EL SILENCIO DE LOS RENDIDOS
POR
ALEJANDRO PLANA
Tras el estallido del Ferrerasgate todos pudimos escuchar cómo el director de un canal dirigido a un público de izquierdas traficaba con información adulterada con el personaje más chungo de las cloacas, el comisario Villarejo. En esos audios Ferreras se jactaba de abrir espacios mediáticos a una información falsa de Eduardo Inda relacionada con una falsa cuenta bancaria atribuida a Pablo Iglesias, aunque también pretendía “calzar una hostia” a Pedro Sánchez. El “es muy burdo, pero vamos con ello” enseguida se convirtió en trending topic y, aun hoy, las cloacas le pesan a Ferreras.
Este acontecimiento
provocó diferentes reacciones. Una de ellas fue la de Antonio Maestre, que por
aquel entonces prefirió dejar de ser subdirector de La Marea a abandonar el
plató de Al Rojo Vivo. Otra reacción, distinta, fue la del periodista Yago
Álvarez, de El Salto, que cortó radicalmente las colaboraciones con el programa
de “el Ferri”.
Pero estas
distintas reacciones no solo se dieron entre los periodistas. El diputado de
EH-Bildu, Oskar Matute, señaló en aquel entonces que “las cloacas del Estado
han venido funcionando desde hace décadas”, en concreto “desde la dictadura”.
También otras políticas como Irene Montero o Ione Belarra, cuando Podemos
todavía no había llegado al acuerdo con Sumar, denunciaron la intoxicación del
director de La Sexta.
Pero no todas las
reacciones políticas fueron en esa línea. La derecha y los dirigentes
socialistas, como era de esperar, callaron. Pero también dirigentes que, en
principio, están situados a la izquierda del PSOE como Baldoví, Errejón o la
propia Yolanda Díaz decidieron correr un tupido velo y guardar silencio ante
uno de los mayores escándalos de la historia del periodismo. Contribuyendo de
ese modo a normalizar que ciertos actores mediáticos sean intocables y puedan
intoxicar día tras día a sus audiencias.
Por eso, era
bastante evidente que Pedro Sánchez jamás haría una crítica al director de La
Sexta. En efecto, que en los audios publicados por El Confidencial se escuchara
a Ferreras afirmar ante Villarejo y Mauricio Casals que iba a calzar muy pronto
una hostia al presidente del Gobierno y asegurara que iba a “sufrir estas dos
semanas”, no fue suficiente para que el líder socialista realizara ninguna
crítica.
Me vienen a la
cabeza algunas preguntas ingenuas: ¿No sería razonable que cuando se está
hablando de medios de comunicación se pusiese sobre la mesa el escándalo que
supuso el Ferrerasgate? ¿No sería razonable que se pudiera hablar de los
intereses de los grupos de presión y se pudiera cuestionar desde los propios
medios a aquellos periodistas que mienten y manipulan? Recientemente Évole hizo
una entrevista a Pedro Sánchez y aunque es muy buen periodista, todos sabemos
quién es el director de La Sexta, por lo que tal y como indicaban todos los
pronósticos, no preguntó ni puso encima de la mesa el escándalo que supuso para
la democracia el Ferrerasgate. Suelen decir que donde hay patrón, no manda
marinero…
De todo este
entramado podemos deducir que los grandes medios de comunicación tienen mucho
más poder que un ministro o el mismísimo presidente. Por eso, el presidente del
gobierno, Pedro Sánchez, sigue concediendo entrevistas a La Sexta donde critica
la desproporción mediática favorable a los conservadores, aunque confesando no
querer “señalar a ningún programa”. Por eso, deja caer que hay que “seguir la
pista del dinero” para localizar a los poderes económicos, pero cuando Évole le
pregunta por Florentino Pérez no lo identifica como uno de los hombres más
poderosos y con más tentáculos en la mayoría de los grandes medios. Por eso,
los principales cabecillas de Sumar, partido a la izquierda del PSOE, siguen
callando en relación al vínculo que Ana Rosa Quintana, Ana Terradillos o el
propio Ferreras tienen con Villarejo. Electoralmente puede ser rentable guardar
silencio, pero moralmente resulta vomitivo.
Y no nos engañemos,
los lobos que dominan los grandes medios también juegan su particular batalla
por el control de las listas de los partidos políticos. Lo vimos, por ejemplo,
cuando mediáticamente mataron a Irene Montero y los principales cabecillas de
Sumar la remataron con el veto. Bastaba ver la buena sintonía que se tenía
desde La Sexta con Errejón, Baldoví o Yolanda Díaz en detrimento de la
criminalización que se hacía a Irene Montero, Pablo Iglesias o el propio
Monedero en su día. “Nosotros fuimos los que matamos a Monedero”, afirmaba
Ferreras ante Villarejo. Por no hablar ya de la comparación constante que los
medios hacen de EH-Bildu con la ya inexistente ETA. Manipulación que, por
cierto, puede funcionar gran parte del Estado Español, pero no en Euskal
Herria. Solo hay que ver el espectacular resultado electoral de la izquierda
abertzale en las pasadas elecciones.
En este escenario
en donde la mentira y la verdad son intercambiables en los principales dispositivos
ideológicos, es decir, en los medios de comunicación, la problemática viene por
parte de quienes prefieren callar y asumir la derrota ante la manipulación por
temor a que la corriente los arrastre al fango: ya sea porque los propios
medios inician una cacería mediática y utilizan toda la artillería para acabar
quien consideran un disidente o, bien, porque directamente le condenan a la
irrelevancia al cerrarle las puertas y los altavoces de los programas.
Un estudio del
Instituto Tecnológico de Massachusetts (MTS) llegó a la conclusión de que las
fake news o bulos se propagan mucho más rápido, llegan más lejos e incluso
calan mucho más profundo que las noticias verídicas; las fake news tienen un
70% más de probabilidades de ser replicadas que las noticias verdaderas. Y es
que, al igual que en la película dirigida por Martin Scorsese, Shutter Island,
cada vez tenemos más dificultad para diferenciar la verdad y la mentira. Hoy,
en las redes sociales al igual que en los grandes medios de comunicación y en
un contexto en donde la inteligencia artificial está despegando, la mentira y
la verdad se intercambian como si de cromos se tratase.
No obstante, la
táctica de no decir ciertas verdades porque puedan molestar al periodismo de
las grandes corporaciones, no solo revela una traición a la divisa de Gramsci,
“la verdad es revolucionaria”, tantas veces esgrimida por las izquierdas.
También hay en ese gesto bastante torpeza, pues la máquina del fango no durará
en devorarlos cuando no sean útiles. Esto no solo ocurre en las izquierdas.
Pablo Casado lo sabe perfectamente.
“Yo nunca me quejo
de lo que hacen los periodistas” dijo Yolanda Díaz a Évole. “No voy a señalar a
ningún programa”, dijo este domingo Pedro Sánchez a Évole. Poco más que añadir:
silencio que suplica la benevolencia de un poder mediático corrompido.
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