viernes, 13 de septiembre de 2019

EN LA CAMA...


EN LA CAMA...
DUNIA SANCHEZ
En la cama con el placer del sueño o eso creía. Estaba durmiendo o no. No sé, fijamente miraba el techo en la oscuridad de la noche sin luna. Una extraña imagen de luz, una figura de halo azul, verde me miraba desde el techo. No sentía miedo o alguna especie de pánico que me arrastrara en un sudor frío. Era septiembre, un septiembre con un clima pesado, pegajoso. Yo estaba despierta o no. Pero sí, estaba despierta. La luz me hablaba y yo me sentía invitada a sus palabras. No se entendía muy bien, pero creo que algo respecto a este mundo donde existimos. Constantemente nombraba la palabra dimensión, yo no comprendía lo que quería decir con ello y me levanté y la imagen de luz se puso ante mí, de pie, frente a frente. Alargo una especie de sus brazos y me enrolló en su luz azul, verde.
En ese instante sentía cierto impacto sutil de energía en mi cuerpo. Temblé por un momento y luego me deje arrastrar hasta donde quería llevarme. Cerré los ojos y como si el tiempo se hubiera detenido pues me fije en mi reloj, estábamos frente a un árbol. Un árbol cualquier, de cualquier parte del mundo. Mis ojos atentos lo observó el árbol, como se desenrollaba aquella especie de energía de mi y desaparecía. No me pregunté por qué estaba ahí, frente a un árbol ante un parque desolado, desértico. Era el único, esbelto, gris, sin hojas con el crujir de ramas que van cayendo a la tierra. Un presentimiento me vino a buscar, un pensamiento del mañana, de un amanecer donde las cloacas del adiós nos invocaban al desastre. Huí de él al encuentro de aquella luz para que me llevara a mi realidad del presente. Corrí y corrí, con el desespero desbocado del vacío, de la nada del futuro. Cerré los ojos y sentí un calor que subía por mis piernas, por mis muslos, por mi vientre, por mis pechos, por mi cabeza. Los abrí, en la cama, mirando el techo. Supe de lo que nos esperaba, supe de mi vida en el hoy, supe del mañana. Ya lo estaba viviendo de manera inconsciente. Dormí, hasta que mi gata blanca y negra me despertará a las siete. Son las siete, elevo la mirada, elevo mi cuerpo, me asomo por una ventana y veo un árbol similar que se le caen las hojas ante el otoño venidero. Hojarasca y hojarasca revoloteando en busca del descanso.

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