CUANDO EL PODER AMENAZA A LA PRENSA...
JUAN
TORTOSA
El director de Gabinete de Isabel Díaz Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez
- Fernando Sánchez / Europa Press
Cuando el poder amenaza a la prensa es muy difícil que eso caiga en saco roto. Hay quien sostiene que tal comportamiento forma parte de las reglas del juego, pero me niego a asumir que haya que normalizar que te llamen pegándote gritos desde la oficina de prensa de un ministro o que te escriban guasaps desde la jefatura de un gabinete de presidenta de comunidad "anunciándote" que te van a triturar porque no les gusta lo que tu periódico difunde. Ejercer el poder significa contar con dinero y con capacidad de distribuirlo. Y la prensa, cuya función principal es controlar a ese poder, da la casualidad que depende en parte de él para sobrevivir. Gran ruina, porque así no hay manera de trabajar en condiciones.
Cuando alguien del
poder señala, amenaza o presiona directamente a periodistas con nombre y
apellidos sabe que en la mayoría de los casos tiene ganada la partida de
antemano. El conflicto pasa, pero el miedo queda, y es en ese terreno donde
saben moverse muy bien personajes como Miguel Ángel Rodríguez. Para plantarles
cara, más que periodistas pareciera que hay que ser héroes porque si te
enfrentas, si denuncias, si no te pliegas, acto seguido van a usar contra ti
todos los instrumentos con los que cuentan las organizaciones mafiosas, que en
este caso son muchos. Tu propio empleador, sin ir más lejos, empezará a temer
por la pérdida de cuota en la publicidad institucional. Eso si se trata de un
medio privado, y si es en un medio público, el jefe de turno empezará a temer
por su sillón. Mala cosa.
En definitiva, que
la cadena suele acabar rompiéndose en la mayoría de los casos por el eslabón
más débil, y el periodista que osó no plegarse o que con sus informaciones
incomodó a quien no debía, acaba por lo general quedándose solo, colgado de la
brocha y sin escalera. No creo que consigan callar nunca a profesionales como
Silvia Intxaurrondo, Manuel Rico, Esther Palomera o Ana Pardo de Vera,
profesionales vituperados o presionados por una única razón, hacer bien su
trabajo, pero me temo que no van a dejar de intentarlo. Espero además que los
reporteros de elDiario.es y El País señalados por hacer preguntas para obtener
información, pura esencia del oficio al que nos dedicamos, no tengan que sufrir
ninguna consecuencia por ello. Teóricos compañeros suyos que trabajan en medios
cuya deontología profesional es más que discutible los pusieron a los pies de
los caballos basándose solo en un mensaje recibido por guasap cuyo contenido no
se molestaron en verificar, para qué.
Este es uno de los
principales problemas de la profesión periodística en el momento que vivimos:
que muchos medios se pasan la deontología profesional por el forro y funcionan
en clave mercenaria como altavoces de los sectores políticos más reaccionarios
y desestabilizadores. Lo tienen difícil las asociaciones profesionales para
poner sosiego y algo de orden en todo esto. Y eso aquellas que lo intentan,
porque el tono de los más recientes comunicados hechos públicos por la FAPE no
es precisamente beligerante ni contundente con quienes transgreden a diario las
más elementales reglas de la profesión periodística: ir a los sitios, contar lo
que ves y oyes, documentarte, contrastar, verificar con varias fuentes y sobre
todo... no mentir. No basta con denunciar a quienes presionan; hay que dejar en
evidencia también a quienes aceptan de mil amores que les digan lo que tienen
que contar; también hay que desenmascarar a tanto activista de ultraderecha que
anda por ahí disfrazado de redactor, cuyo principal objetivo es tratar de
envenenar el ambiente lo más posible.
Hace no demasiado
tiempo, había cosas que de ninguna manera se publicaban si antes no estaban
suficientemente verificadas. Ahora en cambio hay cosas que se publican en según
qué medios sí o sí: no solo aunque sean mentira, sino precisamente porque son
mentira. La consigna es mentir, así que hay muchos redactores de esas
publicaciones que si no mienten, saben que se quedan sin trabajo. El patio está
muy podrido y al que quiere tirar de la manta se le fulmina.
Siempre ha sido
complicado desde el periodismo molestar al poder; muchos de los que en su día
nos atrevimos a hacerlo sabíamos que eso tenía un precio y a fe que lo pagamos.
Es un mal sistémico del que no resulta fácil librarse porque cuando deciden
poner a alguien en la diana, al final consiguen hacerle la vida imposible: ¡ay
de ti como se te haya ocurrido alguna vez aceptar pagar en negro la factura del
fontanero o del taller mecánico! En resumen, que acabas tentándote la ropa
antes de abordar una información sobre la corrupción de un personaje público
porque, por mucho que tengas al día tu relación con Hacienda y el pago de todas
tus deudas, el hecho de que te lo pares a pensar aunque solo sea un momento
antes de ponerte a la faena, significa que los corruptos ya están consiguiendo
su objetivo. Y te lo piensas, se lo puedo asegurar, amable y desocupado lector,
claro que te lo piensas.
Como periodista en
activo, contaba el otro día un antiguo compañero, leer la prensa cada mañana
era para mí una motivación, un reto; ahora es un vía crucis. Y para la
ciudadanía, querido amigo, en buena parte de los casos es, además, una
vergonzosa estafa.
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