jueves, 7 de enero de 2016

LA COMPAÑÍA DE LOS MUERTOS

LA COMPAÑÍA DE LOS MUERTOS

DAVID TORRES
Ante el aviso de la propietaria, los Mossos han entrado en un piso de Gerona y han encontrado en ella a una pareja que llevaba varias semanas viviendo con el cadáver de un hijo de siete años. A pesar de su avanzado estado de putrefacción, habían arrinconado colchones junto al cuerpo. Mientras los padres, de nacionalidad estadounidense, eran arrestados, otros dos hermanos, menores de edad, han sido trasladados a un centro de salud mental.

Aunque faltan los resultados de la autopsia, a primera vista no había huellas ni señales de violencia en el cuerpo. Todavía no se sabe si los progenitores provocaron el fallecimiento del pequeño o si murió por causas naturales. Más allá de la posible perspectiva criminal, lo que me subyuga de esta historia es la resistencia de los progenitores a aceptar la corrupción, el hecho bruto de la muerte; su empeño en prolongar la convivencia con una criatura exánime, en renegar de la carne corrupta y el hedor de la podredumbre. Una resistencia y un empeño que además venía por duplicado. Me imagino a la pareja discutiendo sobre la conveniencia o no de llamar a la policía, al médico, a los bomberos. Supongo que uno de ellos -¿la mujer o el hombre?- acaba convenciendo al otro, le acaricia la mano mientras encuentra un argumento irrebatible que quizá tenga que ver con el dolor, la culpa, el arrepentimiento, quién sabe si con la sospecha de la resurrección. Los veo intentando explicar a sus otros dos hijos el silencio, la inmovilidad de su hermano, la necesidad de formar un frente común, de que nada ni nadie se entrometa en esa piña familiar que formaban juntos: un pájaro con un ala rota.

Hay una novela terrible en el interior de esa habitación; un tratado de necrofilia, de angustia y de terror que tal vez pudiera rajar las telarañas de la sociedad contemporánea; un libro por escribir que nunca alcanzará la perfección con que la vida lo ha escrito. La noticia me ha recordado otro libro que leí hace tiempo, La compañía de los muertos de Brian Masters, tal vez el intento más profundo e íntimo por penetrar en la mente de un asesino en serie. Masters relata la trayectoria criminal de Dennis Nilsen, un hombre obsesionado desde niño con la muerte y que, incapaz de mantener una relación duradera con otro ser humano, un día estranguló al joven con que acababa de hacer el amor, lo bañó, lo vistió y convivió con él hasta que el olor se hizo insoportable. Entonces lo descuartizó y lo enterró en el jardín. Durante años, Nilsen repitió el macabro ceremonial con otras catorce víctimas -estudiantes, mendigos, parejas de una noche- hasta que un día los vecinos, alarmados por el mal olor que salía de las cañerías, llamaron a un fontanero. El hombre encontró las tuberías de la casa atascadas con pedazos de carne podrida y la policía acabó por registrar la casa del asesino, quien en ese momento tenía un cadáver en el baño y otro desmembrado en el armario.

Durante el interrogatorio, Nilsen contó que no podía soportar el miedo que le embargaba cada vez que uno de sus acompañantes pretendía marcharse. Por eso tenía que ahogarlos, lavarlos, vestirlos: para acostarse luego junto a alguien, tocarlo, sentarlo en un sillón, conversar con él después de una larga jornada de trabajo. Después, cuando los alcanzaba la putrefacción, los descuartizaba y los enterraba en el jardín, que ya era un verdadero cementerio. Nilsen explicó que no mataba por odio sino por el temor a quedarse solo. “Únicamente deseaba a alguien con quien hablar, alguien con quien llenar el vacío”.

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