EL VALOR DE LA DESINFORMACIÓN
ANÍBAL MALVAR
Eso de estar
informado solo le trae a uno desgracias. Hace ya tiempo que el valor social y
político de la desinformación es tan alto que vale la pena. El otro día, en esa
cosa o entrevista que le hizo Ana Pastor a Pablo Iglesias se notó un poquito
cuando hablaron de la banca. Insistía la periodista en que nuestro rescate
bancario había costado cuarenta y pico mil euros. El podemita incluía al FROB y
hablaba de 60.000. Ninguno de los dos se refirió a los rescates encubiertos. A
una, porque su fact-checking se le podría ir al carajo, y al otro porque es
mucho más difícil desmontar mentiras que erigir verdades. Ya, por ejemplo, no
se habla de rescates bancarios encubiertos. Son demasiado difíciles de
explicar. No caben en titular alguno. No le interesan a nadie. ¿Cómo vas a
aportar datos sobre un robo incuantificable?
Yo me acuerdo mucho
del Banco de Valencia, pues cuando quebró era uno de los pocos con los que yo
no tenía pufos. Su valor, según el Banco de España, era de 4.042 euros. El
Estado, o sea vosotros, lo había recapitalizado con 5.500. Se adjudicó en diez
días al simbólico precio de un euro. A Caixabank. Si a cualquiera de vosotros
os hubieran vendido por un euro un banco saneado hoy seríais ricos. Pero estáis
demasiado informados para que os ofrezcan esa ganga. Mejor estar desinformado y
no contabilizar eso en nuestro rescate bancario. Mejor seguir la cantinela de
que era necesario para el sistema. Que si no rescatamos a los banqueros, España
se hunde. Que el rechinar de dientes. Que nuestros abuelos pierden sus
ahorrillos si se hunde la banca (los perdieron igual al rescatarla).
Hace años, El
Confidencial elaboró un gráfico del que hoy ya no se habla, pues es muy difícil
de resumir en clave tertuliana o tabernera.
Ante estos datos,
siempre queda responder:
–¿Pero qué es eso
de inyeccciones de capital? Es que tú te pinchas, tío.
–¿Cómo que ayudas
por EPA? Yo digo ‘epa’, me levanto y ya me ayudo solo.
–¿El Sareb no es un
país extranjero? Ay, no, eso es el Sahel, jajaja.
El exceso de
escándalos no nos ha escandalizado, solo nos ha permitido normalizar el
escándalo. Banalizarlo. Y, como siempre, hemos matado al mensajero. Al
periodista.
La verdad es tan
compleja que resulta más fácil reírse de ella que entenderla. Por eso el
cuñadismo, el indismo innombrable o la falacia son más rentables que la
información. Si yo ahora me invento que he tenido un affaire sexual con Mariano
Rajoy y lo publico, perderemos el juicio, pero compensando con publicidad y
lectores nos saldrá barato. Rentable. Y si además nos dan ayudas públicas, como
a OKDiario, nos pagamos un volquete de deidades platerescas en pelotas para
adornar el meadero.
Cuando salgo a la
calle, la gente, personas con carrera y tal, me dicen que el PP no fue
condenado por corrupción, que eran cinco o seis particulares, que ya está todo
subsanado y los malos en la cárcel (se olvidan de los extraños muertos). O sea,
la teoría de las ranas de Esperanza Aguirre. Es que algunos me salieron ranas.
El otro día, un
amigo licenciado y economista me retó a que le enseñara la sentencia judicial
que condenaba al PP. Le busqué los 1.600 folios en pdf y me volvió a retar,
ahora para que le enseñara el aparte donde se dice que el PP actúa como una
organización criminal. Era la hora del café y el whisky, y no tuve tiempo de
rastrear los 1.600 folios. Las informaciones de The New York Times, El País o
El Mundo le parecían insuficientes. “Los periodistas no tienen ni puta idea”. O
sea, que las ranas de Esperancita funcionan mejor que los gráficos, los datos,
las sentencias demasiado largas.
Yo no sé cómo vamos
a recuperar credibilidad los periódicos, porque los grandes y viejos medios han
conseguido hacer calar en la sociedad culta e informada esta verdad de ranas
esperancistas. Hoy, en su portada, El Mundo habla con naturalidad del
“parlamento regional” vasco. Aquí no hay parlamentos regionales. Los hay
autonómicos. Las autonomías no son regiones. Pero da igual. Hoy los periodistas
que honestamente trafican con su oficio están más obligados a desmentir
mentiras que a indagar verdades. Es como si la medicina despareciera salvo en
su especialidad forense. Solo sabemos diagnosticar de qué habéis muerto. No
sonrías, calavera, que no hay cura.
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