¿QUE CELEBRAN LOS ADICTOS AL
SARAO CONSTITUCIONAL?
FERNANDO LÓPEZ AGUDÍN
Llama la atención que cuando la
Constitución de 1978 esta siendo recortada, y lo va a ser muchísimo más dado el
actual proceso involucionista, los poderes institucionales convoquen a celebrar
su cuadragésimo aniversario. De nuevo, como en cada 6 de diciembre desde hace
unos cuarenta años, asistimos al despliegue publicitario de la II Restauración
de los Borbones. Ese tout va bien, madame la marquise, resonará hoy en los
salones de los dos palacios en los que una clase política, encantada de haberse
conocido en estos tiempos tan felices para los padres de la Patria, se
felicitará mutuamente por este aniversario. Pero ni España, ni la Constitución,
bien lo saben, están para fiestas.
Andalucía acaba de darles unos de
los peores regalos políticos posibles. Cuarenta años después de la transición,
emerge con mucha fuerza un populismo de derechas que preconiza abiertamente el
pronto retorno a aquella etapa preconstitucional. Sin embargo, dos asistentes
al sarao institucional de hoy, Pablo Casado y Albert Rivera, se aprestan a
pactar rápido la formación del gobierno andaluz de la mano de quien propone un
puntapié a la carta magna, Santiago Abascal. Los restantes invitados políticos,
perjudicados por este probable acuerdo, se limitan a denunciar a VOX sin
denunciar la política que lo ha hecho posible ni, por supuesto, los políticos
que la han aplicado que son ellos mismos.
Cataluña, para que no decaiga la
fiesta, pone en huelga de hambre cuatro presos políticos o políticos presos,
como casi siempre suelen matizar algunos exquisitos. Ni que decir tiene, bien
es sabido desde el otoño caliente catalán de 2017, que asimismo no están por la
labor constitucional si no se reconoce el derecho a decidir que los andaluces,
entre otros, acaban de rechazar negando el voto, bien por activa o por pasiva,
a toda la izquierda andaluza. El bastante ambiguo título octavo de la
Constitución, redactado bajo la atenta mirada de lo que entonces se llamaba
poder fáctico armado, ha derivado en ese auténtico rompecabezas que es hoy la
España de las Autonomías. Título octavo que se complementa con el artículo
octavo que fija como tarea de las FFAA la integridad territorial.
Aprovechando que a río revuelto,
ganancia de pescadores, Casado y Rivera intentan extender el aislamiento de VOX
que no practican, sino todo lo contrario, a los partidos nacionalistas, con el
argumento de que como el populismo de derecha no aceptan la Constitución de
1978. Así dos de aquellos partidos que redactaron la Constitución, de la mano
de Miguel Roca y Xavier Arzallus, son ya incluso situados fuera de lo que se
entiende hoy como partidos constitucionalistas por el Partido Popular y
Ciudadanos. Una maniobra claramente destinada a impedir que la izquierda pueda
contar con aliados parlamentarios ajenos a la propia derecha. Si hubiera sido
así, ni en 1931, ni en 1936, ni en 1977, ni tampoco en los sucesivos gobiernos
de Felipe González, Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez habrían ocupado la Moncloa.
El impúdico fru-fru de las togas,
en torno a la Causa General contra el soberanismo catalán, junto con el can-can
del Tribunal Supremo sobre la Banca, animan aún más el cotarro institucional
para que no decaiga el cumpleaños feliz de la Constitución. Ni Ramón del Valle
Inclán hubiese imaginado un esperpento mejor que el protagonizado hace bien
poco por no pocos togados en el Tribunal Constitucional, Audiencia Nacional y
Tribunal Supremo. A la juerga se suman Pablo Casado y Albert Rivera al proponer
la derogación de la Ley Orgánica del Poder Judicial que lo supedita a la
soberanía parlamentaria. El wasap de Cosidó certifica la defunción de la
separación de poderes y retrotrae toda la Justicia a los cuarenta años de la
España cañí.
A este ritmo, de la Constitución
de 1978 no van a quedar ni las raspas. Finalmente, el viaje iniciado hace
cuarenta años está siendo de ida y vuelta hacia aquellos tiempos
preconstitucionales donde ni las instituciones, ciudadanos o partidos podían
escapar al control de la oligarquía. Conviene recordar la advertencia que hacía
el socialista Luis Gómez Llorente, durante el debate del proyecto
constitucional, sobre la urgente necesidad de evitar caer en la mala tentación
de mantener artificialmente un aparato político sin otro fin en todo su
tinglado que marginar por completo la voluntad auténtica de los pueblos de
España y la postergación desesperanzada de las clases oprimidas. Porque como
gustaba decir a Ferdinand Lassalle, los problemas constitucionales no son,
primariamente, problemas de Derecho sino de poder y éste sí que no ha cambiado
de manos. ¿Qué celebran, pues, los adictos al sarao constitucional ?
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