PABLO EL APÓSTATA
ANÍBAL MALVAR
Se ha regodeado
mucho la prensa carpetovetónica con la sanpablada de Pablo Iglesias cayéndose
del caballo bolivarianista. Triste estampa, comandante Chávez. “He podido decir
cosas que ahora no comparto y rectificar está bien. La situación política y
económica en Venezuela es nefasta”, confesó conmovido el ex asaltador de cielos
en el Senado. Ay, chiquitín.
En El Mundo, la
sanpablada fue analizada por el columnista Luis Miguel Fuentes en clave
psicotrópica, aludiendo a la posible influencia del ascenso de Vox en el viraje
intelectual del político morado: “Iglesias levantaba el ‘puñal de puño aluño’
mejor que el puño de pantera chavista del que, sorpresivamente, ha renegado
(¿el efecto Vox?). Pronto se tendrá que llamar facha a sí mismo”.
Su jefe en opinión,
el siempre brillante y perverso Jorge Bustos (cómo me gusta elegir a mis
enemigos por su inteligencia, cual recomendaba el Tío Oscar), apuntaba más al
factor Galapagar, o sea, al chalet, en esta reconversión neuronal que se ha
producido en las profundidades de una coleta: “¿Puede curarse un populista?”,
se pregunta el periodista mundanal, y prosigue: “Cuando el Iglesias senatorial
–el que recibe los escraches– manifestó que ya no se reconoce en las opiniones
del Iglesias venezolano –el que los ejecutaba–, la reacción en el entorno
conservador fue de general escepticismo. Iglesias es comunista, y siempre lo
será, y si apostata de su fe bolivariana tan solo está posando para la cámara
demoscópica por el descalabro andaluz. El chalé modula el discurso. Cuánto
mejor para los engañados votantes de Podemos que su líder ejerza al fin la
valiosa pedagogía de la decepción. Ajustar los metros cuadrados de la creencia
al metro cuadrado de la realidad no es una claudicación, sino el comienzo de la
adultez responsable”.
Como El Mundo,
también El País otorga categoría de portada a este doloroso mea culpa. El
periódico de Prisa no da opinión, porque ya la redacción de la bomba
informativa es bastante opinativa: “La experiencia parlamentaria y vital ha
cambiado el punto de vista de Pablo Iglesias sobre antiguas convicciones”.
Bieito Rubido,
director de ABC, se ha quedado como “habitante de la duda” sobre la sinceridad
de las palabras del líder ex revolucionario. Y, en su editorial, el torcuatiano
diario analiza el caso con una clarividencia que puede hacer llorar a muchos de
los que habitaron la Puerta del Sol en el ya lejano, lejanísimo, 15-M: “En
definitiva, reniega de su obra”. Y es verdad. Después, como en toda buena
película de misterio –y este suceso es misterioso–, arroja sombras de duda casi
delincuencial sobre el angelito podemita: “Arrepentirse de lo que dijo en el
pasado, pero no del dinero que cobró por decirlo, es revelador de quién es
realmente Iglesias”.
En La Razón,
periódico poco dado a la finezza, el mamporrero Pedro Narváez se llena la boca
de tópicos de taberna facha: “Aquí, gracias a que no llegó a gobernar, aun hay
papel higiénico en los supermercados, pañales para los bebés, que vendrán bien
a papá Pablo Iglesias, que era una canción protesta, y es ahora una balada
triste de trompeta”.
Aunque este
repartidor nació para repartir –en el sentido más pugilístico del verbo–, hoy
no tiene otra opción que darle la razón a todos nuestros viejos periódicos de
papel. Quizá, incluso, les faltó aludir a esos votantes de Podemos que se han
quedado empantanados en la nostalgia tras escuchar a su líder. La revolución
bolivariana, para muchos de ellos, fue una antorcha esperanzadora que alumbró
una posible transformación, para bien, de este desarticulado mundo.
Yo eché de menos,
en la simplificadora abjuración de Iglesias, que no echará mano de algunos de
los datos con los que el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial (no,
precisamente, dos nidos de rojos) evaluaron los logros y desastres del chavismo
desde la llegada del comandante, en 1998, a 2011, año y pico antes de su
muerte: reducir la pobreza del 62,1% de 2003 al 31,9% de 2011; erradicar
prácticamente la desnutrición, al hacer caer el porcentaje de venezolanos sin
alimentación mínima del 16% del año 2000 al 5% de 2011, equiparando el baremo a
países como España, Alemania y EEUU; elevar el gasto sanitario por habitante de
los 135 euros de 1998 a los 508 euros de 2012; desplomar la tasa de
analfabetismo del 9,1% al 4,9%. De todos estos desastres no habló Pablo
Iglesias en el Senado. Ni del golpe de Estado global que sufrió, y está
sufriendo, todo el movimiento bolivarianista no solo en Venezuela. También en
Argentina, Brasil, Bolivia, Nicaragua, Uruguay (por no hablar de Honduras)… Los
golpes de Estado ya no se dan a tiros, como gustábamos antes. Ni siquiera son
de Estado. Nacen en los despachos de Wall Street, de la City, del Íbex 35. Son
asonadas monetarias, neoliberales, más complejas. Iglesias, como estadista,
tendría que haber tirado de alguno de estos datos. Así, quizá, sería menos
sangrante su apostasía.
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