LA BANQUERA FEMINISTA
JUAN CARLOS ESCUDIER
Superada
la fase anarquista, esa en la que, tal y como le ocurría al personaje de
Pessoa, escapan de la tiranía del dinero amasándolo en cantidades industriales,
los banqueros empiezan a ser otra cosa. Ana Botín, por ejemplo, se ha hecho
feminista tras reparar en que las mujeres están discriminadas, algo que hace
diez años le había pasado desapercibido. La presidenta del Banco Santander se
ha dado cuenta de que el mundo es egoísta y que las mujeres merecen tener más
sitio y necesitan ayuda “sobre todo de los hombres, porque son los que mandan”.
Habrá quien diga que, más que ayuda, lo que exigen es justicia.
A Botín
hay que darle la bienvenida al club y celebrar sus descubrimientos, como los
que hizo en Twitter el pasado 8 de marzo cuando citó un estudio de la
Universidad de Oxford para afirmar que las mujeres hacen más trabajos en casa
no remunerados que los hombres –los de Oxford es que están en todo-, o un
informe de la Oficina Nacional de Investigación Económica que concluía que la
maternidad provoca que los ingresos de las mujeres se reduzcan
bruscamente. Y hay que aplaudir que
constate que la sentencia de la Manada supone “un retroceso para la seguridad
de las mujeres” y que apoye su aserto en las declaraciones de un experto en
psicología, citado por The Washington Post, que explicaba por qué muchas
víctimas de violación no pelean ni gritan. Más que opinar, la banquera nos
instruye con fuentes muy autorizadas.
Extraña
en cualquier caso que con todos esos conocimientos y la capacidad de actuar que
le confiere ser una de las mujeres más poderosas del mundo, el Banco de
Santander, con una plantilla de 202.000 personas en todo el mundo, de las que
el 55% son mujeres, tan sólo tenga un 20% de directivas, algo que la presidenta
dice querer enmendar aplicando una “discriminación positiva” con el objetivo de
que en 2025 las directivas representen el 30%. Pero sorprende aún más el
argumento: “Es una brecha que nos hemos comprometido a arreglar en unos años
–aseguraba el pasado mes de febrero-. Pero no es fácil porque muchas veces
implica contratar fuera”. O dicho de otra forma, entre las más de 111.000
mujeres de las plantilla no hay candidatas preparadas, hasta el punto de que
400 empleadas en España reciben cursos “para progresar”. El departamento de
Recursos Humanos del banco debería hacérselo mirar.
La
demostración de que ni el feminismo sobrevenido de la banquera ni sus esfuerzos
de discriminación positiva son un postureo tendría que manifestarse al menos en
el consejo de administración de la entidad, donde, curiosamente, tampoco existe
la paridad que Botín reclama para el resto de empresas. Entre los 16 consejeros
sólo hay cinco mujeres, presidenta incluida, y todas son externas, de manera
que ninguna desempeña funciones directivas en el grupo bancario. Por
entendernos, nadie del grupo del 20% de mujeres directivas de la entidad merece
sentarse en el Consejo, del que forman parte un consejero delegado y tres
vicepresidentes, todos hombres. Todas las consejeras son vocales.
Más aún,
no existe ninguna mujer, excepción hecha por razones obvias de la presidenta,
que se siente en la comisión ejecutiva, que es el órgano que gestiona el día a
día del banco. Se dirá que es normal porque todas las consejeras son ajenas al
Santander, pero es que entre sus ocho miembros, al menos la mitad tiene la
condición de externos.
“Si
hombres y mujeres somos igual de listos deberíamos estar al 50%”, ha dicho en
alguna ocasión Ana Botín. La banquera feminista está tardando en aplicarse el
cuento que predica. Ojalá que pronto, en alguna otra entrevista-masaje en la
cadena de radio que controla su banco, confirme lo listos que somos todos.
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