UN 11 DE MARZO SIN AZNAR
En
la herencia política del todo vale nacida en 2004 puedes aparcar sobre la acera
y, desde la ventanilla, dar lecciones de educación vial
GERARDO TECÉ
José
María Aznar. / Luis Grañena
Se hace extraño conmemorar el vigésimo aniversario de la fecha más negra de la España reciente sin la participación de quien entonces era presidente. Aznar anda desaparecido estos días, igual que el rey Juan Carlos estuvo ausente del acto por los 40 años del 23F. Yo tampoco felicito los cumpleaños a aquella novia a la que le puse los cuernos. Se llama tener mala conciencia. No encontramos estos días palabras de Aznar en recuerdo a las víctimas, ni al horror que aquello supuso. No las hay porque el expresidente sigue atrapado en 2004. Veinte años que a Aznar no le han servido para revisarse, formarse, entender, pedir perdón, aprender algo. Dos décadas tan pobres para el expresidente que en ellas sólo ha acumulado capital económico tirando de contactos poderosos. En uno de los reportajes con motivo del triste aniversario, una víctima contaba que, pocos meses después de la explosión que reventó sus piernas, entendió que vivir odiando eternamente no sería una buena forma de vida. Así que decidió cambiar. Veinte años después Aznar sigue odiando exactamente igual que aquellos días de marzo en que las urnas le dieron una patada en el culo a su biografía. El expresidente sigue odiando que la realidad se acabase imponiendo a sus maniobras de manipulación y odiando que la historia le haya reservado al mejor estadista nunca conocido, según su autopercepción, un papel tan mediocre como el del expresidente que se declara víctima de un atentado mientras los que morían eran otros.
Aznar quedó
atrapado en 2004, pero su legado ha llegado a nuestros días. Hay quien sigue
defendiendo el papel de un presidente que hacía llamadas de teléfono
compulsivamente para manipular a la opinión pública al mismo tiempo que los
familiares llamaban compulsivamente a seres queridos que no respondían al
móvil. La España de hoy no se entendería sin quienes aprendieron del Aznar de
2004 que todo vale. Que mentiras como las de Irak se tapan con mentiras como
las del 11M. Que nunca hay que pedir perdón, que nunca se debe abandonar la
linde, aunque la realidad vaya por otro lado. Que nunca toca revisarse y que,
si hace falta, se debe negar la propia sombra. El Aznar de 2004 que manipulaba
con cuerpos aún calientes le enseñó a toda una generación de políticos de
derechas que, como en los mejores anuncios de colonia o café, la política debe ser
un desafío para los sentidos. Que usted haya visto por televisión a Aznar
anunciar su negociación con ETA no impide que Aznar acuse de traidores a
quienes, después de él, negociaron con ETA. Que las cifras de indultos de Aznar
sean las mayores en democracia, no quiere decir que Aznar no pueda asegurar que
los indultos, cuando los conceden otros, destruyen la democracia. En la
herencia política del todo vale nacida en 2004 puedes aparcar sobre la acera y,
desde la ventanilla, dar lecciones de educación vial.
Hoy, veinte onces
de marzo después, Aznar no hará una de sus apariciones fantasmales, esas en las
que decide abandonar 2004 para visitarnos y darnos lecciones. Pero si un nuevo
brote de narcisismo le obligase a hacerlo, usaría un lenguaje forzadamente encriptado
para alimento de sus fans. Los autores no están en desiertos lejanos, dijo en
la comisión de investigación del 11M leyendo las cartas del tarot como una
Bruja Lola cualquiera. A la hora del cierre de esta pieza no hemos escuchado a
Aznar decir ni pío sobre el mayor atentado de la Historia reciente, pero sí
hemos conocido un informe fechado el día posterior de los atentados de Atocha
en el que el expresidente presionó a los servicios de inteligencia del CNI,
encargados de descubrir qué había pasado, explicándoles con gran sentido del
Estado que sus investigaciones debían llevarnos a ETA. “Si esto no se
conseguía, todos se iban al paro”, reza el documento que desde entonces sirve
como programa electoral de una derecha que aprendió de Aznar que lo peor de la
condición humana es, a su vez, lo óptimo para la política. Aznar hoy se
esconderá de la Historia, pero su enseñanza, como el recuerdo de las víctimas,
sigue presente.
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