domingo, 19 de octubre de 2014

CINCO MUJERES Y UNA CIUDAD, PRESENTACIÓN DEL LIBRO: LA LAGUNA ES ELLA

CINCO MUJERES Y UNA CIUDAD
PRESENTACIÓN DEL LIBRO: LA LAGUNA ES ELLA
DE MACA MARTINÓN

Cecilia Domínguez Luis
 Cinco mujeres se buscan a sí mismas en la memoria de lo vivido. Cinco mujeres en una ciudad, La Laguna, cuyo paisaje, esquivo a veces, acogedor otras, parece acomodarse a la búsqueda desolada de esas mujeres, pero también a sus deseos y a sus esperanzas.
Cinco mujeres que se mueven en un paisaje confuso, neblinoso en ocasiones, en un trayecto que va desde su mundo interior al exterior, sabiendo que el presente tiene un valor imperativo que las obliga a elegir.

No en vano, la novela de Maca Martinón que hoy presentamos, tiene un título tan sugerente como La Laguna es ella, que ya hace que nos formulemos la primera pregunta: ¿Por qué ese título?
No cabe duda  de que el título nos pone sobre la pista para encontrar en esa niebla lagunera, en la soledad de sus calles recién amanecidas, en el canto de los mirlos en verano, o en la penumbra de sus callejones, un paralelismo con los diferentes estados de ánimo de las protagonistas, con sus luces y sus sombras, con sus fracasos, sus deseos y, sobre todo, con sus ansias de reafirmarse.
Es más, en las páginas que preceden a la presentación de la autora,- un paseo entre el reconocimiento y la reflexión- se incluyen tres poemas, uno de Ana María Fagundo, otro del hermano de la escritora, Miguel Martinón, y un tercero de quien les habla que ya nos remiten a esas ciudades que invitan al desvelo, al primer llanto de mujer en útero de mujer, y a la esperanza de que un día el mar habría de venir por el cielo de Aguere. Palabras que junto a las de ese recorrido personal por la ciudad, nos ponen en disposición de acercarnos  con curiosidad e interés a lo que Maca Martinón quiera contarnos.
En esta primera novela, publicada por Ediciones Aguere, en su colección G21, su autora nos lleva,  a través de sus protagonistas, a una reflexión sobre el profundo e irresoluble problema de la soledad, la incomunicación y el sentido de la vida.
Cada una de las mujeres que aparecen en esta novela  se enfrenta a sus problemas con el lastre que supone un pasado que la condiciona. De ahí que estas mujeres nos muestren, en la mayoría de los casos, y sin concesión alguna, la angustia y el desconcierto que le producen los momentos oscuros de cada una de sus vidas.
Tal vez, lo único que las une en esta soledad en la que se desenvuelven es  el deseo de encontrar, al menos, algunos momentos de armonía con el mundo.
Dividida en once capítulos que encabezan los nombres  de las protagonistas y que se intercalan a lo largo de la narración, el punto de vista del narrador va cambiando, según se trate de  uno u otro personaje. Así, la tercera persona omnisciente que caracteriza al narrador de los capítulos dedicados a Teresa, Olivia y Amalia, pasa a segunda persona cuando se trata de los que narran la historia de Lucía, tal vez porque el tú con el que se cuentan sus avatares no sea otro que la voz de ese alter ego de la propia protagonista que la refuerza en sus decisiones.
Marina aparece como contrapunto. En este caso, es ella la que se expresa, la que habla por sí misma, pero apenas de ella misma. La autora de La Laguna es ella ha querido poner voz directa a uno de sus personajes, pero ¿quién es realmente esta mujer que parece estar al margen incluso de su propia historia? Aquí Maca Martinón hace entrar en el juego al lector para que saque sus propias conclusiones.
Por Marina sabemos la relación que hay entre ella, Teresa y Olivia. Es la única que opina sobre sus amigas, incluso la que se permite juzgarlas, acaso como una forma de huir de sí misma, de sus propias frustraciones, o de su posible deslealtad. Tal vez por eso el personaje de Marina se llena de patetismo, cuando comprobamos su fallido intento de colocarse por encima de su propia soledad y su propio dolor.
Teresa, Olivia y Marina se contemplan a sí mismas desde su madurez. Se sienten perplejas, desasosegadas, lejanas, en un presente que las apremia a decidir, en su particular aislamiento sin paliativos, qué es lo que realmente quieren ser, con la necesidad, imperiosa de confiar en sí mismas.
Las tres han llegado a este presente con un bagaje de soledad e incomunicación que las hace replantearse sus historias, ahora que pueden mirar atrás en un intento, si no de justificar su pasado, sí de asimilarlo de tal forma que este no les impida poner un nuevo rumbo a sus vidas.
Teresa, marcada por una relación clandestina que la atrapa y condiciona, consigue, al enfrentarse con la muerte de alguien querido,  ir rehaciéndose de sus heridas y tomar las riendas de su propia historia.
Olivia recurre a las relaciones esporádicas con jóvenes para huir de un suceso trágico que la sumió en una desolación mayor de aquella de la que pretendía huir: un ambiente familiar opresivo y castrante. Sin embargo no consigue otra cosa que sumergirse aún más en la niebla que la envuelve como a esa ciudad por la que pasea su huida a ninguna parte.
El personaje de Lucía, podría ser, aparentemente, el más frágil. Joven y de gran imaginación, su capacidad para captar “las historias íntimas de los personajes que trasiegan a su (tu) alrededor”, apenas le sirve para olvidar a ratos, la verdadera e inconfesable naturaleza de sus deseos o la oscuridad que rodea su vida familar en un  pueblo del norte, del que consigue huir para recalar en La Laguna, ciudad que acogerá cada una de sus decisiones futuras. Porque a partir de entonces, será ella quien elija,  y es que sabe que ahora puede ser libre y “crecer como mujer que ama a otra mujer.”
Amalia es la de mayor edad que, casi al final de una vida llena de frustraciones e incomunicación, incluso por parte de sus propios hijos que parecen no entender sus necesidades, consigue, como si de una suerte de compensación se tratara, encontrar el amor de un hombre que la hará sentirse de nuevo viva, a pesar de la cercanía de su muerte.
Amalia, es una mujer que no se rinde y que, a través de la lectura de autoras como Virginia Wolf, Marina Tsvetáieva, o Ana Mª Matute, entre otras, se reafirma en su propósito de contribuir a ese último regalo que le ha concedido la vida, y que no es otro que un nuevo encuentro con el amor.

Pienso que, con el pretexto de la afición de este personaje a la lectura, Maca Martinón ha querido rendir homenaje a las diferentes escritoras que aparecen como favoritas de esta protagonista, porque, como Amalia,  Maca “percibe el eco de ellas en su alma”.
Por otro lado, la novela está escrita de tal manera que podemos leerla toda seguida, capítulo a capítulo, o elegir los dedicados a Teresa o a cualquiera de los personajes, hasta completar sus historias, sin que, en ningún momento perdamos la perspectiva de toda la narración.
En menos de 90 páginas, Maca Martinón ha sabido mostrarnos lo esencial de cada historia, de tal manera que lo que calla y lo que nos sugiere hace que nuestra imaginación complete esos espacios de silencio.
Y así, entre lo contado y lo sugerido va discurriendo la historia de estas cinco mujeres, cuatro de las cuales van a tener un punto de encuentro: el Ateneo de La Laguna, con motivo de una conferencia que va a impartir Teresa en la sala Alberto de Armas.
 Desde luego, estamos hablando de una novela urbana. Todo ocurre en la ciudad de La Laguna. Sin embargo el Ateneo, la plaza de la Catedral, los paseos, las calles, en definitiva, todos los elementos que constituyen la ciudad, no son solo el marco donde se desarrollan las historias de estas mujeres, sino mucho más.
La mirada que la autora proyecta sobre el paisaje urbano y más allá de él, -mirada necesaria desde el presente en que vive-, consigue, con pocos trazos, que sintamos la presencia de un lugar que pasa a ser un protagonista más de la historia, porque, a través de esas calles, de esa niebla del amanecer lagunero, se buscan las protagonista, se busca la autora, nos buscamos todos. Y tal parece que La Laguna, con sus calles húmedas y solitarias, sus plazas, sus callejones, su penumbra y su luz, toma partido.
Una de las cosas que me han llamado la atención en esta novela es la recurrencia a los olores, tal vez porque es algo que me interesa a la hora de escribir, pues siempre he pensado que el olfato es el sentido de la memoria.
Un olor puede, de pronto, trasladarnos a un tiempo, a un lugar y a unos acontecimientos  que teníamos relegados casi al olvido y que gracias a un determinado olor de pronto resurgen y se nos vuelven cercanos.
Desde el Cantar de los Cantares, la literatura ha estado llena de sintonías evocadoras a través del olor. No tenemos más que recordar  novelas como El perfume, cuyo título ya nos habla de su protagonismo, o el olor evocador de las magdalenas y el té de Proust , o los olores urbanos de Virgina Wolf, precisamente una de las escritoras que se nombran en esta novela , o el aroma a café recién hecho del que habla Marina Tsvetáieva en un poema perteneciente al libro  Poema del fin y que dice: No era / de Arabia, no: de Arcadia/era aquel aroma/ del café , un olor que traslada a Teresa al patio de Amalia, donde el  “aroma del café y del bizcochón, acompañaban las confidencias entre Amalia y su madre. Y, si para una de los protagonistas de una novela de Carmen Martín Gaite, otra escritora a la que se le rinde homenaje en este libro, el olor a gambas a la plancha y a café, la hace sentir provisionalmente a salvo, para Teresa, es el olor a tierra húmeda lo que la confirma como parte del lugar en el que vive.
Y el olor sigue siendo un elemento evocador en Amalia, y en su memoria el aroma de los nísperos y las ciruelas de la huerta de Armando  se une a la imagen de este hombre de “voz vigorosa y franca” que la acoge.
Por su parte, Olivia busca el olor de los cuerpos; evoca el olor penetrante de Tanausú, su último joven amante, una “mezcla de sudor y afther shave” Olores de lo prohibido que pudieron haberse puesto en su contra en aquel ambiente opresor en el que vivió, acosada por un padre violento  y del que pudo huir, con desigual fortuna. Inútil su empeño por atrapar la dicha.
Con Lucía, el olor interviene de manera diferente. Es ella la que actúa sobre él, lo aspira, lo aprehende y lo expande hacia todos los puntos de su memoria, para retomarlos algún día, porque es ella quien decide, quien elige “el perfume de su primera enamorada,…con el sol naranja a punto de despedirse.”
Y es que los olores circulan entre nosotros, emanan de nosotros  y, a pesar de que no podamos describirlos o lo hagamos recurriendo a simples adjetivos como agrio, penetrante, agradable, apestoso, salobre, lo cierto es que los olores despiertan nuestros recuerdos y también nuestros sentidos. Algo que parece conocer bien nuestra autora.
Podríamos decir que La Laguna es ella  es una novela urbana sobre la soledad , pero no es solo eso. En ella se habla también del amor y de su ausencia, con el consiguiente desgarro que produce cualquier abandono,  y a lo largo de sus páginas, sus personajes persiguen el amor de una forma o de otra: bien vigilándolo, bien fallando ante él, o esperándolo en silencio, aun sabiendo que una declaración de amor puede ser una forma de conjurar la amenaza de la pérdida  pero que, por otro lado, puede crear una polaridad: Ese “te quiero” puede significar una petición, más o menos exigente, de correspondencia, porque para algunos, como es el caso de Andrés, el amante de Teresa, el amor que dice tenerle lo autoriza, en cierta forma, a reclamar que ella también lo ame. Afortunadamente la libertad de elegir, la capacidad de ser uno mismo la ayuda a definirse y a dejar claro lo que quiere realmente.
De cualquier forma el verbo amar tiene la virtud de acabar con la espera, bien para rechazarlo y sacarlo fuera de nuestra historia, o bien para asumirlo, aceptando  la presencia del otro. Y esta parece ser una de las conclusiones a las que llegan  algunas de nuestras protagonistas, digamos que las más afortunadas, que asumen una soledad a pesar de la cual o gracias a ella, pueden ser dueñas de sí mismas y emprender un camino libre de ataduras.
Y si de amor hablamos, La Laguna es ella es también una declaración de amor al lugar, a La Laguna. Un ciudad testigo y parte de lo que sucede en la vida de estas cinco mujeres, como en la de tantas otras, que sabe escuchar y se enorgullece de los pasos firmes de aquellas que han sabido encontrar entre sus calles  un lugar donde abrirse paso ante el fulgor de la tarde.
En definitiva, las historias de nuestras protagonistas, con sus finales felices o desgraciados, definitivos o esperanzadores nos remiten a una idea fundamental que gravita a lo largo de toda la novela y que es la incertidumbre de nuestra condición humana.
Felicitémonos por esta primera novela de Maca Martinón y esperemos y deseemos que no sea la única. En sus manos está.














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