LA MUJER DE ARENA 2. CONTINUACIÓN
DUNIA SÁNCHEZ
Una
plaza. Una mujer apartada de los movimientos de la urbe. Una mujer de pelo cano
con sus carnes arrugadas por el paso del tiempo ¡Ay el paso del tiempo¡
Tormentos seduciendo sus sueños, su despertar sordo a todo ese rededor que con
su celeridad la hace a ella estática. Y , ¿por qué? Por qué de esta
degradación, de esta dejadez de sus pisadas ausentes de existencia, de una
vida. Su carro, sus cartones, su perro honesto y cómplice de todas sus
acciones. Una atmósfera enrarecida a sus sentidos se poso en ella hacía ya
muchos años…muchos. Tantos que sus recuerdos vagabundean en la duda ¿Quién era?
Qué vientre la había echado a este mundo. Su memoria se revolcaba en la
mediocridad, en una sonrisa obligada cuando alguien la miraba ausentando su
mano. La nada. El vacío. Su carro. Su perro. Era todo lo que poseía, todo lo
que abrazaba a su derredor. También por qué no alguna limosna que caía en sus
palmas de casualidad. No le gustaba pedir sino andar de esquina y esquina, de
parque en parque al son de unas horas que ella no entendía, solo, cuando el
nocturno le cerraba los párpados y la dejaba desentendida de sus emociones ya
acabadas. Pues sí, había cierto rasgo de tristeza en sus ojillos grises. Solo
se quejaba de su tos, una tos de cada colilla recogida de la calle. La calle,
su casa, techo de astros, techo de lluvias, techo de vientos, techo de humedad.
Una humedad seduciendo sus huesos. La
gente la miraba al pasar, con su carro, con su perro, con su olor nauseabundo
ante todo aquel que se aproximara. El olor de la miseria, el olor del abandono,
el olor de la vejez. Ay esa tos, sus
pulmones reventados, sus pulmones cansados, sus pulmones entregados a la muerte
en la vida. Y , ¿hay vida en ella? No. No, girar y girar sobre su propio cuerpo
menudo, pequeño. Qué cuchillos habrían sido enterrados en su persona, cuantas
desesperanzan habían cruzado su mirada infértil, cuantas rotas ganas al tropezaron
en su antigua continuidad del ascenso hasta la vejez. Supongo, que sus espaldas pesadas, sangrantes
tuvo que soportar mucho, demasiado y ahora está ese abismo que ella no ve, que
ella no siente, que ella no palpa. Solo
la dejadez….continuará
Sigues dando caña, estimado Ánghel Morales, luchador empedernido, con la mirada en la utopía cotidiana
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