LA PARTE CONTRATANTE DE LA SEGUNDA PARTE
DAVID TORRES
Pocos días antes de
que Torra y Sánchez se reunieran para escenificar el segundo acto del magnífico
diálogo de sordos entre la Generalitat y el gobierno de España, una
manifestación de 3.500 personas invadía las calles de Barcelona para protestar
por la muerte de un perro. No es que en Barcelona falten motivos para
manifestarse, ni que la muerte de Sota sea un motivo indigno o baladí para
salir a protestar, especialmente en estos tiempos en los que tantos ciudadanos
se sienten tratados como animales y en que las fuerzas del orden se comportan
tal y como se vienen comportando desde hace aproximadamente diez mil años. El
caso es que ambas manifestaciones, perfectamente compatibles, casi se
solaparon, lo que da una idea de lo agitada que anda la ciudad estos días más
allá del tráfago navideño.
No está muy claro
qué es lo que sucedió en realidad para que el perro acabara con un tiro en la
cabeza, tirado en la acera, meneando tristemente el rabo como un juguete roto:
el agente municipal afirma que le mordió en el brazo cuando procedía a detener
a su dueño, un joven vagabundo, y diversas fuentes policiales corroboran esta
versión, mientras otros testigos afirman que Sota no pasó del ladrido. Aunque
sí el más grave, no fue el único caso de violencia callejera donde surgen
dudas, ya que el viernes un periodista de Intereconomía, Cake Minuesa, sufrió
un puñetazo que lo arrojó al pavimento y, de inmediato hubo sospechas de que la
escena era un montaje preparado para las cámaras, de que el agresor era en
realidad un infiltrado de la extrema derecha y de que Minuesa había
sobreactuado al estilo de Neymar y sus revolcones fuera del área.
Más allá de las
pancartas, las calles cortadas y los contenedores quemados, en Cataluña no hay
forma humana de ponerse de acuerdo ni siquiera en la condena de dos actos de
violencia simples e inequívocos. Depende de en qué facción de la realidad se
coloque uno, si en el nacionalismo español o en el catalán, en el animalismo
humanista o en la zoofilia policial. El sectarismo consiste precisamente en
tomar partido de antemano, sin consideraciones previas, sin dejar que los
hechos contradigan los prejuicios. Mucha gente lee ciertos periódicos para eso,
para que le den la razón, y se cabrea mucho si alguna vez les obligan a pensar
otra cosa.
De ahí que Torra y
Sánchez difícilmente puedan sacar adelante sus papeles, a pesar de que ambos
hayan abjurado generosamente de sus posiciones anteriores: uno cuando
consideraba que los españoles no somos más que “bestias enfermizas” y otro
cuando decía que lo de Cataluña era un “delito de rebelión”. Negocian un
contrato dialogando como Chico y Groucho, cortando las cláusulas a trozos,
tirándolas al suelo y, a la hora de firmar, el primero no sabe escribir y el
segundo lo hace con un bolígrafo sin tinta. Ni siquiera se sabe si la parte
contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de
la primera parte. Y ya estamos en la segunda parte.
El conflicto ha
llegado a un punto en que este fin de semana un espontáneo le gritaba a Serrat,
en catalán, que cantara en catalán, que estaba en Barcelona. Y Serrat, que no
fue a Eurovisión en su día porque no le dio la gana de cantar en castellano, y
que hasta tuvo que exiliarse por condenar el régimen franquista, tuvo que
explicarle a ese pobre hombre, en catalán, por qué un concierto de homenaje a
Mediterráneo sólo podía cantarse en castellano. La prensa españolista se ha
hecho eco del rapapolvo del cantautor, aunque no con tanto entusiasmo como
cuando omitieron la respuesta que le dio en septiembre en Valencia a un
energúmeno del otro lado que le pedía que se dejara de canciones en catalán y
que cantara en castellano: “Poder expresarnos públicamente en este idioma nos
ha costado muchos años de lucha y mucha gente en las cunetas”. Da igual lo que
diga porque los sordos profesionales de ambos bandos no entenderían a Serrat ni
aunque cantara en esperanto.
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