidos y
los sectores más duros de la oposición venezolana, hoy representada por
Voluntad Popular, el partido de López y Guaidó, habrían intentado durante estos
tres meses negociaciones secretas con sectores críticos de las Fuerzas Armadas
y del gubernamental Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) a fin de
encontrar apoyos que permitieran forzar la caída de Maduro.
El desliz de Bolton
A pesar de que
Donald Trump amenazó con que “todas las opciones” estaban abiertas, parecía
intentar evitar una intervención militar, al menos directa. Rusia advirtió que
no permitiría una operación militar en Venezuela, mientras EEUU advertía a su
vez a Moscú que no toleraría que siguiera vendiendo armas a Maduro y entrenara
militarmente a sus oficiales.
Jair Bolsonaro
descartó públicamente por su parte que Brasil fuera a participar en una acción
militar contra su vecina Venezuela, aunque Colombia sí demostró tener mayor
disposición. De hecho grupos paramilitares ultraderechistas colombianos vienen
operando desde hace años tanto en zonas fronterizas como en el interior de
Venezuela con la venia del gobierno colombiano, antes con Uribe y ahora con
Duque.
En la rueda de
prensa en la que Bolton anunció la congelación de los activos de la petrolera
venezolana en EEUU, accidentalmente dejó a la vista de los medios de
comunicación presentes un bloc de notas con hojas rayadas que en bolígrafo de
tinta negra decía: “5.000 militares a Colombia” junto con una anotación sobre
las negociaciones de paz con los talibán. Jim Young, fotógrafo de la agencia
Reuters, tomó una foto del bloc que se difundió a los abonados por su servicio.
Cuando distintos
medios preguntaron posteriormente tanto al Pentágono como al Gobierno de
Colombia sobre el tema, ambos negaron que hubiera algún plan en ese sentido.
La misma agencia
Reuters, poco sospechosa de apoyar la causa bolivariana, publicaba por su parte
el pasado lunes 30 de abril otra información inquietante, que podría estar
relacionada con esa nota manuscrita de Bolton. Erik Prince, el fundador de
Blackwater, la poderosa y polémica empresa militar privada que proporcionó
miles de mercenarios a la Administración Bush para operaciones de alto riesgo
en Irak y Afganistán y se vio envuelta en varias sonadas matanzas de civiles,
organizó un plan para enviar 5.000 hombres en apoyo a Juan Guaidó.
Citando cuatro
fuentes distintas, la poderosa agencia de noticias británica, sostuvo que el
ejército de mercenarios sería reclutado en Colombia y otros países
latinoamericanos.
“Él (Prince) tiene
una solución para Venezuela, al igual que tiene una solución para muchos otros
lugares”, es lo único que Reuters consiguió que le reconociese Lital Leshem,
director de relaciones con inversionistas de la firma Frontier Resource Group,
la nueva empresa de Erik Prince, de similares características que Blackwater.
Este vendió
Blackwater a un fondo de inversión en 2010 y ahora se llama Academi.
Según la agencia
Reuters, el plan, para el que Prince buscaría 40 millones de dólares de
inversionistas privados, comprendería tanto labores de Inteligencia, como
operaciones comando y de combate, como posteriores de “estabilización” una vez
Guaidó asumiera la presidencia.
Prince donó 250.000
dólares para la campaña electoral de Trump -y este nombró a su hermana, Betsy
DeVos, como secretaria de Educación- y, según publicaba The Washington Post en
2017, habría jugado un papel clave de intermediación entre colaboradores de
Putin y de Trump.
En esta nueva
aventura golpista Guaidó y López no parecen haber logrado arrastrar ni al
conjunto de la oposición, ni al grueso de la gran patronal ni a aquellos
amplios sectores de la población que han venido acudiendo en los últimos meses
a sus mítines callejeros.
Una injerencia
externa inadmisible
En esta nueva
intentona golpista, apoyada públicamente
de forma inédita no solo por la Administración Trump, sino también por el
secretario general de la OEA, Luis Almagro, y por los gobiernos de Colombia,
Brasil, Argentina, Chile y otros países latinoamericanos, no estaba en juego
solo la supervivencia del régimen de Nicolás Maduro, sino la soberanía de un
país. Y muchas ciudadanas y ciudadanos de a pie habrán visto claramente para
qué se buscaba su complicidad, y no secundaron el desesperado llamamiento de
Guaidó para que salieran masivamente a la calle.
Pocas veces se ha
visto fuera de las contiendas bélicas internacionales una injerencia tan
directa en los asuntos internos de un país por parte de los máximos mandatarios
de un grupo numeroso de países y de dirigentes políticos.
El Gobierno de
Nicolás Maduro ha cometido graves errores políticos en los últimos cuatro años,
especialmente desde que la oposición obtuvo la mayoría absoluta en las
elecciones legislativas.
Ha hecho una mala
gestión de la crisis económica y no enfrentó con firmeza gravísimos casos de
corrupción en la Administración pública.
La revolución
bolivariana ha perdido fuelle no sólo por las consecuencias de la crisis
internacional y la innegable agresión externa de la que fue y sigue siendo
víctima, sino también por sus propias incoherencias y errores, lo que hizo que
el proceso se estancara, se perdieran muchas de las conquistas logradas, y se
perdiera el apoyo de una parte considerable de su base social.
Sin embargo,
ninguna de esas críticas que cierta izquierda hace mal en intentar ocultar
pueden servir a nadie para justificar ni la guerra económica que soporta
Venezuela desde hace veinte años, ni la sistemática e histórica política
golpista del sector más ultra de la oposición que ahora ha encabezado esta
nueva intentona golpista con un nada oculto apoyo externo.
Al igual que
hicieron en enero tras la autoproclamación de Guaidó como “presidente encargado”,
prácticamente al unísono mostraron su apoyo con el golpe los presidentes de
EEUU, Colombia, Brasil, Argentina, Chile, Panamá y otros países
latinoamericanos, mientras Cuba y Bolivia mantuvieron en todo momento su
respaldo a Nicolás Maduro, y México y Uruguay defendieron su postura de no
injerencia en otros países.
La Unión Europea
optó esta vez por una postura expectante, abogando por una salida pacífica,
pero el italiano Antonio Tajani,
presidente del Parlamento Europeo, se sumaba a los llamamientos a los militares
venezolanos para sumarse al golpe de Guaidó.
Por su parte, el
ministro de Exteriores español, Josep Borrell, pareció sorprendido por el
intento golpista de Guaidó, al que tres meses atrás España reconoció como
“presidente encargado”, pero no fue hasta ahora más tarde que el Gobierno de
Sánchez rechazó claramente cualquier acción militar. Ya en ese momento se
conocía que Leopoldo López y su familia habían ingresado en la embajada de
Chile en Caracas. Luego se trasladaron a la de España.
Era la evidencia de
que el golpe había fracasado. Aún así, la ministra portavoz española, Isabel
Celaá, sostuvo que Guaidó seguía siendo “la persona legitimada para llevar
adelante una transformación democrática” en Venezuela, por lo que contaba con
el apoyo de España.
¿No sabía el
Gobierno español hace tres meses las consecuencias que podía tener el
reconocimiento de Guaidó como presidente “encargado”, siendo dirigente de
Voluntad Popular, el partido más violento de la oposición y siendo Leopoldo
López -miembro de una de las más conocidas familias de la oligarquía
venezolana- uno de los 400 firmantes del golpe de 2002?
¿No recordaba el
Gobierno Sánchez que la apuesta tanto de Felipe González como de José María
Aznar contra Hugo Chávez desde el inicio de su mandato en 1999, sirvió para
arropar el golpe de Estado de abril de 2002?
Es previsible -y
deseable- que Pedro Sánchez forme gobierno nuevamente a corto plazo. Tendrá la
patata caliente de López en su embajada en Caracas.
¿Se convertirá
López en un nuevo Assange pero en este caso para peregrinaje de los Albert
Rivera -que inmediatamente se solidarizó con el golpe de Guaidó-, González,
Aznar, los enviados de Trump, Bolsonaro y reaccionarios de todo el mundo?
¿O el nuevo
Gobierno que se constituya próximamente dotará por fin a España de una política
exterior independiente, soberana, progresista?
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