LOS SIETE RISCOS...19
DUNIA
SÁNCHEZ
La luminosidad
tórrida, gris, apagada, lánguida de la aldea llegó aquellos siete riscos de las
siete mujeres. Ellas , en la cima, con un mar de nubes bajo sus pies no eran
capaces de ver lo que ocurría. Pero las noticias, el mensaje llega a esos siete
riscos de las siete mujeres. Un mensaje enviado por el abad a través de sus
sentidos, un pinzón azul se posó en cada uno de los hombros de aquellas
mujeres. Un pinzón azul que irradiaba energía, la luz eclipsada de las campanas
del monasterio naufragas de algún mal. Espíritus flotantes las abrazaban y
ellas como hijas de aquellas tierras, de aquellos siete riscos se abrazaron a
un drago. Dragos que les ofrecían el poder de la sanación, de la curación de
aquella aldea enferma. Sí, la savia que corría por aquellas venas de aquellos
fuertes arboles les servirían de escudo ante la devastación, ante el terror
inundado aquellas gentes. Dirigidas por el motivo y las sensaciones de la
partera hicieron de igual manera los cortes aquellos dragos. Cogieron sus
respectivos cuencos y bebieron de él y cantaron y cantaron hasta que la sexta
se prodigará en el monasterio.
Te llamamos a ti
madre tierra con el suculento palpitar de nuestras almas a que sacudas el mal
infundado en esas gentes. Que la mala muerte se desvanezca hasta tus entrañas y
se aleje de este jardín de los mares. Te llamamos a ti madre tierra con el
latido de corazones rajados a que evoques el bien para estos inocentes. Que la
mala muerte sea vencida por la claridad de sus miradas animadas al son de una
vida que retorna después de la lucha. Te llamamos a ti madre tierra con el
purificar de este aire que respiran hasta caer en las tumbas del abismo. Que la
mala muerte sea huida lejos, muy lejos donde no haya cabida para el recuerdo,
solo, el olvido.
Los pinzones azules
retornaron a la abadía y le dieron de
beber gotas de los dragos al abad y a todos los monjes que allí convivían. Y
todos oraron por aquellas siete mujeres de los siete riscos. Y el abad inmerso
en felicidad se ilumino de un halo especial, de un halo blanco que le dio paz y
serenidad. Y el abad toco de manera especial las campanas, seguían un cierto
ritmo musical que hacía que los monjes sonrieran como guiño a lo misterioso, a
lo indómito. Y chaparrón se detuvo, esas nubes tétricas dieron paso a un sol
radiante, maravilloso, bello , cómplice de aquel abad y las siete mujeres de
los siete
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