domingo, 23 de febrero de 2014

“LA CAPACIDAD DE PENSAR”



“LA CAPACIDAD DE
 PENSAR”
POR EDUARDO SANGUINETTI
FILÓSOFO (PH.D., CAMBRIDGE, ENGLAND)

La indiferencia es feroz. Constituye el partido más activo, sin duda el más poderoso de todos. Permite todas las desviaciones más funestas y sórdidas, como la devenida en la instalación nuevamente de la derecha (puede denominarse neoliberalismo) en las elecciones legislativas del 28 de junio, con las derivaciones funestas que derivan como signo y síntoma de un sistema perverso y caduco que ya supo a lo largo de décadas infames pulverizar cualquier proceso de autonomía y progreso en la República Argentina.

Para un sistema, la indiferencia general es una victoria mayor que la adhesión parcial. En verdad, es la indiferencia la que permite la adhesión masiva a ciertos regímenes, las consecuencias son por todos conocidas. Pero ¿qué sucedió para que Argentina se debata nuevamente en esta instancia que tanto le ha cobrado en tiempo y vida de un pueblo?

La indiferencia casi siempre es mayoritaria y desenfrenada. Esta indiferencia, este desentendimiento, esta falta de observación, fueron obtenidos sin duda mediante estrategias sigilosas, obstinadas, que introdujeron lentamente sus caballos de Troya y supieron sustentarse tan bien sobre aquello que propagaban -la falta de vigilancia-, que fueron y siguen siendo imperceptibles, y por ello tanto más eficaces.

Son tan eficaces que los paisajes políticos y económicos pudieron transformarse a la vista (pero no a la conciencia) de todos sin llamar la atención ni, menos aún, despertar inquietud. El nuevo esquema planetario, al pasar inadvertido, pudo invadir y dominar nuestras vidas sin que nadie lo tuviera en cuenta, salvo las potencias económicas que lo instauraron, hoy ya como un Estado de las cosas dentro del marco de la Ley, ya que fue a través del sufragio que se llegó a tal situación. El desapego y la desidia se han impuesto a tal punto que si hoy nos proponemos como hecho excepcional frenar tal o cual proceso político o social, tal o cual acto de piratería “políticamente correcto”, descubrimos que los proyectos que pretendemos combatir ya fueron larga y minuciosamente preparados en las alturas mientras dormíamos, y que están sólidamente inscritos conforme a los principios en vigencia. Por consiguiente, parecen arreglados, ineluctables, incluso ya instaurados en los hechos.

Cuando intervenimos (o creemos intervenir), todo está instalado desde hace tiempo. Se ha evacuado de antemano el sentido mismo de la protesta. Más que encontrarnos ante un hecho consumado, estamos encerrados en él.

Por nuestra pasividad quedamos atrapados en las mallas de una red política que cubre el paisaje planetario en su conjunto. No se trata de determinar el valor positivo o nefasto de la política que condujo a semejante sistema pudo imponerse como dogma sin provocar reacciones y suscitando apenas algunos comentarios escasos y tardíos en el periodismo convertido en empresa mediática al servicio de capitales, con esclavos que lanzan la “noticia”, la intelegentzia al servicio del poder manipulada por la seudooposición simulada y menor, tapando la que en verdad debe ser escuchado por el público que asiste con ingenuidad a un estado de esclavitud perversa y pervertida, que aniquila al individuo en pleno uso de su individualidad y autonomía en posibilidad de pensar.

El único recurso que todavía tenemos es “pensar”. Por cierto que no se puede aprender a pensar, que es la cosa mejor repartida, más espontánea y orgánica del mundo. Sin embargo, uno se ve desviado del pensamiento como de ninguna otra cosa. Se puede desaprender a pensar. Todo conspira en ese sentido. Dedicarse a pensar cuando todo se opone a ello requiere audacia y coraje.

Embarcarse en ello obliga a ciertos esfuerzos, como olvidarse los epítetos de austero, arduo, inerte, elitista, paralizante e infinitamente aburrido, palabras con que hoy se clasifica al pensamiento. por los burócratas de las Corporaciones Económico-Mediáticas y de las Corporaciones Económicas de Producción fuente de pobreza y humillación para los trabajadores que reciben las dádivas de sus patrones siempre dispuestos a la explotación de los mismos. Asimismo, hay que marcar direcciones y separar lo intelectual de lo visceral, el pensamiento de la emoción, si lo logramos, alcanzamos algo parecido a la salvación. Y puede permitirle a cada uno convertirse, para bien o para mal, en habitante de pleno derecho, autónomo, cualquiera que sea su situación. No es casual que se desaliente al que piensa.

Porque no hay nada más movilizador que el pensamiento.

Lejos de representar una triste abdicación, es la quintaesencia misma de la acción. No existe actividad más subversiva ni temida. Y también más difamada, lo cual no es casual ni carece de importancia: el pensamiento es político. De ahí la lucha insidiosa, y por eso más eficaz, y más intensa en nuestra época, contra el pensamiento. Contra la capacidad de pensar.

Pero ello representa, y representará cada vez más, nuestro único recurso, reservado a unos pocos ayudando a conservar la dominación espectacular, como respuesta en contraposición de resistencia eterna, no dejemos de pensar para derribar el muro de basura que nos aprisiona, siempre con crítica y lucidez. Todo lo manifestado supone la adquisición de ciertas facultades que a su vez conducirían a una serie de destrezas y al encuentro de los derechos perdidos de autonomía y progreso. No permitamos que se destierre o elimine a los que piensan, aunque su auditorio sea pequeño, pues ese auditorio se autorreplicará hasta convertirse en una mayoría que no podrá ser ignorada ni dejada de lado, pues simplemente actuará y controlará a las bestias que manejan y controlan todo en este planeta anestesiado, que intentaremos dilatar el espacio que merece el pensamiento.
 

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