TRAGA-LUNAS
DUNIA
SANCHEZ
Y Tragalunas miraba la luna, la blanca luna, en una noche de marzo cuando la primavera era obertura de la sinfonía de las flores. Y Tragalunas en la orilla miraba su barca. Y Tragalunas se embarcaba en el infinito de las estrellas, miraba el océano como padre de su condición y admiraba las ballenas como canto a su razón. Y Tragalunas no tenia ganas de trabajar, de pescar para su vida diaria. Tragalunas observaba fijamente el cosmos, esa vía láctea enredada en sus ojos claros. Su frente era seña de la sal y algas. Su canto se condicionaba al canto apenado de los cetáceos. Si, Tragalunas estaba triste aunque la mar lo amaba, lo quería como parte de ella. Su vieja barca danzaba al son de la marea, esa marea respetada en un mutuo acuerdo en el ayer. Y Tragalunas por momentos se sentía feliz. Una felicidad ausente en otros. Su contemplación, su amor por el océano lo conquistaba. Pero la desdicha también se arrinconaba en él. Estaba solo en una sociedad donde el refugio de la tecnología y las prisas lo dejaban invisible. No, su labor no era valorada. No más que un simple pescador. Un simple marinero de madrugadas gélidas. Había entregado su entereza al mar y por ella suspiraba.
Y hoy mitigando su profundo
firmamento complacido se mostraba dichoso pero a la vez un llanto reventaba su
estómago, estaba solo. Tragalunas en las corrientes del aislamiento es voz del
silencio de sus manos, gruesas, trabajadoras, deformadas en el paso de las
estaciones. Y Tragalunas saludó a una pardela que se poso en su barca, ya
conocida durante en el transcurso de la oscuridad, de las noches donde
Tragalunas salía con su barca a pescar. Se miraron fijamente. Una comunicación
se enervo en el sentido del callar cuyo significado implicaba la calma de estos
dos seres. Supo de la cura de esta sociedad. Supo que el amor nunca le
llegaría. Supo que su vida era prodigiosa. Supo de su pasión por ese destierro
donde las ballenas cantan. Supo del sufrimiento que cruzan ese mar al encuentro
de la esperanza, de la paz. Supo que el era parte de él y no le importaba. Un
hombre donde la profundidad de su voz resonaban las caracolas.
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