NUESTRO ASSANGE CARIBEÑO
ANÍBAL MALVAR
El vasallaje
mediático español a la oposición venezolana ya ha dado sus frutos. Leopoldo
López se nos ha metido en la embajada española en Caracas cual okupa high
standing y amenaza convertirse en un conflicto diplomático con patas y barba de
dos días. El golpista venezolano refugiado es el Julian Assange que los
españoles nos merecemos.
La ultraderecha
mediática está encantada con este grano que le ha salido a la rosa antifonaria
del gobierno de Pedro Sánchez, otro hijo de la baraka, como en su día lo fuera
José Luis Rodríguez Zapatero. El millonario defensor del pueblo venezolano no
se corta y el jueves le dijo a Efe, desde la sede diplomática, que una intervención
militar internacional en su país “está dentro de la Constitución”. Y nuestro
ministro de Exteriores Josep Borrell ha sufrido una urticaria y ha decidido
pararle los pies: “España no va a permitir que su embajada se convierta en un
centro de activismo político”.
El ABC se lo afea
grandemente, pues “la presencia de Leopoldo López en la residencia del
embajador de España en Caracas es un capítulo vital del proceso de liberación
de Venezuela”. “No tiene ninguna justificación esta reserva que ha hecho el ministro
Josep Borrell”, continúa el torcuatiano diario. “Su mera presencia en la
residencia diplomática, en lugar de estar preso, es ya todo un pronunciamiento
político en toda regla que en estos momentos honra a España”.
La Razón sigue la
misma línea y titula su editorial asertando que “Borrell no puede callar a un
demócrata”. Tienen un concepto un tanto raro del ser demócrata estos señores
capitaneados por Francisco Marhuenda. Se lo dicen a un señor que está pidiendo
un baño de sangre yanqui en su país. Esta joyita ya fue acusado de corrupción
cuando inició su carrera política como alcalde de Chacao. Durante el golpe de
2002, allanó la vivienda del entonces ministro de Justicia Ramón Rodríguez
Chacín y lo arrojó a la turbamulta mugrienta, por la que fue golpeado. En 2014
alentó levantamientos contra el gobierno bolivariano que se saldaron con más de
40 muertos (extrapolad el dato a nuestro 1-O). Y en este democrático y
pacifista trayecto lleva el hombre toda la vida.
Siguiendo con La
Razón, el diario de Planeta acusa a Borrell de “violación de los derechos
humanos de un representante político injustamente perseguido”. “En España está
vigente el derecho a la libertad de expresión”, apuntalan. Yo no me aclaro. El
mismo periódico que en este país asegura que quemar un retrato de Felipe VI
constituye delito de odio, nos dice ahora que hacer un llamamiento a la
intervención militar extranjera en Venezuela es libertad de expresión, lírica
provenzal, suave arrullo libertario.
El Mundo nos
sorprende con un microanálisis amable en su página noble de opinión. No le
concede rango editorial, sin embargo. Han optado por una prudencia en grises
que se agradece. “La decisión de Leopoldo López de refugiarse en la embajada
española en Caracas puede causar a nuestro país un conflicto diplomático
sobrevenido. Porque es cierto que España ha reconocido la legitimidad de Guaidó
como presidente encargado de Venezuela y que el Gobierno ha descartado entregar
al líder opositor a las autoridades judiciales, que ya han emitido una orden de
detención. Es comprensible, por tanto, la prudencia mostrada por Borrell”.
El día anterior se
habían mostrado un poquito menos moderados, los chicos del diario de la bola:
“Bien haría el gobierno en no deslegitimar a quien puede encabezar una transición
pacífica”. Certeramente dicho está, si no se tienen en cuenta las leopoldescas
llamadas a los tanques de Donald Trump y esas minucias.
En El País impera
el ciclón del sosiego. Nada de editorializar. Nada de opinión. Ni siquiera un
titular sobre la entrevista incendiaria de Leopoldo López a Efe, no vaya a ser
que después no le podamos llamar líder pacifista. El diario de Prisa quiere
ganar el relato –como dicen los horteras– no relatándolo.
Resumiendo: que ya
tenemos a España sumida en el centro del huracán venezolano, con las tejas de
la embajada en Caracas amenazadas por el monzón. Nuestro Assange caribeño no
pudo elegir mejor destino. No en vano tiene parte de su inmensa fortuna
invertida en ladrillo español con fines especulativos. De lo que podemos tener
certeza es de que Leopoldo correrá mejor suerte que Julian. No solo es más
demócrata y más pacifista. Está, además, en el lado bueno, que es el de Trump.
Y no olvidemos lo más importante: tiene muchísimo más dinero. Así se escribe la
historia, almas de cántaro.
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