miércoles, 5 de julio de 2023

EL SILENCIO DE LOS RENDIDOS

 

EL SILENCIO DE LOS RENDIDOS

POR ALEJANDRO PLANA

Tras el estallido del Ferrerasgate todos pudimos escuchar cómo el director de un canal dirigido a un público de izquierdas traficaba con información adulterada con el personaje más chungo de las cloacas, el comisario Villarejo. En esos audios Ferreras se jactaba de abrir espacios mediáticos a una información falsa de Eduardo Inda relacionada con una falsa cuenta bancaria atribuida a Pablo Iglesias, aunque también pretendía “calzar una hostia” a Pedro Sánchez. El “es muy burdo, pero vamos con ello” enseguida se convirtió en trending topic y, aun hoy, las cloacas le pesan a Ferreras.

 

Este acontecimiento provocó diferentes reacciones. Una de ellas fue la de Antonio Maestre, que por aquel entonces prefirió dejar de ser subdirector de La Marea a abandonar el plató de Al Rojo Vivo. Otra reacción, distinta, fue la del periodista Yago Álvarez, de El Salto, que cortó radicalmente las colaboraciones con el programa de “el Ferri”.

 

Pero estas distintas reacciones no solo se dieron entre los periodistas. El diputado de EH-Bildu, Oskar Matute, señaló en aquel entonces que “las cloacas del Estado han venido funcionando desde hace décadas”, en concreto “desde la dictadura”. También otras políticas como Irene Montero o Ione Belarra, cuando Podemos todavía no había llegado al acuerdo con Sumar, denunciaron la intoxicación del director de La Sexta.

 

Pero no todas las reacciones políticas fueron en esa línea. La derecha y los dirigentes socialistas, como era de esperar, callaron. Pero también dirigentes que, en principio, están situados a la izquierda del PSOE como Baldoví, Errejón o la propia Yolanda Díaz decidieron correr un tupido velo y guardar silencio ante uno de los mayores escándalos de la historia del periodismo. Contribuyendo de ese modo a normalizar que ciertos actores mediáticos sean intocables y puedan intoxicar día tras día a sus audiencias.

 

Por eso, era bastante evidente que Pedro Sánchez jamás haría una crítica al director de La Sexta. En efecto, que en los audios publicados por El Confidencial se escuchara a Ferreras afirmar ante Villarejo y Mauricio Casals que iba a calzar muy pronto una hostia al presidente del Gobierno y asegurara que iba a “sufrir estas dos semanas”, no fue suficiente para que el líder socialista realizara ninguna crítica.

 

Me vienen a la cabeza algunas preguntas ingenuas: ¿No sería razonable que cuando se está hablando de medios de comunicación se pusiese sobre la mesa el escándalo que supuso el Ferrerasgate? ¿No sería razonable que se pudiera hablar de los intereses de los grupos de presión y se pudiera cuestionar desde los propios medios a aquellos periodistas que mienten y manipulan? Recientemente Évole hizo una entrevista a Pedro Sánchez y aunque es muy buen periodista, todos sabemos quién es el director de La Sexta, por lo que tal y como indicaban todos los pronósticos, no preguntó ni puso encima de la mesa el escándalo que supuso para la democracia el Ferrerasgate. Suelen decir que donde hay patrón, no manda marinero…

 

De todo este entramado podemos deducir que los grandes medios de comunicación tienen mucho más poder que un ministro o el mismísimo presidente. Por eso, el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, sigue concediendo entrevistas a La Sexta donde critica la desproporción mediática favorable a los conservadores, aunque confesando no querer “señalar a ningún programa”. Por eso, deja caer que hay que “seguir la pista del dinero” para localizar a los poderes económicos, pero cuando Évole le pregunta por Florentino Pérez no lo identifica como uno de los hombres más poderosos y con más tentáculos en la mayoría de los grandes medios. Por eso, los principales cabecillas de Sumar, partido a la izquierda del PSOE, siguen callando en relación al vínculo que Ana Rosa Quintana, Ana Terradillos o el propio Ferreras tienen con Villarejo. Electoralmente puede ser rentable guardar silencio, pero moralmente resulta vomitivo.

 

Y no nos engañemos, los lobos que dominan los grandes medios también juegan su particular batalla por el control de las listas de los partidos políticos. Lo vimos, por ejemplo, cuando mediáticamente mataron a Irene Montero y los principales cabecillas de Sumar la remataron con el veto. Bastaba ver la buena sintonía que se tenía desde La Sexta con Errejón, Baldoví o Yolanda Díaz en detrimento de la criminalización que se hacía a Irene Montero, Pablo Iglesias o el propio Monedero en su día. “Nosotros fuimos los que matamos a Monedero”, afirmaba Ferreras ante Villarejo. Por no hablar ya de la comparación constante que los medios hacen de EH-Bildu con la ya inexistente ETA. Manipulación que, por cierto, puede funcionar gran parte del Estado Español, pero no en Euskal Herria. Solo hay que ver el espectacular resultado electoral de la izquierda abertzale en las pasadas elecciones.

 

En este escenario en donde la mentira y la verdad son intercambiables en los principales dispositivos ideológicos, es decir, en los medios de comunicación, la problemática viene por parte de quienes prefieren callar y asumir la derrota ante la manipulación por temor a que la corriente los arrastre al fango: ya sea porque los propios medios inician una cacería mediática y utilizan toda la artillería para acabar quien consideran un disidente o, bien, porque directamente le condenan a la irrelevancia al cerrarle las puertas y los altavoces de los programas.

 

Un estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MTS) llegó a la conclusión de que las fake news o bulos se propagan mucho más rápido, llegan más lejos e incluso calan mucho más profundo que las noticias verídicas; las fake news tienen un 70% más de probabilidades de ser replicadas que las noticias verdaderas. Y es que, al igual que en la película dirigida por Martin Scorsese, Shutter Island, cada vez tenemos más dificultad para diferenciar la verdad y la mentira. Hoy, en las redes sociales al igual que en los grandes medios de comunicación y en un contexto en donde la inteligencia artificial está despegando, la mentira y la verdad se intercambian como si de cromos se tratase.

 

No obstante, la táctica de no decir ciertas verdades porque puedan molestar al periodismo de las grandes corporaciones, no solo revela una traición a la divisa de Gramsci, “la verdad es revolucionaria”, tantas veces esgrimida por las izquierdas. También hay en ese gesto bastante torpeza, pues la máquina del fango no durará en devorarlos cuando no sean útiles. Esto no solo ocurre en las izquierdas. Pablo Casado lo sabe perfectamente.

 

“Yo nunca me quejo de lo que hacen los periodistas” dijo Yolanda Díaz a Évole. “No voy a señalar a ningún programa”, dijo este domingo Pedro Sánchez a Évole. Poco más que añadir: silencio que suplica la benevolencia de un poder mediático corrompido.

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